En los preparativos del cuadro Guernica de Pablo Picasso, el pintor tomó numerosos apuntes,

bocetos, cuadros menores, y muchos de ellos podemos verlos en el Museo Reina Sofía

con el nombre de «Mujeres Llorando», alrededor del propio cuadro terminado del Guernica.

Este que vemos es una obra que hizo en el verano de 1937 en París, al óleo, grafito y barras

de colores sobre un lienzo. Un detalle a destacar son las lágrimas del personaje y los pequeños

toques de color para no desviar la mirada del dolor, de los gestos.

 

 

 

mujeres llorando

 

 

Las preguntas son fáciles: ¿por qué llora esta mujer como si hubiera perdido

a todos sus hijos? ¿por qué llora así, a la desesperada, como si ya nunca más

fuese a volver a la vida? ¿qué ha visto o no ha visto, que le ha pasado, qué le duele,

quién le duele, por dios?

Llora del todo, completamente, como si los ojos sólo fueran para llorar.

 

Sabemos que a un pintor, si se le deja, enseguida nos mete en unas meninas.

Y Picasso también lo hacía, pero se le notaba menos, quizá por aquello que dijo:

pinto lo que pienso, no lo que veo. Lo cierto es que todos los cuadros empezaban

a ser iguales porque nunca habían sido distintos hasta que llegó ese tipo que se

llamaba Pablo.

 

Las preguntas, las observaciones y los comentarios sobre este dibujo medio

coloreado son fáciles o lo parecen, pero Picasso las desborda, las supera, va más

allá con esos cuatro trazos atropellados, inmediatos, descuidados y sucios. Nos lleva

más allá, tal vez hasta donde las preguntas pierden el sentido y sólo queda la realidad

pelada y pura.

 

También le ha dibujado un pelo de llorar, o un pelo que llora, con unos rayotes

negros, densos y apretados. Y la boca entera es la del horror y la desesperación, con los

labios vueltos y los dientes en fila. Y la nariz es una esquina a destiempo, con los duros

ángulos de una espuela.

Pero son los ojos los que nos muestran el dolor descoyuntado, esos ojos pestañudos

que le hacen chiribitas y lloran con lágrimas que son péndulos sin equilibrio; unos ojos

que ya no sirven para mirar.

 

La mujer hace un cursillo acelerado de llanto, como un barro de luto que arrastra

su propio cadáver y devora un elemento desaparecido y un licor extremo.

 

 

 

 

 

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