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la farola agonizante
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El fotógrafo de la luz ha instalado una delicada ventana que mira hacia esa farola que agoniza, moribunda,
que está entregando su alma escasa que ya es, apenas, como la llama de una vela en medio del viento frío.
Casi no le queda vida ni para vengarse de los colores que tiene más cerca, aunque todavía le hace un anillo
de sangre bonita al rojo del anuncio. No sabemos adónde se va la luz cuando se va. También la luz grande,
la luz del día, se agota, y la vemos al atardecer anaranjada y violeta porque llega demasiado cansada de
luchar contra el espacio y el tiempo.
La farola, que está en las últimas, tiene el pelo escaso, de color hacia rubio apagado o cerveza y más bien tristón,
quizá porque está encerrada en esa jaula fea con barrotes negros e innecesariamente gruesos: se trata de un caso
claro de maltrato o de abuso de autoridad. Su hermana o amiga está ya apagada, muerta, vacía como un huevo,
sin la yema pálida que tiene todavía la que agoniza.
La farola, con esa luz última, viene a recordarnos con cierta insistencia que la muerte está ahí, sin prisa, dejándola
que se consuma, y sabemos que es la misma muerte que nos mira a nosotros los pies sucios cuando nos descalzamos
para dormir, la muerte que está en las cien esquinas con su piedra circular, con su paquete, sembrando sus esporas
gruesas, gordas como cerezas del color magullado de los crisantemos, hermosamente fúnebres.
Después de ver la farola agonizante, acabaremos indecisos, ambivalentes, deseando, por una parte, que su luz
siga alentando como un signo de la vida que no se rinde y, por otra parte, deseando que se acabe cuanto antes, que
empiece a oscilar como la llama de la vela, que su luz parpadee con más frecuencia cada vez hasta que sólo quede
una cáscara gris, hueca, infinitamente vacía.
Ya nos vamos cansando de acompañarla en su agonía como si fuese la hija de un general, una novia pequeña y
enferma que está sola en el mundo y que no entendemos por qué, para qué: una existencia que termina antes
de empezar, casi inútil, casi sin sentido, casi absurda.
Por lo menos, el poeta dijo -con definitiva precisión- que el farol calvo le quita las medias negras a la noche.
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Narciso de Alfonso
© Fotografía de Servando Gotor Sangil
Merodeos urbanos y suburbanos
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