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más bien se ha velado todo —con el propósito de atraparlo; ¡idiota!
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El propósito de la escritura es revelar.
No es enseñar, ni hacer publicidad, ni vender, ni aun comunicar
(porque para eso se necesitan dos) sino revelar, para lo cual no se necesita más
que el hombre mismo.
Ni siquiera, después de todo, inventar, salvo que para revelar hay que
revelar algo y no nada —aunque eso sería mejor.
¿Revelar qué? Lo que está adentro de uno mismo. Por esta razón la idea
del “fluir de la conciencia” fue tan acertada y lo será de nuevo dentro de diez
años, más o menos: reveló… Dios sabe qué reveló, pero al menos esa idea
estaba bien encaminada.
Hizo a un lado la “composición” tan vacía como la “perspectiva” en la pintura.
Fue a la base del problema para permitir que saliera algo, aunque no sabía
bien qué, en ello consistió su debilidad: precisamente en no saber qué.
Pero apuntaba bien, su objetivo era la revelación, sin abandono, sin impostura;
quería abrir el pellejo.
La “filosofía de la escritura” se podría decir. Patético. Todo el mundo escribe
para revelar su alma, ¿qué es eso? Hoy las almas están a cinco centavos la docena.
Aun los idiotas tienen un alma cuyo valor, para alguien, se mide en efectivo, para
alguien de importancia.
Adivina quién… Hasta los monstruos… por un valor efectivo. ¿No es así?
Usted no quiere decir… ¿O realmente quiere decir? Es probable.
La cosa es que en la cabeza hay un relámpago que calcula, usted sabe.
Es lo que hizo que Shakespeare pareciera un intelectual.
Funcionó.
Mírelo funcionar, la escritura sólo consiste en eso (si trabaja).
Suéltelo.
Déjelo en un códice en la página. Eso es escritura, revelación… no tiene que
ser demasiado compacto.
Pero habitualmente, cuando está mejor, desarrolla las más complicadas fórmulas
en unos pocos segundos y las transcribe: la mente corriendo a toda velocidad para
tocar y descifrar.
Ponga una situación, una propuesta en la boca de entrada y véala salir
por el otro extremo —con una forma “hermosa”—. ¿Lo no racional, diremos?
Lo que revela, quizá lo que Randall Jarrell llama la manera “romántica” por
oposición a la manera clásica, el salto hacia la respuesta y no el trabajo lapidario.
En realidad es el cerebro profundo quien está haciendo su trabajo.
Arriba y abajo, minando las venas más hondas y no solamente las interrelaciones
de las superficies conscientes.
O mejor, la superficie consciente en tanto se relaciona con la mente más profunda,
adelante y atrás, a la velocidad del relámpago, gobernada por las profundidades.
Lo que está “adentro” hace el trabajo, y “trabajo” es lo que hace dando respuestas.
Muchas veces da respuestas inoportunas.
Tome los diarios o una novela vendible o una obra de teatro. No revelan nada porque sólo
le dicen lo que usted ya sabe -si no, no la reconocería.
Esta sería una propuesta demasiado costosa.
Le dicen “le dimos la clave del asesinato” que usted ya había cometido cincuenta
veces en su propia conciencia. ¿Es eso revelador?
Sería tonto pensarlo. O le dicen en historias de “misterio” la misma cosa (tiene que
ser la misma para conformar a presidentes y taquígrafos), cosas en absoluto reveladoras, los
discursos de Churchill y Stalin y toda la charlatanería de la mente consciente, el pensamiento
preparado, el concepto ya ensayado.
¡Imagine un sermón proselitista! Uno de ésos para “conmoverlo” y que intenta
ser una revelación.
Y bien, la única razón por la que se conmovió es que usted no estaba ahí.
No lo estaba mirando. Estaba dirigido a usted. Usted no se daba cuenta pero él
lo estaba mirando. Lo tenía apuntado. Estaba (a su manera) acechándolo a usted
y cuando usted lo miró, ¡pum!, estaba atrapado.
Nada se ha revelado, más bien se ha velado todo —con el propósito de atraparlo;
¡idiota!
Pero la revelación, cuando lo advierte a usted, gira la cabeza —en dirección opuesta—.
No se puede cazar mediante la decepción.
La diferencia entre el que revela y los demás es que aquél se revela a sí mismo,
no a usted.
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William Carlos Williams
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Revelación
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