a. r. ammons

 

 

 

 

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mañana de pascua 

 

 

 

Tengo una vida que no prosperó,

que se hizo a un lado y se detuvo,

anonadada:

la llevo en mí como una gravidez o

como se lleva en el regazo un niño que

ya no crecerá o incluso viejo nos seguirá afligiendo

 

es a su tumba adonde más

a menudo vuelvo y vuelvo

a preguntar qué es lo que falla, qué

falló, a verlo todo bajo

la luz de otra necesidad

pero la tumba no se cierra

y el niño,

que se agita, habrá de compartir tumba

conmigo, viejo que se las

arregló con aquello que quedaba

 

cuando en esos lejanos días renovados vuelvo

a mi lugar natal, es práctico visitar

a todo el mundo, tías y tíos, aquellos que decían

pero mirad cómo ha crecido, y tías

de alhajero que tenían siempre alguna

chuchería en el bolsillo, ramitas de canela

o un centavo o cinco, y tíos que,

corrían los rumores, eran padres de primos

que murmuraban de ellos como de presencias grandes,

aunque turbulentas, y maestros

de escuela, casi todos más viejos

(y algunos más jóvenes) reunidos en un solo lugar

esperando, especialmente, aunque no a

mí, mamá y papá también, y otros cercanos,

cercanos como un escozor

bajo la piel, todos congregados

en el cementerio, vueltos polvo, y el mundo que

empuñaban, el mundo de sus problemas y sus dichas,

ido

el niño que hay en mí y no prosperó

mal preparado para que los otros se fueran,

para seguir en el cambio, las bendiciones,

los horrores, todavía está junto al camino, allí

donde ocurrió el percance, gritando que lo

ayuden, que vayan a arreglar aquello o no

saldremos adelante, pero los mayores que

debían retornar no pudieron o no

oyeron y no pararon el trajín y ahora,

digo yo en el cementerio, aquí tienen

el trajín, ahora ya no pueden regresar

con ayuda ni comentarios útiles, ahora

todos compramos las amargas

inconclusiones, recogemos los nudos

del horror, despotricando en silencio, y nos

seguimos estrellando contra finales vacíos, no

conclusiones, no redondeces donde

la plenitud se haya alojado hasta agotarse

me afinco en un muñón

de niño, yo mismo

o mi hermanito muerto, y grito

todo lo posible, no puedo partir de este lugar, pues

para mí es el más querido y el peor,

es la vida más próxima a la vida, que es

la vida perdida: es mi lugar, donde

debo quedarme y fracasar,

reclamando con llanto atención

a las ramas que no elevan

ramas al espacio, al aire desolado

que contiene ese mundo que fue el mío

 

por más que lo inconcluso

(& lo acabado) permanece y se consume

en el relámpago de la abrasada

estructura momentánea de ceniza, la

mañana de Pascua es de libro de dibujos

 

y letras perfectas: he salido a pasear:

el viento está sereno: el riachuelo

trabaja sin destellos en una abundancia

de serenidad: los pájaros desbordan

de voz: yo he visto algo que no había

visto nunca: dos grandes pájaros,

águilas quizá, de cabeza, cuello y alas

negras, aparecieron por el sur batiendo

las alas con firmeza; pasaron justo

sobre mí, bien alto, siempre

rumbo al norte: pero entonces uno,

el de detrás, viró un poco hacia la

izquierda y el otro pájaro siguió, por un minuto

al parecer sin darse cuenta: el primero

se puso a trazar círculos como si buscara

algo, planeando, recostando las alas

en la bajante de algunos de los círculos:

el otro pájaro volvió y volaron los dos juntos

por un rato, tal vez buscando una corriente;

dieron unas pocas vueltas más, posiblemente

remontando —al menos, era claro, descansando—,

y reemprendieron vuelo hacia lo lejos hasta

quebrar la línea de las matas y el bosque del

lugar: fue una visión de majestad

e integridad copiosas: tener

pautas y rutas, interrumpirlas

para explorar pautas distintas

o accesos mejores a las rutas, y luego el

retorno: una danza sagrada como la de la savia

en los árboles, permanente en sus descripciones

como las ondas en torno a las piedras

del riachuelo: nueva como este particular

flujo de ardor que rompe ahora a caernos

desde el sol.

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         easter morning

 

 

 

I have a life that did not become,

that turned aside and stopped,

astonished:

I hold it in me like a pregnancy or

as on my lap a child

not to grow or grow old but dwell on

 

it is to his grave I most

frequently return and return

to ask what is wrong, what was

wrong, to see it all by

the light of a different necessity

but the grave will not heal

and the child,

stirring, must share my grave

with me, an old man having

gotten by on what was left

 

when I go back to my home country in these

fresh far-away days, it’s convenient to visit

everybody, aunts and uncles, those who used to say,

look how he’s shooting up, and the

trinket aunts who always had a little

something in their pocketbooks, cinnamon bark

or a penny or nickel, and uncles who

were the rumored fathers of cousins

who whispered ofthem as of great, if

troubled, presences, and school

teachers, just about everybody older

(and some younger) collected in one place

waiting, particularly, but not for

me, mother and father there, too, and others

close, close as burrowing

under skin, all in the graveyard

assembled, done for, the world they

used to wield, have trouble and joy

in, gone

the child in me that could not become

was not ready for others to go,

to go on into change, blessings and

horrors, but stands there by the road

where the mishap occurred, crying out for

help, come and fix this or we

can’t get by, but the great ones who

were to return, they could not or did

not hear and went on in a flurry and

now, I say in the graveyard, here

lies the flurry, now it can’t come

back with help or helpful asides, now

we all buy the bitter

incompletions, pick up the knots of

horror, silently raving, and go on

crashing into empty ends not

completions, not rondures the fullness

has come into and spent itself from

I stand on the stump

of a child, whether myself

or my little brother who died, and

yell as far as I can, I cannot leave this place, for

for me it is the dearest and the worst,

it is life nearest to life which is

life lost: it is my place where

I must stand and fail,

calling attention with tears

to the branches not lofting

boughs into space, to the barren

air that holds the world that was my world

 

though the incompletions

(& completions) burn out

standing in the flash high-burn

momentary structure of ash, still it

 

is a picture-book, letter-perfect

Easter morning: I have been for a

walk: the wind is tranquil: the brook

works without flashing in an abundant

tranquility: the birds are lively with

voice: I saw something I had

never seen before: two great birds,

maybe eagles, blackwinged, whitenecked

and —headed, came from the south oaring

the great wings steadily; they went

directly over me, high up, and kept on

due north: but then one bird,

the one behind, veered a little to the

left and the other bird kept on seeming

not to notice for a minute: the first

began to circle as if looking for

something, coasting, resting its wings

on the down side of some of the circles:

the other bird came back and they both

circled, looking perhaps for a draft;

they turned a few more times, possibly

rising —at least, clearly resting–

then flew on falling into distance till

they broke across the local bush and

trees: it was a sight of bountiful

majesty and integrity; the having

patterns and routes, breaking

from them to explore other patterns or

better ways to routes, and then the

return: a dance sacred as the sap in

the trees, permanent in its descriptions

as the ripples round the brook’s

ripplestone: fresh as this particular

flood of burn breaking across us now

from the sun.

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1977 (1979)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

a. r. ammons
a coast of trees
1981

the complete poems of a. r. ammons

volume 2
1978–2005
edited by robert m. west

Traducción: Daniel Aguirre Oteiza & Marcelo Cohen

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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