agustín fernández mallo
carne de píxel
XXXIV premio poesía ciudad de burgos
2008
Carne de píxel, desde su mismo título, expresa y desarrolla una paradoja fundamental de la época de la hipercomunicación: el píxel se ha constituido en vía de acceso privilegiada a lo carnal, en el origen de su imagen, pero el píxel es en su origen una cifra, una no-imagen, un elemento irremediablemente «vacío». Por esa paradoja y ese vacío, viajan los dos personajes de Carne de píxel. Una mujer y un hombre que recorren en círculos una ciudad, que observan y capturan las imágenes de su geografía —una zanja, un periódico, una habitación, un papel higiénico—, viéndolas sin verlas, y las transforman en correlatos de su geografía emocional. Esta pareja ha viajado a una ciudad para comprender, o construir, o detener, su fin y su ruptura, el inevitable lastre de incomunicación que recorre cualquier diálogo, la soledad de cualquier unión.
páginas 7-8
mi cara digitalizada en el parpadeo de la pantalla. A mitad de la calle un portal, 1 m² de acera, 2 m³ de aire, escenario en el que el tiempo [emboscado en su abstracción sin masa ni peso] a fin de encarnarse saqueará el recuerdo. El tiempo a tu lado me mostró que no hay más razones para creer en la imposibilidad de la vida después de la muerte de las que hay para creerla igualmente imposible antes. Que la luz que a cada instante llega y te hace feliz y bien hecho son besos que lanzaste y en forma de verdad irrefutable [invisible] regresan [quién ve la luz]. Que la soledad del sprinter supera a la del corredor de fondo no porque llegue primero, sino porque imagina que llegará primero; pero, adónde. Sin habla, mirabas fijamente, apretabas mi mano, llorabas y llovía. Vi claro en ese instante [suma de instantes] por qué era tan bueno el verso tan malo que antes de morir recitó aquel Replicante, porque en tus ojos vi cosas que jamás ni yo ni nadie había visto, y todas se perderán [son simultáneas muerte y vida] como tus lágrimas en la lluvia. No hubo esta vez ningún pájaro blanco al vuelo para decirnos que algo muere en luz saturada para que otra cosa nazca en vacío [lo dijo Heinsenberg, lo dijo Heráclito, lo dijo Burgalat, lo dijeron tantos]. Sólo transparente opacidad. Ahora yo ya sólo aspiro a las enumeraciones.
página 9
fuiste la llama de mi razón alucinada. No había espacio donde apoyar ya mis símbolos. Te amaré tanto, decías, y aprendimos la importancia del café del desayuno en tanto yo salía a robar para ti naranjas. Devoramos el mundo, esa bestia sordomuda, para hacernos menos sordos, menos mudos, siguiendo una ley por la cual buscando crear y destruir energía la encuentras en belleza transformada. Yo no sabía qué pasa cuando un péndulo se detiene porque jamás había visto uno detenido. Llorabas y llovía. Vi cosas en tus ojos que nadie había visto, me apretabas la mano buscando exprimir aquella fruta robada a mí; a nadie; transgénico zumo de lluvia en lágrimas. La verdad es a veces tan verdad que se vuelve 100% cristalina, y así innombrable.
página 10
lo más difícil de narrar siempre es el presente. Su instantaneidad no admite proyecciones, fantasías, desenfoques. Yo no sé si todo aquello existió porque no sé si existe. No sé si son ciertas tus manos [aunque sí sé que verosímiles] bajo la lluvia, y tus ojos como Polaroids [irrepetibles y mostrando más de lo previsto]. Llorabas. Llovía. Quién deja a quién si todos andamos diferidos de nosotros mismos, dejando atrás lo que entendemos para no entender lo insoportable: que cada cual es uno y además no numerable, que vendrán otras, que vendrán otros, que asusta pensar hasta qué punto todos somos intercambiables. Sé que no podré olvidar cuanto vi en tus ojos: el aire ionizado sobre nuestras cabezas, tus manos apretadas [no sé exactamente qué visión pretendían refutar]. Puede que fuera yo quien lloraba, puede que fuera en mí donde llovía. Puede que aún me estés besando, o que aquel martes [por decir un día] jamás haya existido.
página 11
asusta pensar que el mundo construido por los amantes sea tan microscópico como larvado e incomunicable, pero es lo único que nos salva de otro susto de iguales dimensiones que es la muerte. La acera se hizo más verde porque otra luz apareció entre nosotros. Circunvalamos la ciudad en silencio. Llovía. Me invitaste a un Lucky, a fuego. No recuerdo si nos besamos. Te quise tanto y tan de verdad, te dije. Después, cada cual subió sus propias escaleras hacia leyes de la noche que convergen en alambres, insomnios; a mi pesar, literatura. Lo que vi en tus ojos corre el peligro de olvidarse porque ni nadie lo había visto ni nadie lo verá ya, y por destruir el silencio repetí mentalmente la cita de aquel libro de Valente que un día te dejé en el buzón de voz; hablaba de la única evidencia impalpable [de qué si no]; la noche que me dijiste de dónde vienes cuando regresé del WC y al contestar ya dormías. Soñabas un futuro necesariamente mejor. Después, ya digo, cada cual hacia sus propias escaleras: objeto de impredecible y doble dirección: microscopía que elaboran los amantes. Replicantes de un código de barras que jamás llegamos a vivir.
página 13
Las galaxias crecen
por procesos de fusión con otras
galaxias, dice Günter Hasinguer del
Instituto Max Planck, Alemania.
Las galaxias espirales,
que muestran mucha
formación estelar,
se unen y dan lugar a una elíptica.
Pero sus agujeros negros también
se acaban fusionando, y se convierten
en agujeros negros supermasivos
que expulsan el gas
de la recién formada galaxia elíptica.
Ése parece ser el panorama.
página 14
todo es superficie porque sólo existen trayectorias, porosas de sí, no vemos más que lo que hunden nuestros pies. Los alrededores: metáforas de esa soledad. Mirabas mi rostro durante horas en silencio cada noche. Todo es superficie. Hasta el amor carece de raíz: llorabas, llovía, ese agua sólo buscaba el riego que lo prendiera a la tierra, pero la tierra no existe, te digo. El agua se inventó para inocularnos la ficción de los campos de fuerzas, de la compañía, de un hilo de mensajes que vertical nos atraviesa. No así la luz, que se frena en la piel y pone en marcha el ansia del beso. Lo que vi en tus ojos jamás nadie lo vio, que fuimos la vida secreta del agua, y un juego de cuerpos para revalidar esa fuga sin cifra por la cual el ser humano es algo más que un trozo de saliva. Como todas las cosas que importan, nuestra alucinación no tuvo contemporáneos: un cristalizar sin agua, sin hilo argumental. Lo recuerdo. Hubo un día en que por primera vez vi pájaros desde tu ventana, creí que ellos también nos miraban, no lo entendí como el presagio de lo que vendría, sólo existen trayectorias y a ambos lados una luz que al fin se oxida entre dos manos apretadas en la despedida. Fuiste la llama de mi razón alucinada. El álgebra de mi transformación en animal: como ellos, a tu lado morí y no supe que había muerto [bendita seas], me volví inmortal. Divino tu cuerpo por catastrófico, radical, una línea de costa; por fractal.
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