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‘Antes de irme a hacer el oso con las ánimas de Plutón’ –como dijo el poeta, ‘quiero otra vez
estar celoso, otra vez dar mi corazón’. Y merodear con las siempre escasas palabras del lenguaje
a mujeres como Alice, que quizá sabe o siente que, con demasiada frecuencia, el orden nos
exime de ser libres, y ella va y viene por los caminos de la tierra, y muerde con dientes ácidos
el viento que pasa.
Alice es una mujer estilosa, elegante de esqueleto alto, larga de extremidades y delgada de
organismo, con unas manos anchas y prácticas, de dedos gruesos. Si viene del odio tal vez se
pregunte dónde queda el amor: hay un cariño que no nos deja casi nunca, quizá por eso se ha
sentado a un cuerpo de distancia de sí misma: para no ser un agua atravesada por gemidos.
‘A mí me gusta el encantamiento de ciertas tardes, cuando lo evidente no es real’ –dijo el poeta;
los niños, todavía puros, no confunden lo real con lo que es sólo tangible: quizá sean motivos
como estos los que han hecho que Alice ande, vague, recorra los caminos del mundo y se siente
en las pacas de paja, con esos espléndidos labios a la luz del sol.
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