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Christy tiene una belleza especial, armónica y elegante, tal vez como la belleza
de una gota que cuelga y comienza a alargarse. La belleza es la verdad de la forma
pero, a veces, esa verdad no es tan importante como debiera, y otras veces es
más importante de lo que debiera.
Christy se merecería, sin duda, el silencio, si nos concediéramos el derecho a callar
ante ciertos asuntos, pero un buen día decidimos que no, que no, que las insuficientes
palabras siempre lo intentarían, que no nos acogeríamos al derecho al silencio.
Hay una relación cierta entre la mirada que mantiene baja y su modo femenino de cerrar
la boca; y hay otra relación cierta entre la nariz afilada que baja y baja y esos labios
espesos que se cruzan parando el descenso.
Disciplinada y altiva como una princesa, con muchas sustancias dóciles y dulces y
sobrias y enteras, suavísima como la noche cuando se aterciopela de azul, Christy
está anocheciendo y jadea con las sienes oscurecidas, sin noticias, sin verde,
obligada amorosamente por su agrupada belleza.
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