Daniela, además de ser una piernas, quiere darle al grafiti total, quizá estimulada,

animada por la abigarrada muestra que tiene en el muro.

Uno siempre ha creído que el grafiti es un arte difícil, sobre todo porque carecemos,

en general, de toda práctica de dibujo o diseño en formato grande y en posición vertical,

que en la escuela nos enseñan a meter toda la fantasía que tengamos en un papel de

veinte por treinta o poco más, en horizontal y con el cuerpo sobre el dibujo o la pintura,

como protegiéndolo o asfixiándolo.

Daniela, esbelta y pulserona, estilosa y estilizada, alta y elegantosa, está impaciente

por darle al dedo, que cuando la pasión creativa se enciende es muy difícil contenerla.

A uno le gusta tocar el cencerro del bote de pintura, que apenas tintinea, pero suena bien

en contundencia de bola de metal contra el metal, aunque sea a cencerro tapado.

Hay sólo una pared para muchas decenas de artistas, de modo que Daniela tendrá que

buscarse su parche virgen, que desde aquí mismo se ve uno, pegado al suelo pero de

buen tamaño pinturero.

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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