Maryna es feliz o, por lo menos, está contenta o satisfecha y se estira, relajada,

mientras lee algo o recuerda algo agradable mientras lee.

Está hermosa así, sentada de pie, longitudinal y lineal y alta pero marcando la cadera,

con esos zapatos que parecen veletas.

Uno casi (casi) siente sus manos con las que se acaricia el cuello y el pelo, como

premiándose a sí misma, amándose, haciendo llegar al cuerpo de piel y músculos

la satisfacción de dentro. Y su sonrisa, que es bonita por sonrisa y porque Maryna está sola,

y quizá es más verdadera –porque carece de sentido que sea falsa- una sonrisa en soledad.

La curva de la cadera es una buena curva porque la sigue hacia abajo el combado muslo y,

hacia arriba, el costado, el flanco, que parece una playa femenina.

Maryna está en medio de un desorden de cajas de cartón y sobres y libros y expedientes,

y uno siente más cálido, más acogedor y humano un limpio desorden como este que algunos

órdenes que huelen a acero templado. La luz del sol, débil, entra y entra y moja los colores

cálidos de la oficina. Está bien, todo está bien.

 

 

 


 

 

 

 

 

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