jenny-parry

 

 

 

 

 

Descalza por el parque, con cinco espinas por un lado y cinco espinas por el otro, y haciendo

naturaleza como una gacela o una corneja o como el lirio de los valles, Jenny está hermosa como

una novia que hubiera llegado temprano al sol y al amor, después de haber madrugado como

una pastora de cabras.

Quizá esa mirada mala le venga de la rebeldía o quizá directamente de la antipatía, sin pasar por

los altos hornos. Jenny está hermosa con la belleza de dos mujeres: una con la nariz afilada y la otra

también; una con dos ojos verdes y la otra con unas cejas finas de mucha longitud.

Como está rebelde y tal, parece que se ha vestido con cualquier cosa, con lo primero que ha encontrado,

y puede que sea así, o puede que no, que no.

Se ha puesto el pelo bonito de pastora de cabras, como una cabra más del rebaño de cabras rubias

que saca al amanecer para que coman y anden un poco, casi cada día.

Tal vez ya es verano en el clima personal de Jenny, un verano con muchos nudos, ancho de hombros,

con avestruces y grietas solares. A ella le hubiese gustado ser cuidadora y amaestradora de delfines,

en el zoo de Ontario, pero se le cruzó la obligación, el deber de las cabras, y después de unos meses

de enfado, acabó diciéndose que venía a ser lo mismo, o casi lo mismo, y además con las cabras tenía

mucha más libertad, porque los delfines son muy tiranos y exigentes, aunque parezcan simpáticos y

cachondos.

Está hermosa de gorro negro, que viene a ser una negra corbata de cabeza, o una pequeña anticipación

de la noche, que no podía esperar todo el día para oler otra vez su pelo de pastora rubia, para masticar su

elástico cabello claro. Jenny lleva un top de sardina, brillante de escamas y azul de color, con muchos

escotes y grandes sisas.

Luego, más tarde, otro día, se pondrá los zapatos de tacón y el vestido amarillo y se irá a la verbena,

a bailar y a beber, a sudar entre el polvo espeso y el intenso olor a churros y a azahar, como cada verano,

que vuelve de la fiesta a la hora de sacar a las cabras, y luego se queda dormida entre los laureles,

o a la sombra de un almendro y, cuando se despierta, bosteza y se estira mientras las cabras la miran

como si nunca la hubieran visto, como si no la conocieran de nada, y ella las mira exactamente igual.

Todo esto forma parte de ella, de Jenny, aunque no lo cuente a nadie, a casi nadie, pero es su historia,

su vida, la sustancia atómica que le da una identidad y una forma de ser y una querencia.

 

 

 


 

 

 

 

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