Toni es una mujer guapa y la tenemos aquí mismo, como puesta por el ayuntamiento

y sin parquímetro, quieta y vestida de blanco, que es un color que resplandece pero,

aunque uno aprecie el relieve del bordado, un vestido que es una extensa nevada sin saltos,

sin sorpresas, sin esquiadores, resulta más bien monótona, sosa, incluso aburrida y saciante

como beber y beber leche y más leche.

Si por lo menos fuera cierto que –como se dice- todas las cumbres son borrascosas.

Qué porte, qué elegancia en el gesto, (como) sostenida por muchas sustancias dulces, sobrias

y enteras. Y los ojos: los ojos de los linces, los ojos de los pavos, los ojos de los peces, los ojos

de Toni, los ojos.

A Toni le gusta pintarse (a veces demasiado) los labios y los pómulos, de cualquier color: beige

rosado, bronce oscuro, canela cobrizo, rosa azulado, negro, azul eléctrico, rojo rosado, violeta

ahumado, cacao, dorado, malva, miel, tabaco, rojo ladrillo, verde, turquesa, gris oxford. Porque,

como otras mujeres, no busca tanto la belleza, sino la guerra.

Claro que hay que juzgar a un hombre (y más a una mujer) por su infierno.

 

 

 

 


 

 

 

 

 

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