Zuzana está de pie, erguida y quieta, parada, detenida, mirando, tal vez escuchando algo o a alguien.

Se ha plantado entre luces, entre muebles, entre salidas o entradas.

Está perfectamente erguida sin esfuerzo, en la paz de una sola línea, exacta como una gota en el puro

hueso o en la cruda sombra.

Tal vez al borde de una tumba o a la orilla de un río o en un puente sin barandillas o en una casa encantada.  

A uno le sorprende la verticalidad natural y casi geométrica de su estar de pie, es una perfecta bípeda,

mientras que el resto de presuntos bípedos de la especie lo somos sólo por aproximación, por exclusión:

somos bípedos porque no usamos las cuatro patas, más que por que usemos solamente dos, como hace

perfectamente Zuzana.

Como dijo el poeta, soy el ‘amoroso notario de las intimidades’ de esta hermosísima bípeda implume,

mujer que, sin pensar en nada más allá, tal vez suelta el mirlo y se pone a decirnos sus palabras, tiernas

como lechugas recién cortadas.

 

 

 


 

 

 

 

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