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Amanda nos observa desde la altura de sus piernísimas, finas como las patas de un caballo de carreras,
a las que ha añadido la altura en tacones de sus zapatos, que son como los duros cascos del pura sangre
de finísimas piernas en el que Amanda se ha montado para ir por el mundo ganando carreras, saliendo
la primera ya de la curva de tribunas, llegando a meta con la ventaja de todo su cuerpo serrano y entero.
Está hermosa de mirada distante y de gorro de lana y de nalgas frescas que parecen una palmada;
está hermosa de pelo ondulado y del chal que la viste.
Con cada Amanda que aparece o pasa por la vida, uno está dulcemente condenado a recordar a la Amanda
de la canción, de sonrisa ancha, la lluvia en el pelo, no importaba nada porque iba a encontrarse con él.
A uno le gusta la pared de color verde braga y los radiadores rosa pálido y las ventanas que no encajan
y la silla de muchas fundas y muchos complementos y muchos suplementos, que tiene que ser comodísima.
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