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ANDRÉS RÁBAGO

conciencia, razón, arte

 

El Roto

 

Camarón que se duerme (se lo

lleva la corriente de opinión)

 

Mondadori, 2012, 112 pp.

 

JAVIER GARCÍA RODRÍGUEZ

 

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una nueva y magnífica recopilación de viñetas

que resisten

allí donde los medios ya no ejercen la resistencia

 

 

Saber quién manda: ése es el espacio de discusión que se plantea el quisquilloso y atorrante Humpty Dumpty.

«Lo importante no es dónde están los sitios, sino quién dibuja los mapas»

rescribe El Roto. Porque ya lo sabía el viejo huevo hermeneuta: lo que las palabras hacen por nosotros, lo que las imágenes hacen por nosotros, lo que las historias hacen por nosotros, todo ello se mueve en el espacio del poder y sus hipóstasis.

Siguen creándose mitos, pero, esta vez, son mitos de saldo, sin pensamiento, sin logos, gangas en el mercado del outlet de las ideas.

La producción de sentidos se rebaja al pensamiento único, a la moda última, a lo que de guay pudiera tener lo que está in; o al arrinconamiento de las ideas propias, de las voces individualizadas:

la «falacia del coolhunter», podríamos llamarla; arrasar con la originalidad convirtiéndola en lugar común (cuando, en realidad, más que lugar común, lo que se necesita es un común lugar).

 

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La obra de Andrés Rábago

nace en el descreimiento

y llega a la voluntad de

transformación

—individual y colectiva—.

Es proclama, aforismo,

adagio, sátira, poema

 

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Los social media han asumido, sin discriminación, el proyecto de la colonización de nuestros relatos, como muy bien ha estudiado Christian Salmon en Storytelling. La máquina de fabricar historias y de formatear las mentes (2008).

La manipulación como estrategia.

El miedo como objetivo.

Cómo no echar de menos —a estas alturas— a la vieja retórica, con su deseo de conmover los auditorios y con su legítimo objetivo de persuadir. 

Qué lejos su primigenio principio de respeto a la verdad como destino final y a la transformación del status quo como prioridad. En cambio, prima hoy, con su riesgo, la opinión, la opinión común, la corriente de opinión, la doxa transmitida y retransmitida por los medios (que es entonces dogma), con su poder calmante, laxante y narcótico.

A esta corriente de opinión le enfrenta El Roto, en Camarón que se duerme, una corriente de conciencia. 

 

La obra de Andrés Rábago nace en el descreimiento y llega a la voluntad de transformación —individual y colectiva—. Es proclama, aforismo, adagio, sátira, poema. El lenguaje verbal, con su densidad, su condensación, su potencia múltiple, se une al lenguaje visual, con sus luces y sus sombras, sus ojos pequeños, sus miradas huidizas, sus muecas, para alcanzar valores expresivos y estéticos altísimos, pero que no empañan la elevada carga de crítica política y social.

La vieja dialéctica ética/estética en la obra artística se pone en entredicho en las viñetas de El Roto:

ningún nuevo espacio de acción creativo es ajeno a un nuevo espacio de acción social. Su arte es un arte de resistencia entre la metáfora y la ironía, entre la paradoja y la elipsis. Es un arte vivamente figural como el poema, vagamente mimético como la pintura, esencialmente político como el panfleto, estrictamente humano como toda creación necesaria.

 

Su código mixto trasciende el orden, desarticula la recepción pasiva, desautomatiza la lectura plana de la realidad.

Solicita del ¿lector? una toma de postura que anule la comodidad. La crítica de los valores imperantes, transitados acríticamente por un individuo a quien se le pide pasividad y aceptación, exige la respuesta de un individuo ilustrado (y qué raro se hace seguir reivindicando una lectura ilustrada de la realidad) que se arma de razón.

Una razón que sirva para poner de manifiesto el descrédito de una sociedad en la que predominan los mecanismos del burdo control emocional («seducir al electorado», dicen estos días algunos de nuestros políticos), el adocenamiento y la rutina, el control de la información («hemos perdido por ausencia de relato», dicen algunos otros de estos políticos), el continuo afán de unificar, normalizar, el temor a imaginar, a des-velar.

 

Todo a la carta en ochenta canales: la publicidad que enjuga las lágrimas; la publicidad que empaña las ventanas; la publicidad que limpia la sangre real; la publicidad que difumina las personalidades. La información que oculta las lágrimas; la información que tupe las ventanas; la información que ensucia la sangre real; la información que se personaliza.

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La propuesta de El Roto es, ya lo hemos dicho, la resistencia

allí donde los medios parecen haber renunciado (¿estuvieron

allí alguna vez?) y donde la palabra quiere reservarse para

el noble arte de la ventriloquía.

 

La propuesta es la conciencia como razón y la razón como arte.

No parece haber en su modo de mirar un abandono, ni una

queja cómoda.

¡Cuánto daño hace la cultura de la queja!

Probablemente más que la cultura del espectáculo, tan denostada.

El Roto pone el acento en la necesidad de repensar lo efímero, 

en la paradoja de una sociedad que pone a nuestro alcance

toda la información de manera inmediata, pero que, en

contrapartida, aboca esa información al olvido inmediato.

Estoico sin escuela, epicúreo a su modo, cínico sin estridencias,

con sus viñetas El Roto se nos muestra como un Diógenes que, 

candil en mano, ilumina este viejo barril que llamamos mundo

actual.

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