En vivo y en silencio. Atormentado,

a Dios me lo sacaron por los ojos.

Lo tenía la sangre con cerrojos,

sumergido en amor: Dios maniatado.

Ahora miro en mí por si han dejado

aunque no sea más que unos despojos:

el eco de una voz, los muros rojos,

el ámbito interior de un desollado.

Lo sacaron con luz; una mirada

fundió mi dulce condición de ciego

y me dejaron un extraño frío.

¡Cuánta luz, cuánto hielo, cuánta nada!

Ahora, donde Dios era de fuego,

donde hablaba el dolor, llora el vacío.

 

 

 

1953

 

de Primeros poemas

 

 

 


 

 

 

 

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