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cuarto poema

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El hombre tiene un solo cuerpo,

Como una celda incomunicada,

El alma ya está harta

De esa envoltura apretada,

Con los ojos y los oídos

De tamaño tan escueto,

Con la piel –pura cicatriz-

Que viste el esqueleto.

A través de la retina vuela,

Hacia el manantial del cielo,

Hacia el eje helado,

Hacia la carroza de pájaro,

Y oye desde las rejas

De su prisión viviente,

El parloteo de bosques y prados,

La trompeta de los siete mares.

Es un pecado tener el alma sin cuerpo,

Es lo mismo que un cuerpo sin camisa,

Como si no tuviera ni obra, ni proyecto,

Ningún designio, ni una sola línea.

Puros enigmas sin ninguna clave.

Pues, quien volvería hacia atrás,

Después de haber bailado

Donde nadie bailaría jamás.

Y sueño con un alma diferente,

Vestida de otra manera,

Que arde, recorriendo siempre

El camino entre la timidez y la espera,

Como una llamada seca, sin reflejo,

Que corre al ras del suelo

Y como un recuerdo, nos deja

El ramo de las lilas en la mesa.

Corre, niño; no te apiades

De Eurídice desdichada,

Echa rodar por el mundo

Tu aro de cobre con una vaca,

Mientras, apenas audible,

Pero respondiendo a cada paso,

La tierra suena en los oídos

Tan alegre y austera.

 

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Arseni Alexandrovich Tarkovski

traducción de Irina Bogdaschevski.

Buenos Aires, Argentina

Diario de Poesía Nro. 6

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

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