artículo de investigación:

 

el señor F.

 

 

 

Conviene, es necesario que en este momento despejemos un par de supuestos

que —sin duda— están actuando para que todos tomemos el caso del señor F.

como una ficción o una irrealidad, es decir, para que todos expulsemos enseguida

de nuestras mentes el hecho de que el señor F. sea uno de nosotros, cualquiera

de nosotros, cada uno de nosotros.

 

 

Debemos recordar que la designación del señor F. tiene un sólo motivo, ajeno

por completo al asunto que estamos investigando, y que tal motivo es que nadie

nos denuncie por haber expuesto aquí, públicamente, su caso personal.

 

Sin embargo, es claro que el señor F. es tan personal como cada uno de nosotros,

no es un ejemplo ni una abstracción ni un dato estadístico. Ese tipo al que hemos

llamado señor F. tuvo una esposa, dos hijos, un trabajo, unos amigos y unos conocidos,

tuvo una vida que fue tan real o irreal como cualquiera de las nuestras.

 

 

De este señor F. que se acaba de morir con una muerte humana y vulgar, preguntamos

con insistencia: ¿alguien lo quiso —en el sentido común del término— durante los años

en que estuvo vivo?

 

 

El zapatero al que acudió para que le hiciera un agujero más en el cinturón que se le

quedó estrecho, pasó con el señor F. más de 5 minutos: exactamente 11, pero no es este

tipo de tiempo el que queremos investigar cuando preguntamos si fue realmente necesario,

en algún momento de su larguísima y plana existencia, que alguien estuviera más de 5

minutos con el señor F.

 

 

Ahora mismo sólo intentamos impedir cualquier modalidad de fuga mental, aquí, entre

nosotros. Queremos obligarnos a mirar donde se debe mirar y no sólo por los alrededores,

o a los lados, o detrás. Se debe mirar donde duele porque ahí es donde nos evadimos,

donde nos escapamos para no ver la mierda que es nuestra vida, no por ser la nuestra

sino por ser la vida.

 

 

Somos capaces de aturdirnos, de alegar cualquier indisposición, cualquier despiste,

cualquier cosa que nos permita engañarnos, mejor si es por completo y para siempre.

 

Nadie recuerda qué dijo o pudo decir alguna vez, en su larga vida, el señor F.; nadie,

ni siquiera su esposa, recuerda de qué color eran sus ojos. Y sabemos que no es esto

lo relevante, desde luego, sino que se trata sólo de una señal, de un signo, de que

el señor F. no importó nada a ninguno de sus más allegados. Como cualquiera de nosotros:

repetimos: como cualquiera de nosotros.

 

 

Si alguien se considera una excepción, un ser especialmente amado por la humanidad

o por el universo, por sus varios amantes o porque fue despedido por todos los presidentes

de gobierno en un día que se declaró de luto nacional, que ese estúpido revise su vida,

una y otra vez, hasta nivelarla con todas las demás vidas, que es la única verdad que

podemos aceptar para él, por un compromiso de estricta justicia.

 

 

 

 

 

 

 

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