blanca andreu: fábula de la fuente y el caballo

 

 

Capitán Elphistone

1988

 

 

 

recita Tomás Galindo

 

 

a Beatriz de Laiglesia y Werner Aspenström

 

 

Dicen que murió un caballo.

Contaron que pasó como una sombra, que galopaba

como noticia que va corriendo

todos los días hasta la fuente -agua y sonidos blancos,

jaurías blancas y galgo crepitar-

todos los días entre la nieve y en el deshielo, sobre la

hierba de mayo, año tras año

huía de los lobos

ese caballo que ahora está muerto

atravesaba los bosques encendidos por la luna

quien lo saludaba fríamente.

Era castaño -acaso era una yegua-

ese caballo del que hablo. Nunca lo podré conocer.

Me han dicho que pasó como una sombra

que su vida no fue sino una sombra y sin embargo el caballo

era luz.

Era un caballo ateniense. En sus ojos brillaba el fuego

de la verdad y la belleza,

pero nadie lo conoció.

Ese caballo que ahora viene vigilante hasta este poema

con los ojos agrandados por el insomnio de la muerte,

con la mirada de mi hermano y la sonrisa de fábula

a veces miraba a los hombres,

pero los hombres no sabían prestar atención a un caballo.

Ni el sabio ni el indiferente se preocuparon de indagar.

Y así el caballo pudo ir año tras año

hasta la fuente aquella y dicen

que se hicieron compañía

durante los durísimos tiempos.

No hablaban más que de sus cosas

en un lenguaje desconocido, más misterioso que el sueco

aquel caballo y aquella fuente.

La fuente era una comadre de las que todavía quedan,

vividora, aficionada

a los chismes.

El caballo era un caballero, no puede decirse otra cosa.

Dicen que galopaba como noticia que va corriendo

a propagar la prosperidad, como un mensaje

del rojo del verano.

Y nadie lo escuchó sino la fuente, nadie supo su signo

ni su símbolo,

nadie quiso saber sino la fuente de aquel caballo color hoja seca.

En el interior de un verso sueco descansa de su soledad

y ahora ha negado a este poema antes del amanecer

con grandes ojos semejantes a los de un antiguo profeta,

con ojos que no se preguntan si fue dios quien hizo la

muerte,

con grandes ojos elevados

a la categoría de potencias.

Sueño y sendero, sangre y oscuridad

que suenan como campanadas.

Hacia dónde vuelan. De su paso no queda

vestigio alguno. Y el caballo -desde la noche- mira y aprueba

no los ojos de la desapacible

sino la última luz de una brizna de hierba.

 

 

 

 

 

 

 

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