carlos pardo
poemas
de el invernadero
no sin perder el hilo
entre libro y libro
de desvelo sin paisaje
yo también lo titulo amor fou
un dos piezas
de echado a perder
un oasis: el-habla
calendario pagano
algún inédito
una semana
no sin perder el hilo
Bajo el pequeño foco
que formaban los árboles
una tarde perfecta de verano,
leía a Yves Bonnefoy
no sin perder el hilo
por lo bucólico de aquel refugio.
Esta planta canija
la recuerdo de aquella granja escuela
a la que fui con el colegio en 4º.
Crecía alrededor de los servicios,
pegada a la madera. Fue un mes calenturiento
pero con lluvia
y barro, lo recuerdo:
esperar
a que escampase
con un cómic de Astérix: Los Laureles del César.
Paz,
apoyada en mi pecho,
la cara descansando a la sombra de un libro
—Los monederos falsos—, vivía en otro mundo
del que yo me escapaba, a cada rato,
para cumplir conmigo y el presente
leyendo un verso más
hasta cansarme
y deducir —sin gusto—
que cada intensidad de este momento
tiene su referente en la memoria.
de el invernadero
yo también lo titulo amor fou
El mar fue gris
o amarillo,
a pesar
de no tenerlo en cuenta.
Medía el brillo de la piel,
su precisión de aguja
pespuntando tristezas:
—La nuestra no es historia conyugal.
Trueque de pulsos, ajedrez del dolor…—
Mi nerviosismo.
La dulce economía de su espera.
En la orilla
de noche
no se soporta solo
el peso de los astros.
De la costa salimos sin sorpresa.
de desvelo sin paisaje
un oasis: el-habla
Quien regresa
no del desierto
sino del autobús que viaja
de un oasis a otro,
no ha aprendido a callar.
Equidistante
de Marruecos y Libia,
los idiomas lo hallan clavado junto al cauce
de una conversación prehistórica.
Da fe de las estrías del aliento,
del deterioro artesanal.
En la necrópolis
un perro escarba
la escombrera del cielo.
El cinturón de aljibes
adorna el vientre estéril.
De espaldas a la foto de grupo,
la duna espera la llamada al orden.
de echado a perder
una semana
En la primera ecografía no
tenía corazón.
Una semana amando
tres centímetros sin corazón.
Y lo más parecido
a la pequeña mancha
negra era un pequeño
ataúd. Un nudo del tamaño
de un huesito de pollo
en la garganta.
Y lo más parecido a amanecer
velando tu respiración:
el jadeo del mar bajo un cielo de estaño.
Recordé a un poeta
cantor de la familia
tardocapitalista
y te hizo gracia.
Una semana después
la libertad.
inédito
un dos piezas
Al final del poema estaré yo.
Me reconoceré por la misma tos seca
que da ritmo a los cambios
y por una sonrisa diluida
en pudor criminal. Autorretrato:
la excusa por la voz venida a menos,
moral de desayuno y hermetismo
sin centro. La sorpresa
no la provoca el interior partido,
sino lazos de humo
como arterias del ánimo,
líneas voluntariosas como olas en racha:
ponen a régimen la historia del carácter,
tensan las decisiones,
dan al azar grisura de amigos con pareja.
Una mañana
me dejó a orillas del hogar
—no en uno de esos despertares
que abren un día falso, paralelo
y desmenuzan la memoria,
sino en la merecida realidad
de tres años después
con gente más estúpida,
vapor, muebles sin gusto, laxitud,
tacto dominical algo forzado—
y yo pasé de incógnito ante lo repentino de las huellas
y di a la confianza camuflaje de asombro.
¡Arrópame, dolor,
carne despierta,
no me abandones en la sequedad
ni en una tristeza
de patio interior!
El ombligo no nutre, más bien da
separación: abajo
bien dotado para la elegía;
arriba, las pestañas,
escobas desdentadas,
barren casquillos.
Biografía: pretexto
para los funerales del destino.
Una suma de fugas.
Esperar que alguien vuelva.
Y al esperar no sabes quién se aleja.
de desvelo sin paisaje
calendario pagano
He decidido no marcharme.
A oscuras, adherido a la alfombra,
me pregunto qué añado
y una voz interior susurra:
apéate,
es de noche en la comarca,
ella va en busca de su rito,
de su san juan valpurgis,
cuadrículas de cielo plano,
apuntadoras…
díselo así: ni madurez ni fruto,
por eso me iba a ir,
por no perpetuar.
Hoy todo lo resumes tú, Saturno,
pero si dios es una araña
tejerá en los blasones que los enamorados
graban en las encinas,
la basura de los aniversarios.
Si no lo es o si el amor no existe,
si heredamos un molde para vagas
analogías vegetales,
qué hago yo aquí contigo, conviviendo.
Quería irme porque mi corazón
no tiene pedigrí.
Habito una prudencia inexpresiva
y a veces cojo adrede la postura
mala para soñar
o sostenerme: un pie en tierra,
diez centímetros
bajo tierra,
y el otro dando una patada al aire.
de echado a perder
entre libro y libro
Las nueve menos cuarto.
Una mosca se posa en una cuerda.
Comienza a anochecer.
Esta ciudad parece de la costa
pero es tan sólo un pueblo
rodeado de fábricas de piel
y arena, mucha arena.
Por el aire, morado,
se suceden sin orden en su vuelo
algunas golondrinas
y la publicidad de un altavoz.
Ya son las nueve en punto.
Acabo este poema.
La mosca se ha posado en mi rodilla.
de el invernadero
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