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clarice lispector

 

 

revelación de un mundo

a descoberta do mundo

 

 

 

Traducción: Amalia Sato

Adriana Hidalgo editora

2005

Buenos Aires

 

 

 

 

lección del hijo

 

 

 

Recibí una lección de uno de mis hijos, antes de que él cumpliera 14 años.

Me habían telefoneado avisándome que una muchacha que yo conocía iba a tocar por televisión,

en transmisión del Ministerio de Educación.

Prendí el televisor, pero con grandes dudas.

Yo la había conocido personalmente y era una muchacha excesivamente suave, con voz de niña,

y algo femenino infantil.

Y me preguntaba: ¿tendrá fuerza al piano?

La había conocido en un momento muy importante: cuando ella iba a elegir el

“camisón de la noche de bodas” para su casamiento.

Las preguntas que me hacía eran de una franqueza ingenua que me sorprendía.

¿Tocaría ella el piano?

 

Empezó. Y, Dios, sí que tenía fuerza.

Su rostro era otro, irreconocible.

En los momentos de violencia apretaba fuertemente los labios.

En los instantes de dulzura entreabría la boca, entregándose por completo.

Y transpiraba, de su frente se escurría el sudor por su rostro.

Por la sorpresa de descubrir un alma insospechada, se me nublaron los ojos,

la verdad es que yo lloraba.

Vi que mi hijo, casi un niño, se había dado cuenta, y le expliqué:

estoy emocionada, voy a tomar un calmante. Y él:

 

—¿No sabes diferenciar emoción de nerviosismo? Estás teniendo una

emoción.

Entendí, acepté y le dije:

—No voy a tomar ningún calmante.

 

Y viví lo que merecía vivirse.

 

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lição de filho

 

 

Recebi uma lição de um de meus filhos, antes dele fazer 14 anos.

Haviam me telefonado avisando que uma moça que eu conhecia ia tocar

na televisão, transmitido pelo Ministério da Educação.

Liguei a televisão, mas em grande dúvida.

Eu conhecera essa moça pessoalmente e ela era excessivamente suave,

com voz de criança, e de um feminino-infantil.

E eu me perguntava: terá ela força no piano?

Eu a conhecera num momento muito importante: quando ela ia escolher a

“camisola do dia” para o casamento.

As perguntas que me fazia eram de uma franqueza ingênua que me

surpreendia. Tocaria ela piano?

 

Começou. E, Deus, ela possuía a força.

Seu rosto era um outro, irreconhecível.

Nos momentos de violência apertava violentamente os lábios.

Nos instantes de doçura entreabria a boca, dando-se inteira.

E suava, da testa escorria para o rosto o suor.

De surpresa de descobrir uma alma insuspeita, fiquei com os olhos

cheios de água, na verdade eu chorava.

Percebi que meu filho, quase uma criança, notara, expliquei:

estou emocionada, vou tomar um calmante. E ele:

 

-Você não sabe diferenciar emoção de nervosismo?

Você está tendo uma emoção.

Entendi, aceitei, e disse-lhe:

-Não vou tomar nenhum calmante.

 

E vivi o que era para ser vivido.

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