clarice lispector

 

 

revelación de un mundo

a descoberta do mundo

 

 

traducción: Amalia Sato

Adriana Hidalgo editora

octubre de 2005

Buenos Aires

 

 

 

 

temas que mueren

 

 

Siento en mí que hay tantas cosas sobre las que escribir.

¿Por qué no? ¿Qué me lo impide? La exigüidad del tema tal vez, que haría que se

agotara en una palabra, en una línea.

A veces es el horror de tocar una palabra que desencadenaría millares de otras, no

deseadas.

Mientras tanto, el impulso de escribir.

El impulso puro —incluso sin tema.

Como si yo tuviera la tela, los pinceles y los colores —y me faltara el grito de liberación,

o la mudez esencial que es necesaria para decir ciertas cosas.

veces mi mudez hace que busque a personas que, sin que ellas lo sepan, me darán

la palabra clave.

Pero ¿quién? ¿Quién me obliga a escribir?

El misterio es ése: nadie, y sin embargo, una fuerza me impulsa.

Ya quise escribir lo que se agotaría en una línea.

Por ejemplo, sobre la experiencia de ser desorganizada, y de repente la pequeña fiebre

de organización que me asalta como a una antigua hormiga.

Es como si mi inconsciente colectivo fuera el de una hormiga.

Yo también quería escribir, y serían dos o tres líneas, sobre cuando un dolor físico pasa.

De cómo el cuerpo agradecido, todavía jadeando, ve hasta qué punto el alma es también

el cuerpo.

Y es como si fuera a escribir un libro sobre la sensación que tuve cierta vez que pasé

varios días en casa muy engripada —y cuando salí debilitada por primera vez a la calle,

había un sol cálido y gente en la calle.

Y de cómo me salió una exclamación entre infantil y adulta: ah, qué lindos son los demás.

Es que salía de lo oscuro mío hacia lo claro que también descubría que era mío, es que

salía de una soledad de personas hacia el ser humano que movía piernas y brazos y

tenía expresiones en la cara.

Sería también inagotable escribir sobre el beber mal. Bebo muy de prisa, y no hay

alternativas: o prácticamente me adormezco dentro de mí y me quedo lenta, pensativa

sin que ni un pensamiento se aclare como un hallazgo, o me excito diciendo tonterías

del mayor brillo instantáneo.

Pero —pero hay un instante mínimo y en ese estado en que simplemente sé cómo es

la vida, cómo soy, cómo son los otros, cómo el arte debería ser, cómo el abstraccionismo

por más abstracto no es abstracto.

Ese instante solamente se desmerece porque lo olvido todo después, casi en el momento.

Es como si el pacto con Dios fuera éste: ver y olvidar, para no ser fulminado por el saber.

Y a veces, por absurdo que sea, me parece lícito escribir así: nunca se inventó nada más

allá de la muerte.

Y agrego: debe ser un goce natural, el de morir, pues es parte esencial de la naturaleza

humana, animal y vegetal, y también las cosas mueren.

Y, como si hubiera relación con ese descubrimiento, viene el otro obvio y espantoso: nunca

se inventó un modo diferente de amor corporal que no sea extraño y ciego.

Cada uno va naturalmente en dirección a la reinvención de la copia, que es absolutamente

original cuando realmente se ama.

Y de nuevo vuelve el asunto muerte. Y aparece la idea de que, después de morir, no se va al

paraíso, morir es el paraíso.

La verdad es que simplemente me faltó el don para mi verdadera vocación: dibujar.

Porque yo podría, sin ninguna finalidad, dibujar y pintar un grupo de hormigas caminando o

detenidas —y sentirme completamente realizada en ese trabajo.

O dibujaría líneas y líneas, una cruzando a la otra, y me sentiría toda concreta en esas líneas

que los otros tal vez llamarían abstractas.

Yo también podría escribir un verdadero tratado sobre comer, yo que gusto tanto de comer

y que sin embargo no como tanto. Terminaría siendo un tratado sobre la sensualidad, no

específicamente la del sexo, sino la sensualidad de “entrar en contacto” íntimo con lo que

existe, pues comer es una de sus modalidades —y es una modalidad que engage de algún

modo al ser entero.

También escribiría sobre reír de lo absurdo de mi condición. Y al mismo tiempo mostrar lo

digna que es, y usar la palabra digna me hace reír de nuevo.

Yo hablaría sobre frutas y frutos. Pero como quien pintase con palabras. Por otra parte,

verdaderamente, ¿escribir no es casi siempre pintar con palabras?

Ah, estoy llena de temas que jamás abordaré.

Vivo de ellos, sin embargo.

 

 

 

 

temas que morrem

 

 

 

Sinto em mim que há tantas coisas sobre o que escrever. Por que não? O que me impede? A

exiguidade do tema talvez, que faria com que este se esgotasse em uma palavra, em uma linha. Às

vezes é o horror de tocar numa palavra que desencadearia milhares de outras, não desejadas, estas.

No entanto, o impulso de escrever. O impulso puro – mesmo sem tema. Como se eu tivesse a tela,

os pincéis e as cores – e me faltasse o grito de libertação, ou a mudez essencial que é necessária

para que se digam certas coisas. Às vezes a minha mudez faz com que eu procure pessoas que, sem

elas saberem, me darão a palavra-chave. Mas quem? quem me obriga a escrever? O mistério é esse:

ninguém, e no entanto a força me impelindo.

Eu já quis escrever o que se esgotaria em uma linha. Por exemplo, sobre a experiência de

ser desorganizada, e de repente a pequena febre de organização que me toma como a de uma

antiga formiga. É como se o meu inconsciente coletivo fosse o de uma formiga.

Eu também queria escrever, e seriam duas ou três linhas, sobre quando uma dor física

passa. De como o corpo agradecido, ainda arfando, vê a que ponto a alma é também o corpo.

E é como se eu fosse escrever um livro sobre a sensação que tive uma vez que passei vários

dias em casa muito gripada – e quando saí fraca pela primeira vez à rua, havia sol cálido e gente na

rua. E de como me veio uma exclamação entre infantil e adulta: ah, como os outros são bonitos. É

que eu vinha do escuro meu para o claro que também descobria que era meu, é que eu vinha de

uma solidão de pessoas para o ser humano que movia pernas e braços e tinha expressões de rosto.

Também seria inesgotável escrever sobre beber mal. Bebo depressa demais, e não há

alternativas: ou praticamente adormeço dentro de mim e fico morosa, pensativa sem que um

pensamento se esclareça como descoberta, ou fico excitada dizendo tolices do maior brilho

instantâneo. Mas – mas há um instante mínimo nesse estado em que simplesmente sei como é a

vida, como eu sou, como os outros são, como a arte deveria ser, como o abstracionismo por mais

abstrato não é abstrato. Esse instante só não vale a pena porque esqueço tudo depois, quase na

hora. É como se o pacto com Deus fosse este: ver e esquecer, para não ser fulminado pelo saber.

E às vezes, por mais absurdo, acho lícito escrever assim: nunca se inventou nada além de

morrer. E me acrescento: deve ser um gozo natural, o de morrer, pois faz parte essencial da

natureza humana, animal e vegetal, e também as coisas morrem. E, como se houvesse ligação com

essa descoberta, vem a outra óbvia e espantosa: nunca se inventou um modo diferente de amor de

corpo que é estranho e cego. Cada um vai naturalmente em direção à reinvenção da cópia, que é

absolutamente original quando realmente se ama. E de novo volta o assunto morrer. E vem a ideia

de que, depois de morrer, não se vai ao paraíso, morrer é que é o paraíso.

A verdade é que simplesmente me faltou o dom para a minha verdadeira vocação: a de

desenhar. Porque eu poderia, sem finalidade nenhuma, desenhar e pintar um grupo de formigas

andando ou paradas – e sentir-me inteiramente realizada nesse trabalho. Ou desenharia linhas e

linhas, uma cruzando a outra, e me sentiria toda concreta nessas linhas que os outros talvez

chamassem de abstratas.

Eu também poderia escrever um verdadeiro tratado sobre comer, eu que gosto de comer e

no entanto não como tanto. Terminaria sendo um tratado sobre a sensualidade, não

especificamente a de sexo, mas a sensualidade de “entrar em contato” íntimo com o que existe, pois

comer é uma de suas modalidades – e é uma modalidade que engage de algum modo o ser inteiro.

Também escreveria sobre rir do absurdo de minha condição. E ao mesmo tempo mostrar

como ela é digna, e usar a palavra digna me faz rir de novo.

Eu falaria sobre frutas e frutos. Mas como quem pintasse com palavras. Aliás,

verdadeiramente, escrever não é quase sempre pintar com palavras?

Ah, estou cheia de temas que jamais abordarei. Vivo deles, no entanto.

 

 

 

 


 

 

 

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