Constance va decorada, puesta, embellecida de replicante, como aquellos hermosísimos replicantes

a los que un blade runner debía retirar de la circulación, más humanos que los humanos pero con fecha

de caducidad programada.

El cabello claro y corto; los ojos azules; los rasgos perfectos; y, en la mirada, el autodominio, la disciplina,

la determinación.

Como replicante no sería propiamente una mujer, sino un organismo femenino diseñado para el espacio

exterior, para trabajar y luchar en las más remotas galaxias, para ver la explosión de las estrellas,

los amaneceres múltiples, el color de los satélites de Júpiter.

Pero además, también, la tristeza de la mirada: pronto, enseguida, en un plazo breve de tiempo que

desconoce, la hermosísima replicante que ahora es Constance va a perder todos sus recuerdos,

la propia historia, y será apartada de la maravilla del universo porque se le acabarán las pilas.

Constance puede mirar fijamente a los ojos a cualquiera y mandarlo al diablo; es de esas mujeres

de las que se dice que tienen las tetas de hierro. La pregunta es: ¿sueñan los androides con ovejas

eléctricas?.

 

 

 


 

 

 

 

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