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conversaciones con david foster wallace

 

 

 

 

 

conversations with david foster wallace
david foster wallace, 2012
traducción: josé luis amores baena

 

un joven prodigio y su original primera novela

 

helen dudar / 1987
wall street journal, 24 de abril de 1987

 

 

 

 

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En su último año en el Amherst College, David Foster Wallace se enfrentó a una difícil decisión profesional. Tuvo que resolver si su futuro descansaría en estudios superiores de filosofía o en lo que los académicos etiquetan como «escritura creativa». Pocos de nosotros hubiéramos resuelto el problema tan hábilmente: el señor Wallace presentó dos tesis de graduación sobresalientes que le proporcionaron sendos summa cum laude. El trabajo de filosofía, un asunto matemático extremadamente técnico, fue, dice, el esfuerzo más exitoso. Pero la ficción —que resultó ser una novela desenfrenada, divertida y un tanto alborotada— le provocó la felicidad total.

Se sentaba alrededor de la hora de comer para idear unas cuantas escenas, recordaba hace unos días el señor Wallace, y cuando levantaba la vista, había llegado e incluso pasado la hora de cenar. «No sé dónde había estado, pero durante algunas horas no había sido en la tierra. Nunca antes me había acercado a nada igual en ningún tipo de esfuerzo emocional e intelectual».

La sobresaliente tesis de graduación del señor Wallace, La escoba del sistema (Viking/Penguin), finalizada en 1985, cuando tenía veintitrés años, y revisada durante las vacaciones de verano, fue publicada este año y recibió bastante atención de la crítica, la mayoría favorable.

En el momento de su lanzamiento, el señor Wallace estaba en su último año en el programa universitario de escritores de la Universidad de Arizona en Tucson. Podría pensarse que un joven brillante que ha escrito su primera novela antes de graduarse renunciaría a seguir estudiando, pero no estamos simplemente ante alguien culto, él es además inteligente.

Como dijo en un viaje reciente al este desde Tucson, el señor Wallace sabía que estaba todavía «muy verde» y necesitaba desarrollar su capacidad de autocrítica. Tan solo llevaba escribiendo narrativa desde el tercer año de carrera, en parte como respuesta a la observación de sus profesores de que sus trabajos, en las partes no académicas, eran ciertamente imaginativos.

A través de un amigo, el señor Wallace contrató a un agente, Fred Hill, de San Francisco. Cuando la novela salió al mercado a finales de 1985, al menos cinco editoriales la quisieron. Gerald Howard, que dirige la colección de Narrativa Americana Contemporánea de Penguin, dice que se preocupó de estar en la puja tras «leerla a toda velocidad y volverse loco por ella». Su oferta de 20.000 dólares, una bonita cantidad para el primer trabajo de un desconocido, ganó aquel día. El señor Wallace, de pelo enmarañado, esbelto, de aspecto juvenil, discretamente chistoso y maravillosamente distraído en asuntos de negocios, balbucea que ha habido interés cinematográfico en líneas generales. El señor Howard dice que Alliance Entertainment ha pagado una opción de 10.000 dólares como adelanto de un total de 200.000 si gusta su adaptación en guión.

La línea editorial de la colección NAC, de ocho años de existencia, consiste en reeditar a maestros modernos consagrados como Donald Barthelme, William Kennedy y Laurie Colwin. La escoba es la primera novela original que ha publicado y también la primera en aparecer en tapa dura, un experimento que pone de los nervios, según el señor Howard. «Si no hubiera funcionado, habríamos viciado el mercado para otro intento de esta índole».

La aprensión del señor Howard es una demostración de la importancia que para escritores y lectores han llegado a tener las ediciones de bolsillo. En la economía del actual mercado editorial de libros de bolsillo, una novela literaria seria que se vende de manera constante aunque modesta es casi imposible de mantener en librerías. Hoy día, solo un equipo como el de la NAC, así como la línea Vintage de Random House y las de un puñado de pequeñas editoriales, ofrece la posibilidad de una vida más duradera a la narrativa más seria.

Podría decirse que la novela de Wallace es un libro seriamente divertido sobre un conjunto de personajes estrafalarios. Trata sobre la —bueno, una especie de— odisea de 463 páginas de la joven Lenore Stonecipher Beadsman, quien trabaja en una centralita desquiciada y es dueña de una cacatúa habladora que se convierte en estrella de un programa de la televisión evangélica y está buscando a su bisabuela perdida, una autoridad en Wittgenstein. Trata sobre el jefe de Lenore, Rick Vigorous, quien maquilla su incapacidad sexual contando relatos maravillosos y enfermos. También trata de Amherst como una Casa de Animales. El señor Wallace, que no fue feliz allí, se ha desquitado.

Aunque tampoco puedes estar segura. En varias sesiones psiquiátricas del libro, el señor Wallace parece empalar la psicoterapia moderna. Cuando se le pregunta sobre la cuestión, hace la siguiente confidencia: «Tengo tendencia a únicamente ser capaz de que los personajes digan cosas que pienso que son serias si al mismo tiempo me río de ellos. Supongo que se trata de una debilidad. Que viene de ser demasiado autoconsciente». El escenario principal de la novela es Cleveland, en la cual, por supuesto, el señor Wallace no ha estado jamás. Como habitante del Medio Oeste —creció en Champaign, Illinois, donde su padre es profesor de filosofía en la Universidad de Illinois— quería una ciudad del centro del país que pudiera imaginar en lugar de describir.

El libro trata también, en cierto modo, sobre la forma en que el lenguaje nos sostiene y nos falla. Al parecer su título proviene de un modelo wittgensteiniano que propone que lo fundamental de la escoba —las cerdas o el mango— depende de si se quiere barrer o romper ventanas. Pero el autor quiere que se sepa que La escoba del sistema es también lo que su madre, profesora en una facultad local, llama fibra alimenticia o fibra dietética.

A causa de los nombres disparatados y del humor absurdo que perfila la narración, los críticos le mencionan a menudo en la misma frase junto a Thomas Pynchon y Don DeLillo. El señor Wallace desearía que no lo hicieran: «Son escritores que admiro, aunque el niño de cinco años que hay en mí empuja hacia fuera el labio inferior y dice, “Ya vale, yo también soy una persona. Y tengo mi propia obra”». Además, una de sus influencias más fuertes ha pasado totalmente desapercibida. La escoba tiene capítulos enteros de virtuoso diálogo ininterrumpido que, dice su autor, están en deuda con Manuel Puig.

En lo que respecta a sus hábitos de trabajo, el señor Wallace resulta ser tan excéntrico como sus personajes. Parece que únicamente es capaz de escribir primeras versiones en lugares públicos llenos de gente.

Los museos y los restaurantes son sus preferidos; y cuando llega a una última etapa de desarrollo, se instala en una biblioteca abarrotada. A lo mejor, especula, necesita relacionarse con la escritura como una actividad «secreta». Cabe la posibilidad de que su imaginación se vea incluso alimentada por un escenario vagamente «ilícito». «Se trata de toda una obsesión», dice con total naturalidad.

Este verano, el señor Wallace va a pasar la mitad de la temporada en Yaddo, una colonia de escritores al norte del estado de Nueva York, donde planea completar su primera colección de relatos. No resulta aventurado preocuparse por cómo va a poder hacerlo en un escenario boscoso conocido y cotizado por los absolutos aislamiento y privacidad con que socorre al espíritu creativo medio.

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