un capítulo suprimido de rayuela

 

 

Conozco de sobra las trampas de la memoria, pero creo que la historia de este «capítulo suprimido» (el 126)

es aproximadamente la que sigue.

Rayuela partió de estas páginas; partió como novela, como voluntad de novela, puesto que existían ya diversos

textos breves (como los que dieron luego los capítulos 8 y 132) que estaban buscando aglutinarse en torno a un relato.

Sé que escribí de un tirón este capítulo, al que siguió inmediatamente y con la misma violencia el que luego se daría

en llamar «del tablón» (41 en el libro).

Hubo así como un primer núcleo en el que se definían las imágenes de Oliveira, de Talita y de Traveler; bruscamente

el envión se cortó, hubo una penosa pausa, hasta que con la misma violencia inicial comprendí que debía dejar todo

eso en suspenso, volver atrás en una acción de la que poca idea tenía, y escribir, partiendo de los breves textos

mencionados, toda la parte de París.

De ese «lado de allá» salté sin esfuerzo al de «acá», porque Traveler y Talita se habían quedado como esperando

y Oliveira se reunió llanamente con ellos, tal como se cuenta en el libro; un día terminé de escribir, releí la montaña de

papeles, agregué los múltiples elementos que debían figurar en la segunda manera de lecturas, y empecé a pasar todo

en limpio; fue entonces, creo, y no en el momento de la revisión, cuando descubrí que este capítulo inicial, verdadera

puesta en marcha de la novela como tal, sobraba.

La razón era simple sin dejar de ser misteriosa: yo no me había dado cuenta, a casi dos años de trabajo, que el final

del libro, la noche de Horacio en el manicomio, se cumplió dentro de un simulacro equivalente al de este primer capítulo;

también allí alguien tendía hilos de mueble a mueble, de cosa a cosa, en una ceremonia tan inexplicable como obvia para

Oliveira, para mí. De golpe el ya viejo primer capítulo se volvía reiterativo, aunque de hecho fuese lo contrario; comprendí

que debí eliminarlo, sobreponiéndome al amargo trago de retirar la base de todo el edificio.

Había como un sentimiento de culpa en esa necesidad, algo como una ingratitud; por eso empecé buscando una posible

solución, y al pasar en limpio el borrador suprima los nombres de Talita y de Traveler, que eran los protagonista del episodio,

pensando que el relativo enigma que así lo rodea ría iba a amortiguar el flagrante paralelismo con el capítulo de loquero.

Me bastó una relectura honesta para comprender que los hilos no se habían movido de su sitio, que la ceremonia era

análoga y recurrente; sin pensarlo más saqué la piedra fundamental, y por lo que he sabido después la casita no se

vino al suelo.

Hoy que Rayuela acaba de cumplir un decenio, y que Alfredo Roggiano y su admirable revista nos hacen a ella y a mí

un tan generoso regalo de cumpleaños, me ha parecido juste agradecer con estas páginas, que nada pueden agregar

(ni quitar, espero) a un libro que me contiene tal como fui en ese tiempo de ruptura, de búsqueda, de pájaros.

 

Saignon, 1973

 

 

PAPELES INESPERADOS

JULIO CORTÁZAR

Edición de Aurora Bernárdez y Caries Álvarez Garriga

De esta edición:

Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A. de Ediciones, 2009

Primera edición: mayo de 2009

Buenos Aires

 

 

 


 

 

 

 

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