Soledades

La pared

Todavía no era de día cuando salimos, el viejo Stratzinger, guía alpino y excelente amigo,

mi hermano Adriano y yo, para escalar la pared sudeste de la Ota Muragl en los Alpes Oníricos.

Como es característico de todo ese macizo, se trata de una gigantesca muralla de hielo,

roca, arena, tierra, vegetación e incrustaciones artificiales. Cuando salimos del refugio lloviznaba,

y compactas hileras de nubes cubrían por entero las montañas. Confieso que me alegré porque

hasta el más empecinado alpinista se alegra, en un primer momento, cuando el tiempo le impide

desafiar el peligro, aunque luego llore lágrimas amargas por la ocasión perdida. Pero en cambio

Stratzinger dijo: «Tenemos suerte, hoy hará un día espléndido.» E inmediatamente las madejas

de nubes se disolvieron, dando paso a un velo plateado de finísima nieve tras el cual quedaron

abiertos de par en par el cielo violeta y la imponente pared de la Ota Muragl, ya inundada de sol.

Nos atamos a la cuerda y emprendimos la ascensión de una empinada quebrada de puro hielo,

en la que sin embargo los clavos penetraban como si fuese de mantequilla. A los lados, sobre los

dos escarpados bastiones de roca que cerraban la quebrada, puertas y ventanas se abrían y cerraban,

mientras las amas de casa corrían atareadas limpiando, dando brillo, ordenando.

Pasábamos tan cerca, que por fuerza tenían que vernos, aunque eso parecía tenerles sin cuidado.

Toda la pared, por otra parte, estaba poblada de gente que escribía en pequeños despachos, leía,

trabajaba, pero la mayoría llenaba con sus charlas los cafés situados en los aleros y en algunas cavernas.

En un momento dado topamos con un peligrosísimo muro hecho de pedruscos rejuntados con

hierbajos y raíces. Todo se desmoronaba. Stratzinger propuso regresar. Como los dos hermanos insistimos

en seguir, él dijo que entonces era mejor desatarse. Ya que, si uno caía, los otros dos al no poderse

liberar de ninguna forma, le seguirían fatalmente en la catástrofe.

Poco después Stratzinger y mi hermano desaparecieron tras un arbotante. Yo me encontré agarrado

a un matorral que, retenido únicamente por filamentos vegetales, se balanceaba de una forma horrorosa.

A tres metros de distancia, en una concavidad de la pared, un concurrido grupo estaba tomando el aperitivo.

Antes de que el matorral se desprendiese del todo arrastrándome con él al abismo, con un salto desesperado

conseguí asirme a un bastidor metálico que sobresalía de las rocas como una ménsula, tal vez destinado a

sostener un toldo.

—¡Muy ágil para su edad! —comentó sonriendo un jovencito asomado a la abertura de la gruta.

Aferrado con las manos al bastidor de hierro, el cuerpo oscilando en el vacío, hacía un último esfuerzo por

izarme. El matorral, en su descenso, seguía todavía resonando en las profundas entrañas de la vorágine.

Sin embargo, a resultas del peso, el bastidor empezó a doblarse, y a ceder. Estaba claro que iba a

romperse. No les habría costado nada, a los del aperitivo, alargarme una mano y salvarme. Pero ya no me

hacían el menor caso. Mientras empezaba a caer, en el silencio sagrado de la montaña, pude oírles claramente

discutir del Vietnam, del campeonato de fútbol y del festival de la canción.

Dino Buzzati

Las noches difíciles

«LE NOTTI DIFFICILI»

Traducción Carmen Artal

Arnoldo Mondadori. 1971

Edición en lengua castellana de

Editorial Argos Vergara, S. A.

Barcelona (España)

El volumen ‘Las noches difíciles’ incluye:

El coco – Soledades – Equivalencia – El escollo- Una carta aburrida –

Contestación global – Accidentes de tráfico – Boomerang – Delicadeza –

El médico de las fiestas – La torre – El ermitaño – En la consulta del médico –

Deseos falaces – La albondiguilla – El sueño de la escalera – Crescendo –

La mariposita – Tic-tac – Cuento a dos voces – Delicias modernas – Icaro –

Inventos – La alienación – Progresiones – Carta de amor –

Los viejos clandestinos – La elefantiasis – Plenilunio – La mujer con alas


 

 

 

 

 

 

 

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