eloy tizón

 

herido leve

 

30 años de memoria lectora

1ª edición marzo 2019

editorial páginas de espuma
colección voces / ensayo 275
madrid

 

 

V. tiempo esmeralda

 

 

oh vietnam

 

 

Curtida como escritora de relatos breves para The New
Yorker, En el campo de batalla fue la primera novela de la
estadounidense Bobbie Ann Mason, quien curiosamente
consagró su doctorado universitario a un trabajo realizado
sobre Ada o el ardor de Vladimir Nabokov en 1972.

 

En el campo de batalla (peculiar inversión del título
original: In Country), no obstante, está en las antípodas de
la poética nabokoviana. En ella, Bobbie Ann Mason pasa
revista, a través de la mirada de la adolescente Samantha
Hughes, obsesionada a partes iguales con la música de
Bruce Springsteen y la guerra de Vietnam, a las secue-
las dejadas por los acontecimientos de la década de los
sesenta.

 

 

La muchacha convive con veteranos de guerra rebaja-
dos a muebles humanos, colecciona fragmentos del pa-
sado que nadie le anima a ordenar y es una teleadicta que
se siente más conmovida por las muertes ficticias de los
personajes en sus series de televisión favoritas que por la
muerte real y violenta de su propio padre -a quien nunca
ha llegado a conocer-, el cual perdió la vida luchando en
los arrozales de Vietnam.

 

Samantha, al igual que le sucedía a aquel personaje de J.
G. Ballard en Mitos del futuro próximo: «Prefería las seguras
realidades de las pantallas de los televisores a las ficciones
incesantemente raras de la vida cotidiana».

 

 

Centro y eje de En el campo de batalla es la figura de su
tío Emmett, que desde que regresó de la selva anda dando
tumbos por ahí, con la cara convertida en un sarpullido
viviente a causa de los destrozos causados por las armas
químicas y el agente naranja. Tío Emmett se dedica, en
un correlato un tanto fácil que no necesitaba de seme-
jante subrayado enfático, a reforzar los cimientos de su
vivienda, que están cayéndose a pedazos. Igual, obvio, que
su propia existencia.

 

Como no podía ser de otro modo, la prosa de Mason
es directa, telegráfica, desnuda, sin apenas frases subor-
dinadas ni retórica. Trabaja en la misma órbita hiper-
realista que Richard Ford o Raymond Carver, aunque no
descubre nada que ellos no hayan descubierto ya antes.
Una épica doméstica y desesperanzada que alumbra
errores de la historia y cicatrices íntimas. La búsqueda del
padre ausente. Ulises y Telémaco. Con un ojo mira a Ernest
Hemingway y con el otro a Jack Kerouac, cuando afirma:

 

 

«En América todo pasa aquí, en la carretera».

 

En el campo de batalla, que comienza de un modo flojo
y va ganando interés, puede interpretarse como balance
y resumen de los aspectos más divulgados de la cultura
popular de los años sesenta, teniendo como banda sonora
viejos estribillos de rock, que la autora define con acierto
como «una música feliz sobre cosas tristes».

 

En su investigación particular sobre el pasado y la
memoria, Samantha Hughes va extrayendo de la masa
en sombra distintas imágenes, porciones de nostalgia
y aquel recuerdo del Vietnam que ya conocíamos por el
cuento «Vitaminas» de Carver, contenido en Catedral; a su
regreso, algunos veteranos de guerra exhibían, en disco-
tecas y bares, una pitillera de plata con un trofeo envuelto
en algodón; un cartílago marrón oscuro, prendido de una
cadenita, apergaminado como una seta sucia: la oreja cor-
tada de un vietnamita.

 

Mi reparo a este tipo de discurso, cuyo foco cenital es el
conflicto y el trauma del excombatiente, reside en que ha
sido ampliamente rebasado en profundidad e intensidad
por el cine. Ninguna novela ha superado al viaje lisérgico,
fascinante y atroz, de Apocalypse Now de Francis Ford Cop-
pola ni de El cazador de Michael Cimino. Ningún drama
escrito sobre la inadaptación del excombatiente sobrepasa
a Los mejores años de nuestra vida de William Wyler, con el
protagonista mutilado que ha perdido las manos y las sus-
tituye por sendos ganchos articulados.

 

 

Y si se trata de música rock y adolescente rarita, dispo-
nemos de la amarga y compulsiva Caído del cielo de Dennis
Hopper, donde el quejumbroso Springsteen de la novela
de Bobbie Ann Mason es reemplazado por un Elvis Presley
en crudo -entre vertederos de basura y tornados de gavio-
tas-, fantasma terminal u holograma premonitorio de la
acidez punk que se nos venía encima.

 

Canciones de un minuto contra canciones de doce.
Rock ratonil contra rock sinfónico. Reconozcamos que
hay ya demasiados escritores y cineastas estadounidenses
empeñados en novelar la nada, las llagas abiertas de Viet-
nam, el Watergate y la mala conciencia imperialista. De
acuerdo: perdieron la guerra en las trincheras y la han ga-
nado en las taquillas, entre las audiencias y en los repartos
de premios, pero eso quizá no justifica tanta insistencia.

 

Música feliz sobre cosas tristes, En el campo de batalla
reúne todo lo que uno espera de una novela estadouni-
dense de los años ochenta, incluidos la impavidez estilís-
tica y el laconismo emocional. Bobbie Ann Mason huye
de la brillantez y abraza lo prosaico. No llega a aportar
ningún enfoque nuevo sobre este periodo de la Historia
que tanto tortura a algunos intelectuales y artistas esta-
dounidenses.

 

Al final resultará que, igual que los dioses homéricos
existieron solo para ser cantados en un poema,la guerra
de Vietnam en realidad se gana o se pierde sobre
todo en las ficciones.

 

 

 

 

 

 

 

 

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