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Eugène Ionesco

LA CANTANTE CALVA

(La cantatrice chauve)

Anti–pieza

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La cantante calva fue representada por primera vez

en el Théátre des Noctambules el 11 de mayo de 1950,

por la compañía Nicolás Bataille. La puesta en escena

estuvo a cargo de Nicolás Bataille.

PERSONAJES

SEÑOR SMITH

SEÑORA SMITH

SEÑOR MARTIN

SEÑORA MARTIN

MARY, LA SIRVIENTA

EL CAPITÁN DE LOS BOMBEROS

Tomo I de “TEATRO de Eugène Ionesco”. Traducción de

Luis Echávarri. Editorial Losada S.A.Buenos Aires – Segunda Edición – 1964

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ESCENA I

Interior burgués inglés, con sillones ingleses. Velada inglesa. El señor SMITH, inglés, en su sillón y con sus

zapatillas inglesas, fuma su pipa inglesa y lee un diario inglés, junto a una chimenea inglesa. Tiene anteojos

ingleses y un bigotito gris inglés. A su lado, en otro sillón inglés, la señora SMITH, inglesa, remienda unos

calcetines ingleses. Un largo momento de silencio inglés. El reloj de chimenea inglés hace oír diecisiete toques

ingleses.

SRA. SMITH:

– ¡Vaya, son las nueve! Hemos comido sopa, pescado, patatas con tocino, y ensalada inglesa. Los niños han bebido

agua inglesa. Hemos comido bien esta noche. Eso es porque vivimos en los suburbios de Londres y nos apellidamos

Smith.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:

– Las patatas están muy bien con tocino, y el aceite de la ensalada no estaba rancio. El aceite del almacenero de la

esquina es de mucho mejor calidad que el aceite del almacenero de enfrente, y también mejor que el aceite del

almacenero del final de la cuesta. Pero con ello no quiero decir que el aceite de aquéllos sea malo.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:

– Sin embargo, el aceite del almacenero de la esquina sigue siendo el mejor.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:

– Esta vez Mary ha cocido bien las patatas. La vez anterior no las había cocido bien. A mí no me gustan sino cuando

están bien cocidas.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:

– El pescado era fresco. Me he chupado los dedos. Lo he repetido dos veces. No, tres veces. Eso me hace ir al

retrete. Tú también has comido tres raciones. Sin embargo, la tercera vez has tomado menos que las dos primeras, en

tanto que yo he tomado mucho más. Esta noche he comido mejor que tú. ¿Cómo es eso? Ordinariamente eres tú quien

come más. No es el apetito lo que te falta.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:

– No obstante, la sopa estaba quizás un poco demasiado salada. Tenía más sal que tú. ¡Ja, ja! Tenía también

demasiados puerros y no las cebollas suficientes. Lamento no haberle aconsejado a Mary que le añadiera un poco de

anís estrellado. La próxima vez me ocuparé de ello.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:

– Nuestro rapazuelo habría querido beber cerveza, le gustaría beberla a grandes tragos, pues se te parece. ¿Has visto

cómo en la mesa tenía la vista fija en la botella? Pero yo vertí en su vaso agua de la garrafa. Tenía sed y la bebió. Elena

se parece a mí: es buena mujer de su casa, económica, y toca el piano. Nunca pide de beber cerveza inglesa. Es como

nuestra hijita, que sólo bebe leche y no come más que gachas. Se ve que sólo tiene dos años. Se llama Peggy. La tarta

de membrillo y de fríjoles estaba formidable. Tal vez habría estado bien beber, en el postre, un vasito de vino de

Borgoña australiano, pero no he llevado el vino a la mesa para no dar a los niños un mal ejemplo de gula. Hay que

enseñarles a ser sobrios y mesurados en la vida.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:

– La señora Parker conoce un almacenero rumano, llamado Popesco Rosenfeld, que acaba de llegar de Constantinopla.

Es un gran especialista en yogurt. Posee diploma de la escuela de fabricantes de yogurt de Andrinópolis. Mañana iré a

comprarle una gran olla de yogurt rumano folklórico. No hay con frecuencia cosas como ésa aquí, en los alrededores

de Londres.

SR. SMITH: (continuando su lectura, chasquea la lengua).

SRA. SMITH:

– El yogurt es excelente para el estómago, los riñones, el apéndice y la apoteosis. Eso es lo que me dijo el doctor

Mackenzie-King, que atiende a los niños de nuestros vecinos, los Johns. Es un buen médico. Se puede tener confianza

en él. Nunca recomienda más medicamentos que los que ha experimentado él mismo. Antes de operar a Parker se hizo

operar el hígado sin estar enfermo.

SR. SMITH:

– Pero, entonces, ¿cómo es posible que el doctor saliera bien de la operación y Parker muriera a consecuencia de ella?

SRA. SMITH:

– Porque la operación dio buen resultado en el caso del doctor y no en el de Parker.

SR. SMITH:

– Entonces Mackenzie no es un buen médico. La operación habría debido dar buen resultado en los dos o los dos

habrían debido morir.

SRA. SMITH:

– ¿Por qué?

SR. SMITH:

– Un médico concienzudo debe morir con el enfermo si no pueden curarse juntos. El capitán de un barco perece con el

barco, en el agua. No le sobrevive.

SRA. SMITH:

– No se puede comparar a un enfermo con un barco.

SR. SMITH:

– ¿Por qué no? El barco tiene también sus enfermedades; además tu doctor es tan sano como un barco; también por eso

debía perecer al mismo tiempo que el enfermo, como el doctor y su barco.

SRA. SMITH:

– ¡Ah! ¡No había pensado en eso!… Tal vez sea justo… Entonces, ¿cuál es tu conclusión?

SR. SMITH:

– Que todos los doctores no son más que charlatanes. Y también todos los enfermos. Sólo la marina es honrada en

Inglaterra.

SRA. SMITH:

– Pero no los marinos.

SR. SMITH:

– Naturalmente.

Pausa.

SR. SMITH (sigue leyendo el diario):

– Hay algo que no comprendo. ¿Por qué en la sección del registro civil del diario dan siempre la edad de las personas

muertas y nunca la de los recién nacidos? Es absurdo.

SRA. SMITH:

– ¡Nunca me lo había preguntado!

Otro momento de silencio. El reloj suena siete veces. Silencio. El reloj suena tres veces. Silencio. El reloj no suena

ninguna vez.

SR. SMITH (siempre absorto en su diario):

– Mira, aquí dice que Bobby Watson ha muerto.

SRA. SMITH:

– ¡Oh, Dios mío! ¡Pobre! ¿Cuándo ha muerto?

SR. SMITH:

– ¿Por qué pones esa cara de asombro? Lo sabías muy bien. Murió hace dos años. Recuerda que asistimos a su entierro

hace año y medio.

SRA. SMITH:

– Claro está que lo recuerdo. Lo recordé en seguida, pero no comprendo por qué te has mostrado tan sorprendido al ver

eso en el diario.

SR. SMITH:

– Eso no estaba en el diario. Hace ya tres años que hablaron de su muerte. ¡Lo he recordado por asociación de ideas!

SRA. SMITH:

– ¡Qué lástima! Se conservaba tan bien.

SR. SMITH:

– Era el cadáver más lindo de Gran Bretaña. No representaba la edad que tenía. Pobre Bobby, llevaba cuatro años

muerto y estaba todavía caliente. Era un verdadero cadáver viviente. ¡Y qué alegre era!

SRA. SMITH:

– La pobre Bobby.

SR. SMITH:

– Querrás decir «el» pobre Bobby.

SRA. SMITH:

– No, me refiero a su mujer. Se llama Bobby como él, Bobby Watson. Como tenían el mismo nombre no se les podía

distinguir cuando se les veía juntos. Sólo después de la muerte de él se pudo saber con seguridad quién era el uno y

quién la otra. Sin embargo, todavía al presente hay personas que la confunden con el muerto y le dan el pésame. ¿La

conoces?

SR. SMITH:

– Sólo la he visto una vez, por casualidad, en el entierro de Bobby.

SRA. SMITH:

– Yo no la he visto nunca. ¿Es bella?

SR. SMITH:

– Tiene facciones regulares, pero no se puede decir que sea bella. Es demasiado grande y demasiado fuerte. Sus

facciones no son regulares, pero se puede decir que es muy bella. Es un poco excesivamente pequeña y delgada y

profesora de canto.

El reloj suena cinco veces. Pausa larga.

SRA. SMITH:

– ¿Y cuándo van a casarse los dos?

SR. SMITH:

– En la primavera próxima lo más tarde.

SRA. SMITH:

– Sin duda habrá que ir a su casamiento.

SR. SMITH:

– Habrá que hacerles un regalo de boda. Me pregunto cuál.

SRA. SMITH:

– ¿Por qué no hemos de regalarles una de las siete bandejas de plata que nos regalaron cuando nos casamos y nunca

nos han servido para nada?… Es triste para ella haberse quedado viuda tan joven.

SR. SMITH:

– Por suerte no han tenido hijos.

SRA. SMITH:

– ¡Sólo les falta eso! ¡Hijos! ¡Pobre mujer, qué habría hecho con ellos!

SR. SMITH:

– Es todavía joven. Muy bien puede volver a casarse. El luto le sienta bien.

SRA. SMITH:

– ¿Pero quién cuidará de sus hijos? Sabes muy bien que tienen un muchacho y una muchacha. ¿Cómo se llaman?

SR. SMITH:

– Bobby y Bobby, como sus padres. El tío de Bobby Watson, el viejo Bobby Watson, es rico y quiere al muchacho.

Muy bien podría encargarse de la educación de Bobby.

SRA. SMITH:

– Sería natural. Y la tía de Bobby Watson, la vieja Bobby Watson, podría muy bien, a su vez, encargarse de la

educación de Bobby Watson, la hija de Bobby Watson. Así la mamá de Bobby Watson, Bobby, podría volver a

casarse. ¿Tiene a alguien en vista?

SR. SMITH:

– Sí, a un primo de Bobby Watson.

SRA. SMITH:

– ¿Quién? ¿Bobby Watson?

SR. SMITH:

– ¿De qué Bobby Watson hablas?

SRA. SMITH:

– De Bobby Watson, el hijo del viejo Bobby Watson, el otro tío de Bobby Watson, el muerto.

SR. SMITH:

– No, no es ése, es otro. Es Bobby Watson, el hijo de la vieja Bobby Watson, la tía de Bobby Watson, el muerto.

SRA. SMITH:

– ¿Te refieres a Bobby Watson el viajante de comercio?

SR. SMITH:

– Todos los Bobby Watson son viajantes de comercio.

SRA. SMITH:

– ¡Qué oficio duro! Sin embargo, se hacen buenos negocios.

SR. SMITH:

– Sí, cuando no hay competencia.

SRA. SMITH:

– ¿Y cuándo no hay competencia?

SR. SMITH:

– Los martes, jueves y martes.

SRA. SMITH:

– ¿Tres días por semana? ¿Y qué hace Bobby Watson durante ese tiempo?

SR. SMITH:

– Descansa, duerme.

SRA. SMITH:

– ¿Pero por qué no trabaja durante esos tres días si no hay competencia?

SR. SMITH:

– No puedo saberlo todo. ¡No puedo responder a todas tus preguntas idiotas!

SRA. SMITH (ofendida:

– ¿Dices eso para humillarme?

SR. SMITH (sonriente):

– Sabes muy bien que no.

SRA. SMITH:

– ¡Todos los hombres son iguales! Os quedáis ahí durante todo el día, con el cigarrillo en la boca, o bien armáis un

escándalo y ponéis morros cincuenta veces al día, si no os dedicáis a beber sin interrupción.

SR. SMITH:

– ¿Pero qué dirías si vieses a los hombres hacer como las mujeres, fumar durante todo el día, empolvarse, ponerse

rouge en los labios, beber whisky?

SRA. SMITH:

– Yo me río de todo eso. Pero si lo dices para molestarme, entonces… ¡sabes bien que no me gustan las bromas de esa

clase!

Arroja muy lejos los calcetines y muestra los dientes. Se levanta.

SR. SMITH (se levanta también y se acerca su esposa, tiernamente):

– ¡Oh, mi pollita asada! ¿Por qué escupes fuego? Sabes muy bien que lo digo por reír. (La toma por la cintura y la

abraza.) ¡Qué ridícula pareja de viejos enamorados formamos! Ven, vamos a apaciguarnos y acostarnos.


 

 

 

 

 

 

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