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En Viena hay diez muchachas,
un hombro donde solloza la muerte
y un bosque de palomas disecadas.
Hay un fragmento de la mañana
en el museo de la escarcha.
Hay un salón con mil ventanas.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals con la boca cerrada.

 

Este vals, este vals, este vals,
de sí, de muerte y de coñac
que moja su cola en el mar.

 

Te quiero, te quiero, te quiero,
con la butaca y el libro muerto,
por el melancólico pasillo,
en el oscuro desván del lirio,
en nuestra cama de la luna
y en la danza que sueña la tortuga.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals de quebrada cintura.

 

En Viena hay cuatro espejos
donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.
Hay mendigos por los tejados.
Hay frescas guirnaldas de llanto.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals que se muere en mis brazos.

 

Porque te quiero, te quiero, amor mío,
en el desván donde juegan los niños,
soñando viejas luces de Hungría
por los rumores de la tarde tibia,
viendo ovejas y lirios de nieve
por el silencio oscuro de tu frente.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals del «Te quiero siempre».

 

En Viena bailaré contigo
con un disfraz que tenga
cabeza de río.
¡Mira qué orilla tengo de jacintos!
Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en fotografías y azucenas,
y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar,
violín y sepulcro, las cintas del vals.

 

 

 

 

 

 

 

 

comentario del pequeño vals vienés

 

El poema “Pequeño vals vienés” está incluido en el libro de poesía Poeta en Nueva York,

uno de los mejores libros de poesía de Lorca, editado por primera vez en México y en Estados

Unidos en 1940, cuando el autor ya había sido brutalmente asesinado en la Guerra Civil española.

Lorca fue exiliado en la muerte, dejó de leerse, de estudiarse y de publicarse en la España

de la posguerra y la dictadura.

 

El poeta llega a Nueva York en 1929 para hacer un curso de inglés y dar conferencias

en distintas universidades americanas, y esa ciudad le impacta profundamente.

Esta etapa representa y define el surrealismo lorquiano. El rechazo hacia una civilización

“desnaturalizada” se plasma en esa obra en la que Lorca vuelve a ponerse del lado de los

oprimidos: los negros, los excluidos del bienestar social, los niños…

 

 

El surrealismo de esta época lleva los símbolos y las metáforas al extremo; y hace que

en todo el libro se viva en una especie de caos y confusión, de sueño destructivo.

Sin embargo, en el “Pequeño vals vienés”, uno de los últimos poemas del libro,

no encontramos esta temática. Es un poema de amor, de amor profundo y de amor desesperado.

Es un poema y una canción que se mueve a ritmo de vals según lo vamos leyendo.

Es una música que resuena en nuestros oídos con la pronunciación de cada palabra.

Es la plasmación de un sueño misterioso en el que van apareciendo elementos contrarios

que nos hablan de amor, de belleza y de vida, pero también de muerte y de dolor.

 

 

Hay diez muchachas, pero también un hombro donde solloza la muerte.

Hay un fragmento de la mañana, pero está en el museo de la escarcha.

Hay palomas, pero están disecadas.

Hay frescas guirnaldas, pero son de llanto.

Hay lirios, pero son de nieve.

El violín es también un sepulcro.

Hay un vals que es al mismo tiempo muerte y coñac.

 

 

Es un poema de amor, pero de amor frustrado, en el que los versos sugieren y nos hacen sentir.

Todo es misterio. No podemos ni debemos encontrar una comprensión racional porque no

la hay. Esto es lo típico del movimiento surrealista. Tenemos que dejarnos llevar por la intuición

y por el sentimiento que nos produce.

 

 

A mí los sentimientos que más me despiertan las imágenes que se crean en el poema s

on la melancolía, por un lado, y el deseo, por otro. Un deseo lleno de amor, que se plasma en la

repetición insistente y desesperada de te quiero; y un amor lleno de sensualidad que aparece

sobre todo en la última estrofa: Dejaré mi boca entre tus piernas, (…) quiero, amor mío, amor

mío, dejar, violín y sepulcro, las cintas del vals.

 

 

 

 

 

 

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