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La palabra ahogada bajo las rosas
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Una rosa, ya de por sí, es excesiva, como varios platos superpuestos ante un mismo comensal.
Es excesivo llamar a una hija Rosa, ya que es quererla siempre desnuda, o bien en traje de noche, como cuando enrojece
bajo las arañas de cristal, perfumada por muchos bailes, radiante, emocionada, húmeda, cubierta de gotitas y con las
mejillas como fuego; coloreada lo mismo que un biscote tostado por el horno.
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La hoja verde, el tallo verde con reflejos de caramelo y las espinas —¡Santo Dios! ¡De aspecto muy distinto al caramelo!—
de la rosa, son de gran importancia para el carácter de ésta.
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Existe una forma de vencer a las rosas, parecida a lo que se hace cuando se ponen espolones de acero a los gallos de pelea,
para ir más rápido.
¡Oh, infatuación de helicoidogabalescas petulvas! La rueda del pavo real es también una flor, vulva con cáliz…, prurito o
presunción: el adular hace abrirse, hincharse, entornarse. Y ellas hacen pinchar sus adornos, sus enaguas, sus bragas…
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Esta sería la sustancia de las flores: una carne mezclada con sus ropajes, como modelada toda ella de satén.
Cada una, a la vez vestido y muslo (seno y blusón, además) se puede coger entre dos dedos —¡en una palabra! tocar como
tal; acercar, alejar de la punta de su nariz; abandonar, olvidar y volver a coger; preparar, entreabrir, mirar— y marchitarse
en la necesidad de una sola equimosis terrible de la que ya no se levantará: con acre valor efectúa una especie de vuelta
a la hoja —el amor emplea, en cada muchacha, por lo menos, algunos meses hasta llevarlo a cabo…
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¡Abiertas, al fin! ¡Calmadas sus crisis de neurastenia agresiva!
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Este arbusto batallador, erguido sobre sus espolones, y que hincha su plumaje, perderá rápidamente algunas flores…
Una superposición matizada por platillos.
Un levantamiento de tiernos escudos alrededor del pequeño montón, de un polvo fino, más precioso que el oro.
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Las rosas son, en una palabra, como las cosas en el horno. El fuego de arriba las aspira, aspira la cosa que se dirige hacia
él (fijaos en los soufflés)…, quiere pegársele; pero no puede avanzar más que hasta un cierto lugar: entonces ella entreabre
los labios y le envía sus emanaciones gaseosas, que se inflaman…, así es como enrojece y ennegrece, luego la cosa hecha
humo y se inflama en el horno: se produce como una eclosión en el horno y la Palabra no es más que…
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Esta es, también, la razón por la que hay que regar las plantas, ya que los principios húmedos, sobornados por el fuego,
arrastran a continuación suya los demás principios de los vegetales hacia su elevación.
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Con el mismo impulso, las flores entonces destapan —definitivamente— su frasco. Todas las formas de hacerse distinguir
les son buenas. Dotadas de una conmovedora enfermedad (parálisis de los miembros inferiores), agitan sus pañuelos
(perfumados)… Ya que, para ellas, en verdad, para cada flor, el resto del mundo parte incesantemente de viaje.
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La parole étouffée sous les roses
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C’est trop déjà qu’une rose, comme plusieurs assiettes devant le même convive superposées.
C’est trop d’appeler une fille Rose, car c’est la vouloir toujours nue ou en robe de bal, quand, parfumée par plusieurs
danses, radieuse, émue, humide elle rougit, perlante, les joues en feu sous les lustres de cristal; colorée comme une
biscotte à jamais dorée par le four.
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La feuille verte, la tige verte à reflets de caramel et les épines, — sacrédié! tout autrement que de caramel — de la rose,
sont d’une grande importance pour le caractère de celle-ci.
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Il est une façon de forcer les roses qui ressemble à ce qu’on fait quand, pour que ça aille plus vite, l’on met des ergots
d’acier à des coqs de combat.
Oh l’infatuation des hélicoïdogabalesqucs pétulves! La roue du paon aussi est une fleur, vulve au calice… Prurit ou
démangeaison : chatouiller fait éclore, bouffer, s’entrebâiller. Elles font bouffer leurs atours, leurs jupons, leurs culottes…
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Une chair mélangée à ses robes, comme tonte pétrie de satin : voilà la substance des fleurs. Chacune à la fois robe
et cuisse (sein et corsage aussi bien) qu’on peut tenir entre deux doigts — enfin! et manier pour telle; approcher,
éloigner de sa narine; quitter, oublier et reprendre; disposer, entr’ouvrir, regarder — et flétrir au besoin d’une seule
ecchymose terrible, dont elle ne se relèvera plus : de valeur âcre et opérant une sorte de retour à la feuille — ce que
l’amour, pour chaque jeune fille, met au moins quelques mois à accomplir…
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Épanouies, enfin! Calmées, leurs crises de neurasthénie agressive!
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Cet arbuste batailleur, dressé sur ses ergots et qui fait bouffer son plumage, y perdra rapidement quelques fleurs…
Une superposition nuancée de soucoupes.
Une levée de tendres boucliers autour du petit tas d’une poussière fine, plus précieuse que l’or.
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Les roses sont enfin comme choses au four. Le feu d’en haut les aspire, aspire la chose qui se dirige alors vers lui (voyez
les soufflés)… veut se coller à lui; mais elle ne peut aller plus loin qu’un certain endroit : alors elle entr’ouvre les lèvres et
lui envoie ses parties gazeuses, qui s’enflamment,.. C’est ainsi que roussit et noircit puis fume et s’enflamme la chose au
four : il se produit comme une éclosion au four, et la Parole n’est que…
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Voilà aussi pourquoi il faut arroser les plantes, car ce sont les principes humides qui, soudoyés par le feu,
entraînent à leur suite vers leur élévation tous les autres principes des végétaux.
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Du même élan les fleurs alors débouchent — définitivement — leur flacon. Toutes les façons de se signaler leur sont
bonnes. Douées d’une touchante infirmité (paralysie des membres inférieurs), elles agitent leurs mouchoirs (parfumés)…
Car pour elles, en vérité, pour chaque fleur, tout le reste du monde part incessamment en voyage.
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Francis Ponge
La palabra ahogada bajo las rosas
Pièces
1962
Poèmes/Gallimard
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