ESPECIES DE ESPACIOS

GEORGES PEREC

Traducción de Jesús Camarero

Editorial Montesinos

Edición original: Especes d’espaces,

Éditions Galilée, París, 1974

Edición española propiedad

de Literatura y Ciencia, S. L.

Segunda edición: Octubre, 2001

 

la habitación

1

Fragmentos de un trabajo en curso

Conservo un recuerdo excepcional, incluso creo que prodigioso,

de todos los lugares donde he dormido, salvo los

de mi primera infancia- hasta que acabó la guerra -que

se confunden todos en la grisalla indiferenciada de un

dormitorio de colegio. Para los demás me basta simplemente,

cuando estoy acostado, con cerrar los ojos y pensar

con un mínimo de aplicación en un lugar dado para

que casi instantáneamente todos los detalles de la habitación,

el emplazamiento de las puertas y ventanas, la

disposición de los muebles, me vuelvan a la memoria,

para que con precisión tenga la sensación casi física de

estar acostado de nuevo en esa habitación.

Así:

ROCK (Cornualles)

Verano de 1954.

Cuando se abre la puerta, la cama está inmediatamente a la izquierda. Es una cama

muy estrecha, y la habitación también es muy estrecha (la anchura de la cama más la anchura

de la puerta, o sea apenas un poco más de un metro cincuenta, centímetro más o menos) y no

es mucho más larga que ancha.

En la prolongación de la cama hay un pequeño guardarropa. Al fondo una ventana de 

guillotina. A la derecha, una mesa de aseo con encimera de mármol, una palangana y una jarra

de agua, que creo no utilicé demasiado.

Estoy casi seguro de que había una reproducción enmarcada en la pared de la izquierda,

enfrente de la cama: no importa qué estampa era, pero quizá se trataba de un Renoir o un

Sisley.

El suelo estaba revestido de linóleo. No había ni mesa, ni sofá, aunque sí quizá una silla

junto a la pared izquierda: donde tiraba mi ropa antes de acostarme; creo que nunca llegué a

sentarme en ella: sólo iba a la habitación para dormir.

Estaba en el tercero y último piso de la casa, debía tener cuidado al subir las escaleras

cuando volvía tarde para no despertar a mi casera y a su familia.

Estaba de vacaciones, acababa de terminar el bachillerato; en principio debía vivir en una

pensión que acogía a bachilleres franceses enviados por sus padres para que perfecóonaran

el manejo de la lengua inglesa. Pero la pensión estaba llena y había sido alojado en una casa

particular.

Todas las mañanas mi casera abría la puerta y depositaba al pie de mi cama un tazón

humeante de morning tea que, invariablemente, yo bebía frío. Siempre me levantaba tarde y

sólo una vez o dos conseguí llegar a tiempo para tomar el copioso breakfast que se servía

en la pensión. Hay que recordar que fue aquel verano cuando, como consecuencia de los

Acuerdos de Ginebra y de las negociaciones con Túnez y Marruecos, el planeta entero conoció

la paz por primera vez después de varios decenios: esta situación no se prolongó más que

unos pocos días y no creo que se haya vuelto a producir desde entonces.

Los recuerdos se aferran a la estrechez de aquella cama, a la estrechez de aquella

habitación, a la actitud tenaz de aquel té demasiado fuerte y demasiado frío: aquel verano

me eché unos cuantos tragos de pinks de ginebra con una gotita de angostura, ligué (más

bien infructuosamente) con la hija de un hilandero que había regresado recientemente de

Alejandría, decidí hacerme escritor, cogí el vicio de tocar en unos armonios de campo la única

melodía que he conseguido aprender en toda mi vida: las 54 primeras notas -con la mano

derecha, mientras que la izquierda renunciaba a seguir las más de las veces- de un preludio

de Juan Sebastián Bach …

El espacio resucitado de la habitación basta para reanimar, para devolver, para reavivar

los recuerdos más fugaces, más anodinos, así como los más esenciales. La única certidumbre

cenestésica de mi cuerpo sobre la cama, la única certidumbre topográfica de la cama en la

habitación, reactiva mi memoria, le da una agudeza, una precisión que casi nunca tiene en

otras situaciones.

Del mismo modo que una palabra sacada de un sueño restituye, apenas escrita, todo un

recuerdo de aquel sueño, aquí, el solo hecho de saber (casi sin tenerlo que buscar, simplemente

echándose unos instantes y cerrando los ojos) que la pared estaba a mi derecha, la puerta

cerca de mí a la izquierda (levantando el brazo podía tocar el picaporte), la ventana enfrente,

hace surgir instantáneamente y en desorden una oleada de detalles cuya vivacidad me deja

patidifuso: aquella chica con maneras de muñeca, aquel inglés inmensamente alto que tenía la

nariz ligeramente torcida (le volví a ver en Londres cuando fui a pasar tres días al final de aquella

estancia pseudo-lingüística: me llevó a un pub inundado de verdor que, desgraciadamente, no he

vuelto a encontrar jamás y a un concierto-paseo en el Albert Hall, donde estoy orgulloso de

haber oído, casi con seguridad bajo la dirección de Sir John Barbiroli, un concierto para armónica

y orquesta especialmente escrito para Larry Adler … ), los marshmallows, los Rock rocks (pirulís

decorados, especialidades de los balnearios; el más conocido es el Brighton Rock que es,

además un juego de palabras -hay un risco en Brighton y hay acantilados en Etretat-, el título

de una novela de Graham Greene; en el mismo Rock, era difícil escapar de él), la playa gris,

el mar frío y los paisajes de sotobosque, con sus viejos puentes de piedra, propicios para

la aparición de duendes o fuegos fatuos …

Porque, sin duda, el espacio de la habitación funciona en mí como una magdalena

proustiana (este proyecto se realiza bajo su invocación evidentemente: y no quisiera ser otra

cosa que el estricto desarrollo de los párrafos 6 y 7 del primer capítulo de la primera parte

(Combray) del primer volumen (Du cóté de chez Swann) de A la recherche du temps perdu,

por ello me propuse hace varios años ya realizar el inventario, tan exhaustivo y preciso como

fuera posible, de todos los Lugares donde he dormido.

Al día de hoy prácticamente no he comenzado todavía a describirlos; sin embargo creo

que más o menos los he conseguido repertoriar todos: hay alrededor de doscientos  (cada

año apenas si se añaden ya una media docena: me he vuelto bastante casero).

Todavía no he decidido el modo definitivo de clasificarlos. Seguramente no por orden

cronológico. Sin duda tampoco por orden alfabético (aunque todavía sea el único orden cuya

pertinencia no hay que justificar). Quizá según su disposición geográfica, lo cual acentuaría

el aspecto «guía» de esta obra.

O bien probablemente según una perspectiva temática que podría desembocar en una

suerte de tipología de los dormitorios:

1. Mis habitaciones

2. Dormitorios y camaretas

3. Habitaciones amigas

4. Habitaciones de amigos

5. Lechos de fortuna (diván, moqueta+cojines, alfombra, hamaca, etc.)

6. Casas de campo

7. Chalets de alquiler

8. Habitaciones de hotel

a) hoteles míseros, bien provistos, amueblados

b) palacios

9. Condiciones inhabituales: noches en tren, en avión, en coche; noches en un barco; noches

de guardia; noches en comisaría; noches en una tienda de campaña; noches de hospital;

noches en blanco, etc.

En algunas de estas habitaciones he pasado varios meses, varios años; en la mayoría

sólo he pasado algunos días o algunas horas; quizá resulta temerario por mi parte pretender

acordarme de cada una de ellas: ¿cuál era el dibujo del papel pintado de aquella habitación del

hotel Lion d’Or, en Saint-Chely-d’Apcher (el nombre -mucho más sorprendente cuando se dice

que cuando se escribe de este cabeza de partido de Lozere se me había metido en la cabeza,

por razones que ignoro, desde mi clase de tercero y había insistido mucho para que nos paráramos

allí)?

Pero las mayores revelaciones las espero evidentemente de los recuerdos resurgidos de

aquellas habitaciones.

2

Pequeño problema

Cuando en una habitación dada se cambia de sitio la cama, ¿se puede decir que se cambia

la habitación, o qué? (Cf. topo-análisis).

3

Vivir en una habitación ¿qué es? Vivir en un sitio ¿es apropiárselo? ¿Qué es apropiarse de

un sitio? ¿A partir de qué momento un sitio es verdaderamente de uno? ¿Cuando se han puesto a

remojo los tres pares de calcetines en un barreño de plástico rosa? ¿Cuando se han recalentado

unos espaguetis en un camping-gas? ¿Cuando se han utilizado todas las perchas descabaladas del

guardarropa? ¿Cuando se ha clavado en la pared una vieja postal que representa el sueño de Santa

Ursula de Carpaccio? ¿Cuando se han experimentado allí las ansias de la espera, o las exaltaciones

de la pasión, o los tormentos del dolor de muelas? ¿Cuando se han vestido las ventanas con cortinas

al gusto y colocado el papel pintado acuchillado el parquet?

4

Pequeño pensamiento plácido no 1

Cualquier propietario de un gato dirá con razón que los gatos viven en las casas mucho mejor

que los hombres. Incluso en los espacios más horriblemente cuadrados, saben encontrar los rincones

propicios.

Pequeño pensamiento plácido no 2

El tiempo que pasa (mi Historia) deposita residuos que van apilándose: fotos, dibujos, carcasas

de bolígrafos-rotuladores ya secos desde hace tiempo, carpetas, vasos perdidos y vasos no devueltos,

envolturas de puros, cajas, gomas, postales, libros, polvo chucherías: lo que yo llamo mi fortuna.


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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