Prólogo a la edición de 1960 de las Greguerías

I

Desde 1910 –hace cincuenta años– me dedico a la greguería, que nació aquel día de escepticismo y cansancio en que

cogí todos los ingredientes de mi laboratorio, frasco por frasco, y los mezclé, surgiendo de su precipitado, depuración y

disolución radical, la greguería. Desde entonces, la greguería es para mí la flor de todo lo que queda, lo que vive, lo que

resiste más al descreimiento. La greguería ha sido perseguida, denigrada, y yo he llorado y reído por eso

entremezcladamente, porque eso me ha dado pena y me ha hecho gracia. Cuando se publicaron por primera vez en los

periódicos, muchos lectores se daban de baja. «¡Cámbielas de nombre’.», me decía el director; pero yo me negué

terminantemente.

Las cosas apelmazadas y trascendentales deben desaparecer, incluso la máxima, dura como una piedra, dura como los

antiguos rencores contra la vida.

El encuentro con la greguería fue lo que me trajo la suerte.

Gracias a las Greguerías  he vivido, he conferenciado, he viajado, he tenido contraseña universal.

En realidad, me dedico a la greguería desde mi niñez, y al ama de cría ya le lanzaba greguerías.

Es lo único que no improviso nunca. Me las concede esa adolescencia de la vida que es pareja de nuestra adolescencia

o de nuestra vejez… Tienen que ser lentas y naturales. Son una gota de los siglos que atraviesa mi cráneo.

Se puede improvisar una novela, pero no una greguería.

¿Que por qué se llaman Greguerías ?

Al encontrar el género me di cuenta de que había que buscar una palabra que no fuese reflexiva ni demasiado usada,

para bautizarle bien.

Entonces metí la mano en el gran bombo de las palabras, y al azar, que debe ser el bautizador de los mejores

hallazgos, saqué una bola…

Era «greguería», aún en singular; pero yo planté esa bolita y tuve un jardín de greguerías. Me quedé con la palabra por

lo eufónica y por los secretos que tiene en su sexo.

Greguería, algarabía, gritería confusa. (En los anteriores diccionarios significaba el griterío de los cerditos cuando van

detrás de su mamá.)

Lo que gritan los seres confusamente desde su inconsciencia, lo que gritan las cosas.

Por lo menos no puede caber duda de que he bautizado un género con una palabra que estaba perdida en el

diccionario, que no era nombre de nada y que ajora, al ser pronunciada por alguien en un diario, o por un micrófono,

hace que resulte aludido yo, que cambié su sentido, que la convertí en lo que no era.

Como fue lo bautizado personalmente, en plenitud de soledad y de independencia, me recuerda con rejuvenecedora

fruición aquella tarde de junio en que me di cuenta del género y de su nombre.

La cosa sucedió en el piso primero derecha de la casa número 11 de la calle de la Puebla, en la villa y corte de Madrid.

Era un día aplastado por una tormenta de verano. Tenía hinchada la frente. Me asomaba al balcón y volvía a meterme

dentro y a sentarme.

Vivía aún don Jacinto Octavio Picón –secretario perpetuo de la Academia–, y yo estaba harto de don Jacinto Octavio

Picón.

Sobre mi mesa, las tijeras, abiertas como cuando los pelícanos abren el pico a los días de calor, estorbaban la idea. Las

cerré.

Por fin, en una última llamada del balcón, dándome un golpe contra la esquina del diván al salir a buscar lo que estaba

entre cielo y tierra, encontré la invención de la «greguería».

Sí… Yo quería decir, yo había pensado… recordando el Arno en Florencia… frente a aquella pensión en que habité…

que… la orilla de allá… Sí, la orilla de allá quería estar a la orilla de acá… Eso, ese deseo inaudito pero real… Esa

perturbación de la estabilidad de las orillas, ¿qué era?… Era… «una greguería», y me acordé de «esa» palabra que no

sabía bien lo que significaba y fui al diccionario para ver lo que era…

Y ya siempre greguería será una cosa insustituible, de tal modo que si no se llama «greguería», será inútil que luche

por ser «greguería», y además, los demás denunciarán al contrabandista y pronunciarán la palabra «greguería». He ahí

un fenómeno y un misterio.

II

¡Qué difícil trabajar para que todo resulte un poco deshecho! Pero así es como damos el secreto de vivir.

La prosa debe tener más agujeros que ninguna criba, y las ideas también. Nada de hacer construcciones de mazacote,

ni de piedra, ni del terrible granito que se usaba antes en toda construcción literaria.

Todo debe tener en los libros un tono arrancado, desgarrado, truncado, destejido. Hay que hacerlo todo como

dejándose caer, como destrenzando todos los tendones y los nervios, como despeñándose.

La greguería es el atrevimiento a definir lo que no puede definirse, a capturar lo pasajero, a acertar o a no acertar lo

que puede no estar en nadie o puede estar en todos.

Lo único que quedará, que en realidad ha quedado, de unos tiempos y de otros ha sido la gracia de las metáforas

salvadas.

Las ideas serán verdaderas una temporada, las glosas serán aburridas, las tesis se quedarán tontas: pero las acertadas

metáforas serán florecillas de los siglos, así como de desaparecidas generaciones sólo queda apenas una fíbula.

III

No deben asemejarse a nada de lo ya dicho.

Antes se hacía un discurso vano con ocasión de cualquier cosa, se hacía una moral, una hilada de conceptos; ahora

sólo basta con una frase para revelar que se está más allá de los horizontes pasados.

No hay que dar gran rodeo. No son cosas de cínicos. Son la imagen dicha en un ambiente correcto de poesía, aunque

esté lleno de libertad. Greguerías del otro lado de lo admisible en un mundo de juerga, ¡no!

Mi cosecha de greguerías no es constante. Sólo brota a veces –raras veces–, pues para hallar la greguería hay que

estar en un estado de gracia profano y difícil. No vienen en cardumen.

Nunca pueden ser rebuscadas. Hay que esperarlas deambulando o sentados. Ni un paso voluntario hacia la imagen.

No es la greguería una frase célebre.

No puede figurar en el reverso de una hoja de almanaque.

No son reflexiones ni tienen nada que ver con ellas.

No es un paradigma y menos un apotegma, ni es un veredicto, que es juicio emitido demasiado seriamente y con

demasiada reflexión y autoridad.

Verdadero pescador de greguerías, me paso días y días esperando las que lo son y tirando de nuevo al agua las que

son sólo sardinas.

…se está siempre cerca de una greguería, pero nunca se la toca.

¿Frase lapidaria? La greguería no sale de debajo de ninguna lápida de tumba.

Ni debe haber en ella sentimentalismo rabilargo, ni cursilería rabicorta, ni descripcionismo.

Tampoco es aforística la greguería; lo aforístico es enfático y dictaminador. No soy un aforista.

¿Se queda entonces en metáfora?

Todo lo material y lo inmaterial pueden ser objeto de metáfora

Todas las palabras y las frases mueren por su origen correcto y literal, no llegando a la gloria más que cuando son

metáforas, porque la metáfora las hace abstractas y embalsamadas.

La metáfora multiplica el mundo, no haciendo caso al retórico que prohíbe enlazar cosas sólo porque él es impotente

para lograrlo.

Humorismo + metáfora = greguería.

Además la «greguería» tiene condiciones para captar por un nuevo lado el mundo que nace.

De todos modos, la greguería es esas cosas y más que esas cosas, pues la nueva literatura es evasión, alegría pura

entre las palabras y los conceptos más diversos: estar aquí y allá al mismo tiempo, desvariar con gracia.

Si la greguería puede tener algo de algo es de haikai , pero es haikai  en prosa.

IV

Yo me he permitido el desorden, la descomposición, el barroquismo sincero, y esto desde hace años, es decir, mucho

antes de que fuese todo un poco barroco.

Cumple este género el deseo de disolver que hay en lo profundo de la composición literaria, el mayor deseo que hay

en la vida y que prevalece siempre en definitiva. ¡Oh, si llegase la imposibilidad de deshacer!

Dediquémonos a la diversión pura y diáfana, que defiende la vida y la aúpa.

Todo se mejora y se orienta gracias a la diversión. El día en que la vida esté llena de verdaderas diversiones se habrá

acabado el rencor maligno y todos los monstruos que crea el aburrimiento.

Y que los juguetes del mundo sean juguetes nuevos.

La única manera de avanzar en arte y de contar mayores distancias es innovando.

V

La greguería no consiste más que en un matiz entre todos los matices, el matiz de un plural, de una palabrita -oiga,

que le voy a decir «una palabrita»-, una virgulilla, una tilde, algo que podrá ser una incorrección, un ripio, una pifia, un

balbuceo, una virguería rotunda, una piedrecita, un número, un desplante, un error.

La greguería resuelve las hinchazones con que todo se hinchaba.

La greguería es silvestre, encontradiza, inencontrable.

La greguería es la audacia y la timidez, es la manera sin amaneramiento, es la manera que no es más que la manera, y

que por no ser, no es ni la cierta manera.

La greguería es como esas flores de agua que vienen del Japón, y que siendo, como son, unos ardites, echadas en el

agua se esponjan, se engrandecen y se convierten en flores.

La greguería resarce, consuela, es un refrigerio inesperado. Sacia como un cuscurro de pan entre planes y planes, o

como un vaso de agua entre la sed falsa de los negocios o de las especulaciones incurables.

La greguería, aunque en eso esté precisamente su corrupción, debe recoger cosas muy loables, muy pasajeras, muy

efímeras, porque la corrupción es humana, y el arte humano debe gozar y perfeccionarse y descansar en ese

corrompimiento.

La greguería es el género que se debe escribir en los bancos públicos, en los pretiles de los puentes, en las mesas de

los cafés, al ir solos en los coches lentos que van acompañando a los entierros, en las mesas de las cocinas, en los

fogones, etc.

La greguería no se encuentra a punto fijo o con seguridad en ninguna parte, pero de pronto se encuentra mirando esa

escala de polvo que baja desde el sol hasta el suelo de la habitación y que se forma al dejar abierto sólo un intersticio

de las contraventanas bajo el sol de las siestas de veraneo. ¡Con qué presentimiento de la greguería veíamos de niños

esa espiritualidad material de la luz en la casa entornada de nuestra abuela!

La greguería es, por su forma, por su envase, la pequeña urna cineraria que yo necesitaba para mis cenizas cotidianas

y que me ha dado la medida de la aspiración, disuadiéndome de todas las accidentales aspiraciones insensatas.

La greguería tiene el brillo de los azulejos y su policromía; es un clavo sobre una pared –un clavo al que se mira

intensamente–; es lo que hay en nuestros redaños y en lo que se aprieta la emoción de la vida y el temor a la muerte;

es lo que podemos tener de todo: la sospecha venial.

La greguería es lo único que no nos pone tristes, cabezones, pesarosos y tumefactos al escribirla, pues su autor juega

mientras la compone y tira su cabeza a lo alto, y después la recoge.

La greguería es lo más casual del pensamiento, al que hay que conducir, para encontrarla, por caminos de serpiente,

de hormiga o de carcoma, hasta ese punto de casualidad.

La greguería conjuga el verbo como nada, dialoga, se ausenta, se humilla, solloza, musita, (…) hace una diablura con el

sombrero de un señor serio que está de visita en el despacho de papá, da una pincelada, se agacha en el jardían público

creyendo haber encontrado algo de oro, y recoge lo que relucía, aunque sea una bolita hecha con el papel de un

bombón; regala una idea para un drama, para una novela o para ahorcarse de ella.

La greguería es una mirada fructífera que, después de enterrada en la carne, ha dado su espiga de palabras o

realidades.

Una greguería nueva es el santo y seña del último día, consigna breve para saber los tópicos que se llevan matados y

lo lejos que se está del último lugar común.

¿Explicarlas? Viendo a la greguería inexplicable, y las que escriba cuando pueda escribir las penúltimas, serán todas

inexplicables.

VI

¡Desgraciado ese que dice a cualquier cosa: Eso es una greguería !

¡Qué miedo a hacer una greguería de más!

A mí, sin embargo, me alegra una greguería ajena más que una propia, entre otras razones de desinterés, porque no

me ha costado andarla buscando por el Imposible o estarla esperando en el quicio de una ventana como araña

paciente.

Sólo un maldito ha podido decir que su fragmentarismo se debe a holgazanería, ignorando que son lo más costoso de

encontrar, y que en el entretanto del hallazgo de dos buenas greguerías se pueden escribir con facilidad los más largos

ensayos o estudios históricos.

Pero el mal crítico irá al otro mundo como el plagiario, encerrado en ese ataúd «de imitación» que ofrecen las

funerarias.

VII

Atrapamoscas de la greguería, tengo que pasarme muchas horas con el brazo extendido y haciendo gestos como

detenedor de aviones en un campo de aterrizaje.

Nunca se sabe qué cosa es greguería, cuántas quedan posibles, dónde se encuentran las buenas.

Todo lo que merece ser dicho tiene que ser secreto y no hay nada que cueste más sacar a la vida que sus secretos.

¿Están fuera o están dentro?

Yo creo que estamos compuestos de greguerías como de células, pero tenemos que poseer muy sutil oído para oírlas.

La greguería desobceca, la greguería es matar a su tía, la greguería es el nombre más apropiado de las cosas, la

greguería es revolución serena y optimista del pensamiento, la greguería es la más poética broma de la vida.

Greguería: repaso estricto y poético de la vida.

Ramón Gómez de la Serna

Buenos Aires, 1952-1960

(Greguerías. Selección 1910-1960 , Madrid: Espasa Calpe, 1991)

El ruido de los pies descalzos de una mujer sobre los baldosines da una fiebre sensual y cruel.

Hay pensamientos pacificadores, como éste: «El sexo daría interés a un peñasco.»

Lo malo del deseo es que vuelve sin avisar.

El sexo es sombra.

En los pianos de cola es donde duerme acostada el arpa.

Los tenores de ópera parecen algo más que tenores de ópera, pero no son más que tenores de ópera.

Lo que más denigra al perro –y él lo sabe– es el rascarse la cabeza con la pata de atrás.

Todos los pájaros son mancos.

Los cuervos se tiñen.

El camello tiene cara de cordero jorobado.

El camello lleva a cuestas el horizonte y su montañita.

Lo que pone más rabiosa a la ballena es que la llamen cetáceo.

Lo que pierde al ratón es arrastrar tan largo rabo.

El caballo sí que es un hombre serio.

Al caballo con freno todo le sabe a cucharilla.

Entre los carriles de la vía del tren crecen las flores suicidas.

Hay una campana que suena en el alba y que no está en ningún campanario.

El farol no tiene prejuicios.

Son más largas las calles de noche que de día.

Los termómetros mueren jóvenes.

Si vais a la felicidad llevad sombrilla.

La raya del pelo es feliz.

Después de comer alcachofas el agua tiene un sabor azul.

No tiene importancia que el cazador mate un pichón, sino que haya matado un vuelo.

El ombligo no oye las conferencias.

Los sordos ven doble.

No hay cosa que dé más rabia que el oír hablar a través de un caramelo.

Sólo hay un olor que puede competir con el olor a tormenta: el olor a madera del lápiz.

En el fondo de los espejos hay un fotógrafo agazapado.

Las primeras gotas de la tormenta bajan a ver si hay tierra en que aterrizar.

El olivo siempre tiene cara de haber dormido mal.

Las raíces de los árboles están cruzadas de brazos.

Los claveles tienen las manos frías.

La nieve tiene sangre azul.

¿Qué está haciendo en realidad la luna? La luna está tomando el sol.

Cuando anuncian por el altavoz que se ha perdido un niño, siempre pienso que ese niño soy yo.

Los ladrillos saben esperar.

Los grandes reflectores buscan a Dios.

Los azulejos abren el apetito.

A los espejos no se les olvidan los trajes a rayas.

Las rosas se suicidan.

gomezdelaserna


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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