henri de toulouse-lautrec: la gorda marie martín
1884
The big Maria
La grosse Maria, Vénus de Mintmartre
Von der Heydt Museum, Wuppertal, Germany
80.7 x 64.8 cm
Entre su dónde y su cuándo, la gorda Marie está sentada en un sillón de respaldo irregular,
de espaldas a una pared oscura malpintada a brochazos desiguales de la que cuelga, tal vez,
una máscara entrerroja. También detrás de Marie hay un asunto muy dudoso que podría ser
un pájaro si no fuera otra máscara si no fuera un guiñapo a media luz.
Tiene una piel amarillenta de papel viejo o de bombilla ecológica de tungsteno, como el revés
crudo de la sombra. Está natural, en cuero vivo, en porretas, en bolas, en pelota picada, con
rasgos faciales de animal de presa, de tranquilo batracio: los ojos grandotes y separados; la boca
firme, dura y cerrada; el mentón ancho y deglutor. Marie tiene unas tetas menores que le caen,
le resbalan como lágrimas, como goterones, hacia los lados. Su cosa genital por entrepiernas
tiene un estampado de hojas o pétalos oscuros que se derraman en verde por el muslo.
Está seria porque quizá es la hora ritual de recibir las visitas de la merienda, o porque no ha podido
subirse al tiovivo de sí misma y se ha quedado en tierra, soñando con girar. Tal vez por eso parece
una individua triste, con los dientes escondidos y fea de color, con una gran boca que ha perdido
el habla.
Con la sencillez a la que obliga el merodeo, uno cree que Marie estaría más hermosa, mucho más
hermosa, vestida que desnuda, como les sucede a muchas mujeres, que no es fácil que el desnudo
añada belleza a la belleza vestida de la mujer. Afortunadamente, las apariencias casi siempre engañan:
apariencia y realidad casi nunca coinciden.
La que ahora vemos es la Marie real, no porque esté desnuda, sino porque está pintada por un hombre
de genio, que nos muestra a una mujer que se ha acostumbrado a no pedirle nada a la vida, a no esperar
a nadie, a no esperar nada de nadie.
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