El arte del sugerimiento, como la palabra lo dice, con­siste en sugerir. No plasmar las ideas

brutalmente, gorda­mente, sino esbozarlas y dejar el placer de la reconstitu­ción al intelecto del lector.

Esa es la Belleza que debemos adorar. La estética del sugerimiento.

Esto ya lo hacen algunos, pero todavía quedan tantos escritores y poetas matemáticos y con

olor a miasmas y a subterráneo de templo egipcio.

Dejemos una vez por todas lo viejo. Guerra al cliché. Que ya no haya más mujeres humildes

que se ocultan cual la violeta entre la hierba. Que ya no vuelen más las incautas mariposas en torno

de la llama.

¡Por Dios! ¿Hasta cuándo?

Que si hay una alma no sea blanca y pura, sino cualquier otra cosa.

Que si hay una montaña no sea una alta o encumbra­da cima. Es preferible que sea una montaña

que dialoga con el sol o con pretensiones de desvirgar a la pobre luna. Todo menos alta o encumbrada.

Hay poetas en Chile de los cuales me decís un sustan­tivo y yo inmediatamente os digo el adjetivo

que le ante­cede, no que le sigue. Eso ya sería un adelanto. ¿Paloma? Cándida paloma. Ni siquiera

paloma cándida.

Uno se pregunta ¿para qué hacen versos esos señores que nos cantan lo que ya todos sabemos

desde el vientre de nuestras madres?

Si no se ha de decir algo nuevo, no hay derecho para hacer perder tiempo al prójimo.

Vicente Huidobro

de El arte del sugerimiento

Poesía y poética, 1911-1948


 

 

 

 

 

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