isabel bono
pan comido
ed. bartleby
madrid
2011
galileo se quedó sin saberlo: tu voz también es redonda
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El único camino que conozco para llegar hasta ti
es escribir esta historia.
No escribo sobre mí. Escribo desde lo que soy
sobre lo que podía haber sido o podrá ser.
Ejemplo:
Cuando le dije (hoy) que me gustaría estar sola
irme sola una semana o dos
no significaba decir te quiero menos.
Alejarme de él no. Alejarme de mí.
De mí cuando soy con él.
Yo tenía deseos:
hacer cada día diez kilómetros en bicicleta
y ciento cincuenta abdominales
bajar después a la playa a tirar piedras al agua
(mientras llegas), no verte llegar
dejar que los trastos se amontonen
como arena o algas secas, tumbarme en la cama
apuntar con el mando a distancia
y cambiar de canal más de cien veces sin pestañear,
levantarme en mitad de la noche
y escribir un poema que no hable de ti.
-Tienes la cabeza llena de pájaros.
Retiró el pelo de su cara y, sonriendo
la besó por primera vez.
-Te quiero con locura.
Si alguien te dice que te quiere con locura
cree a ciegas en sus palabras.
Sólo se puede querer si crees a ciegas que te quieren.
Los pájaros de esta ciudad se han vuelto locos.
Desde hace una semana
se dejan aplastar en los pasos de cebra.
Llegan en tropel y mueren en tropel.
Al principio los coches intentaban esquivarlos.
Colocaron agentes de tráfico en todas las esquinas.
Las autoridades han recomendado
que es mejor aplastarlos que provocar accidentes.
Los agentes han sido sustituidos por barrenderos.
Los niños no quieren ir al colegio. Los ecologistas
han comenzado a encadenarse a las señales de tráfico.
Los barrenderos han pedido mascarillas
guantes y asistencia psicológica.
¿Por qué cada mañana me despiertan mil aves
estrellando sus cuerpos huecos contra la persiana?
¿No detestan como yo el olor a sangre?
A seguir bien, te decía en cada despedida
y cada despedida era un dolor
de articulaciones desbaratadas.
La ciudad se llenó de señales.
Señal nº1: El mar. Una isla. Señales de humo.
Ya le dije que no quemara mis cartas.
Señal nº2: Me paso el día apostando si es que llueve
o si son las palmeras del jardín rozando las ventanas,
tú siempre ganabas, dice.
En casa sabes que siegues teniendo tu cuarto, dice.
He regalado los perros, ya no tienes excusa, dice.
Señal nº3: La lavadora no centrifuga.
Señal nº4: Calle cortada por obras.
Sentido obligatorio hacia abajo.
-Si alguna vez nos vemos no sabré cómo acercarme a ti.
Debo aclarar que no soy de nostalgias tremendas.
La mitad de mis recuerdos son inventados.
Ocurre que mis mejores pensamientos no los conoces.
Muchas veces pienso cosas que contarte
que se van estructurando en mi cabeza como un Tetris.
Momentos fugaces en los que mi cabeza funciona
y siento que piensa cosas buenas
lo que la gente llama intuición, creo.
Y se me transforma en aire, en humo.
Nunca escucha el despertador.
Si se despierta es porque nota el calor de su cuerpo,
el de él, separándose,
y los pies tanteando zapatillas en la oscuridad.
Cuando él sale del cuarto sin hacer ruido para no despertarla,
ella ya no puede cerrar los ojos.
El calor ha vuelto a su cuerpo
siente la vejiga punzándole, pero prefiere no moverse.
Las sábanas calientes, los músculos
dóciles y adaptados a la postura. Intenta ovillarse
encoge su cuerpo como plástico quemado
y trata de recordar el último sueño.
Oye a lo lejos la radio dando las primeras noticias
la cuchara removiendo el azúcar.
Es otra casa, es otro hombre, pero los ruidos son los mismos.
El estómago se le vuelve una bota de vino vacía y seca.
Se encoge aún más.
La radio anuncia temperatura y carreteras colapsadas.
Él entra (ella aprieta los ojos)
se acerca y la abraza por encima de las mantas, la besa.
Ella responde con movimiento de larva y le devuelve el beso.
Sabe que será la última vez.
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Accidente doméstico #1
Resbalar en cuarto de baño y golpear mandíbula con lavabo
al intentar alcanzar albornoz. Pérdida de conocimiento,
hipotermia.
Accidente de tráfico #2
Fallo de dirección y/o frenos en curva muy peligrosa
tomada a 120 kms/h y con ´caída libre
de 325 mts sobre el nivel del mar. Con o sin airbag.
Abandono de hogar #3
Bajar de altillo maleta mediana, camisetas, caja de mimbre,
cámara de fotos, abrigo gris, cenicero azul.
Llaves del coche y tarjetas de crédito sobre la mesa.
Ninguna nota.
Suicidio #4
Diazepam y derivados de Benzodiacepina
(envase con 500 comprimidos de 10 mg)
más Stolichnaya Russian Vodka (40% vol 0,7 l)
no sin antes dejar cena lista para microondas.
Nunca escucha las llaves abriendo la puerta. Si se despierta
es porque nota los pies
desprendiéndose de los zapatos y el calor de su cuerpo,
el de él, acercándose en la oscuridad.
Cuando él entra en el cuarto sin hacer ruido para no despertarla,
ella ya no puede cerrar los ojos. El calor ha vuelto a su cuerpo
siente el corazón punzándole, pero prefiere no moverse.
Las sábanas calientes, los músculos dóciles
y adaptados a la postura.
Intenta ovillarse encoge su cuerpo como plástico quemado.
A lo lejos, sólo algún coche con el motor encendido
mientras compra droga al otro lado del puente.
El estómago se le llena de erizos. Se encoge aún más.
Él entra (ella aprieta los músculos), la abraza, la besa.
Ella responde con movimiento de larva y le devuelve el beso.
Sabe que será la última vez.
Discutimos dos veces. Una por la fuente de la etiqueta del buzón.
Otra por aquella mujer.
Estrellar un cenicero en el espejo no estuvo bien por mi parte
porque el cenicero no era de ella ni el espejo nuestro.
El casero nos cobró cinco mil
y seguimos durmiendo en la misma cama
pero más solos. Uno contra el otro.
El cuerpo no se equivoca, lo dije mil veces.
Y a mi cuerpo le dolían las articulaciones.
Mi cuerpo tumbado desnutría las sábanas
y soñaba calles de ciudades construidas con arena.
Me he bebido medio litro de vino
y mañana tiene que venirme la regla.
Sé que no es el mejor momento para decidir nada.
No obstante:
-Quiero que nos separemos.
A mitad del curry se lo digo, ¿y?
Risas locas de fondo. Murmullo de botellas y el mar tan cerca
sin llegar (a ponerse de mi parte).
Las luces de los barcos o la luna, después, en el retrovisor.
Quizá no me haya explicado bien.
Me descalzaría sin limpiarme los dedos en la servilleta.
Y me levanto.
Un salto pequeño y las plantes de los pies heladas.
Arena negra.
Sólo las luces de la bahía cerrándome el paso.
Cada año un metro menos.
Pueblos constelaciones si los miro sin gafas.
Y tú sentado acabándote el curry
mientras yo me alejo, pies (pájaro) de plomo.
La orilla limpia. Porque si no hay luz todo está limpio
para que los tobillos no sepan de peces condón
o aceite de las barcas.
Las piedras y yo resbalando movidas sólo por el frío.
Que te dejo para no volver
a mitad de una cena cualquiera. Sin preparar discursos
sin hacer lista de objetos, sin pedir la custodia de ningún hijo.
Hijo es el salitre que se me pega a las piernas.
hijo es esta luz negra
que me entretiene los ojos en el horizonte.
Hijo las estrellas en el agua
flotando como peces muertos de siete colas.
Como si el universo fuera agua, no sólo espacio.
Me haces señas. Distingo tus manos
desde aquí como si me acariciaras.
Que nos vamos, entiendo yo
y te miro sin comprender tu serenidad de barca varada
(llena de arena) donde un hombre sin camisa
prendió fuego a los espetos.
Las barcas no saben que navegan
ni cuando las echan al mar. Las barcas
siempre fueron árboles quietos. Ahora
fuego es lo que les mece el viento.
Pero siguen sin saber nada
Me faltan luces en las extremidades y sal en los ojos.
Y ningún mar es suficiente.
Arrastro los pies y me desdigo
ante el silencio de tu mano tendida. Y subo.
Te quejas sin mirarme
porque he vuelto a dejar el coche lleno de arena.
-Lo más profundo es la piel.
A veces me gustaría cerrar una puerta
como quien aplasta un mosquito.
-No sabes cómo me arrepiento de todo.
Carótida escarchada.
Me arrancó el corazón como una fruta de diciembre
y lo vi colgado de un hilo en el patio de un colegio.
Tú seguías vivo.
Y aún quedaba por llegar el invierno.
Me arrepentí, yo también, del tiempo
que pasó desde que nos conocimos hacia atrás.
Cero, vacío, nada. Ninguna historia en pie.
Ninguna ciudad. Ningún hombre.
Las fotos del álbum
postales del Cuadrado negro de Malevich. Todas.
Y llegó noviembre con patinadores sobre hielo
haciendo piruetas no ensayadas.
Resbalando los dedos
otra vez
por los lomos de los libros que no llegaré a leer
porque (ahora) todos estaban en blanco.
Volver como antes, no así. Yo tampoco.
Cerrar los ojos otra vez no. Amarte.
Despojada del cansancio y las obligaciones,
como no estabas podía amarte a mis anchas.
Y te amé.
Volver como el mar, que deja algas en la orilla
para que se sequen como reliquias.
Esto es lo que tengo, esto es lo que te doy
(aunque se seque) (lejos) de mí.
Al menos me dejaste la mesa de trabajo calzada.
No quería una tregua (yo)
ni siquiera tiempo muerto.
Tiempo, sí. Horas tumbado (tú).
Savia renovada en mis articulaciones.
-Te noto indiferente.
No era indiferencia, era arrogancia.
Por eso el primer día (llegué una semana antes)
dejé que abrieras todas las cremalleras.
Novedades no había. Sin respiración
ni sangre que donar. Infectada para siempre
desde la primera palabra (sabor) de tu boca.
Tinta china en tu boca pincel.
Ecos de acantilado cada noche
en la cama o en el suelo. Voz redonda.
No pareces (entonces) mi amigo.
Una vida para dos no es media vida.
Los dos intoxicados, de espaldas,
contra el último sueño (mío).
-No te vuelvas. Deja que acabe.
Mis neuronas, medusas de septiembre
no entienden por qué sólo una vida
y por qué precisamente sin ti.
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