isabel bono: una casa en bleturge: orden

 

 

13 insurgentes
2017

 

para Purranki,
lehendakari de los caminos

 

 

orden

 

 

 

No le gusta tener que mover al menos un par de libros cada vez que termina de leer otro,

para ponerlo en el lugar que le corresponde en la estantería. No le gusta porque, aunque

no se vuelve, sabe que él la está mirando. A veces los deja sobre la mesa y cuando él no

está los coloca alfabéticamente con mimo. Los libros. Sin ellos se volvería loca.

 

 

Se llama neurosis, le ha oído decir a sus espaldas alguna vez. No, se llama orden. Neurosis

es cuadrar los libros leídos siempre en la esquina izquierda de la mesa y siempre dejando

un centímetro desde el lomo hasta el borde. Neurosis es, a pesar de saber que él la mirará

con recelo mientras mueve unos y coloca otros, no poder dejarlos unas horas sobre esa maldita

mesa hasta que él se vaya. Neurosis es cuadrarlos una y otra vez en esa maldita esquina para

finalmente no esperar, levantarse.

 

 

Recuerda a su madre recogiéndole el pelo en una coleta, repitiendo que después siempre hay

que limpiar bien las púas de pelos. Por cortos que sean, repetía. No querrías peinarte con un

cepillo que lleva pelos de otra persona, ¿verdad? Cada una teníamos nuestro propio cepillo.

Mi hermana uno rosa, yo uno verde y mi madre uno de carey que guardaba en su mesilla de noche,

lejos de posibles contaminaciones.

 

 

Una compañera de colegio le contó entre lágrimas que, cada día al llegar a casa, su madre le limpiaba

la boca por dentro con un algodón empapado en alcohol. Quitar pelos de un cepillo no era para tanto.

Lo sigue haciendo, aunque no sabe muy bien para qué. Tampoco sabría explicar, si es que alguien

le preguntara, por qué debajo de cada cosa fría coloca algo no frío que haga de aislante. Por ejemplo,

llega con prisa, se quita el anillo y lo deja en el bol de cerámica de la cocina, pero al momento se da la

vuelta y lo lleva hasta el cuenco de madera del dormitorio. O el móvil. Jamás lo deja sobre el cristal

del mueble de la entrada, lo pone dentro del cestillo o sobre un posavasos de corcho. Y así todo.

 

 

Evitar el frío a lo frío se convierte en una tarea más. Un tarea que procura hacer lejos de cualquier mirada.

El maldito orden de las cosas, la maldita herencia genética, el maldito miedo a lo que los demás piensen

de nosotros, aunque sepamos de sobra lo que piensan.

 

 

 

 

 

 

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