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jaime gil de biedma

 

las personas del verbo

Grupo Planeta

 

 

barcelona ja no és bona 

o mi paseo solitario en primavera

 

A Fabián Estapé

 

 

Este despedazado anfiteatro,

impío honor de los dioses, cuya

afrenta

publica el amarillo jaramago,

ya reducido a trágico teatro,

¡oh fábula del tiempo!

representa

cuánta fue su grandeza y es su

estrago.

                             rodrigo caro

 

 

 

En los meses de aquella primavera

pasaron por aquí seguramente

más de una vez.

Entonces, los dos eran muy jóvenes

y tenían el Chrysler amarillo y negro.

Los imagino al mediodía, por la avenida de los

tilos,

la capota del coche salpicada de sol,

o quizá en Miramar, llegando a los jardines,

mientras que sobre el fondo del puerto y la

ciudad

se mecen las sombrillas del restaurante al aire

libre,

y las conversaciones, y la música,

fundiéndose al rumor de los neumáticos

sobre la grava del paseo.

Sólo por un instante

se destacan los dos a pleno sol

con los trajes que he visto en las fotografías:

él examina un coche muchísimo más caro

—un Duesemberg sport con doble parabrisas,

bello como una máquina de guerra—

 

y ella se vuelve a mí, quizá esperándome,

y el vaivén de las rosas de la pérgola

parpadea en la sombra

de sus pacientes ojos de embarazada.

Era en el año de la Exposición.

 

Así yo estuve aquí

dentro del vientre de mi madre,

y es verdad que algo oscuro, que algo anterior

me trae

por estos sitios destartalados.

Más aún que los árboles y la naturaleza

o que el susurro del agua corriente

furtiva, reflejándose en las hojas

—y eso que ya a mis años

se empieza a agradecer la primavera—,

yo busco en mis paseos los tristes edificios,

las estatuas manchadas con lápiz de labios,

los rincones del parque pasados de moda

en donde, por la noche, se hacen el amor…

Y a la nostalgia de una edad feliz

y de dinero fácil, tal como la contaban,

se mezcla un sentimiento bien distinto

que aprendí de mayor,

este resentimiento

contra la clase en que nací,

y que se complace también al ver mordida,

ensuciada la feria de sus vanidades

por el tiempo y las manos del resto de los

hombres.

 

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Oh mundo de mi infancia, cuya mitología

se asocia —bien lo veo—

con el capitalismo de empresa familiar!

Era ya un poco tarde

 

incluso en Cataluña, pero la pax burguesa

reinaba en los hogares y en las fábricas,

sobre todo en las fábricas — Rusia estaba muy

lejos

y muy lejos Detroit.

Algo de aquel momento queda en estos

palacios

y en estas perspectivas desiertas bajo el sol,

cuyo destino ya nadie recuerda.

Todo fue una ilusión, envejecida

como la maquinaria de sus fábricas,

o como la casa en Sitges, o en Caldetas,

heredada también por el hijo mayor.

 

Sólo montaña arriba, cerca ya del castillo,

de sus fosos quemados por los fusilamientos,

dan señales de vida los murcianos.

Y yo subo despacio por las escalinatas

sintiéndome observado, tropezando en las

piedras

en donde las higueras agarran sus raíces,

mientras oigo a estos chavas nacidos en el Sur

hablarse en catalán, y pienso, a un mismo

tiempo,

en mi pasado y en su porvenir.

 

Sean ellos sin más preparación

que su instinto de vida

más fuertes al final que el patrón que les paga

y que el salta-taulells que les desprecia:

que la ciudad les pertenezca un día.

Como les pertenece esta montaña,

este despedazado anfiteatro

de las nostalgias de una burguesía.

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Emily Dickinson

 Poemas a la muerte

 

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