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joaquín orlando giannuzzi
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apuestas en lo oscuro
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Suplemento Cultura
La nación
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La partida
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Hemos desconectado la casa de la central eléctrica, enfundado los muebles, abatido todo vestigio de movimiento.
Un caos frío se insinúa en el aire.
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Obedientes a una orden sin palabras las ventanas se cierran solas como al final de un pensamiento.
Se clausura la última puerta, se fija en la memoria el chasquido de la llave, y en el umbral, perplejo, vacila y se demora
el perro, sospechando una mutación desconocida del destino.
Despojado el espacio de toda finalidad el tiempo se congela en la vacía oscuridad de la casa.
Y una vez más el auto nos devuelve a los países irredimibles.
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La bala
La mala noticia puede aullar en el teléfono sonando en medio de la noche.
Pero si el llamado estaba equivocado volvemos a la cama como si una bala
que nos estaba destinada hubiera silbado a corta distancia de nuestra soñolienta cabeza.
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De todos modos, la época reserva sus oportunidades. La misma bala dará en el centro
de otra cabeza insomne en una oscuridad donde el teléfono no hace otra cosa que callar.
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Belle époque
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Todo el mundo bajo el pudor de sombreros, gorras, bastones, bigotes, tules, corsets, amontonamiento de porcelanas,
mármoles y máscaras.
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La piel espesa soslayando el escándalo en la oscura fisiología de la conciencia.
Valses en los salones, en las calles garrotazos y los últimos caballos.
Alegres ejércitos almacenando sangre.
Convicciones retóricas y los primeros síntomas mortales en las relaciones de producción.
La historia que se inclina hacia un horizonte funerario.
Y Rubén Darío dilapidando su lenguaje y alcoholizándose a fondo porque algo no funcionaba en el tumulto.
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Comprender
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La sombra del vaso se volvió azul sobre mi mesa. A un costado la luz de la lámpara revelaba su objetivo.
Todo estaba bien. Había allí una relación, la suave corriente alterna de una correspondencia natural.
No intenté nada en la quietud de la noche como si en el azul de la sombra se hubiera revelado la paz de la materia y su equilibrio.
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Tus zonas
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Había zonas de tu rostro que callaban secretas. Nos rodeaban colinas verdes en las tardes jóvenes de nuestra edad.
Tu sexo oculto, pasiva sombra de la promesa y mi carne al acecho palpitando en los dedos de tus pies insinuados.
Los diciembres volvieron y las colinas arboladas: los territorios oscuros de tu rostro se iluminaron con preguntas y hacia vos,
mis miradas se mudaron en respuestas.
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Escucha, ahora el ruido del tiempo se aleja de nuestros cuerpos enlazados.
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Por Joaquín O. Giannuzzi
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