enseñando el sistema nervioso
por Mariano Peyrou
El pasado 25 de Junio, en el Café Pandora, Julieta Valero, acompañada por Ignacio Elguero y Manuel Rico, presentó su primer libro de poemas.
Altar de los días parados (Bartleby Editores, Madrid, 2003) es un libro que anexiona o al menos visita territorios inexplorados, tal vez inexistentes hasta entonces.
La de Valero es una poesía de los márgenes, desde el primer poema: «lo que queda innombrado», lo que nadie ve es lo que cabe aquí.
Cuando hablo de estos territorios estoy pensando en espacios poéticos, en formas de nombrar, pero también en espacios interiores: las ideas que dejan el amor, la memoria, los dolores y placeres y la reflexión metapoética conviven en un libro en el que el discurso se apoya en la sorpresa, el giro, la imagen sugerente, distintos estímulos para que el lector construya el sentido a partir de un material que está pero se escapa, que, como dice Carlos Piera, «viene como si se fuera».
Esta parece ser la clave de la escritura de Julieta Valero; más que el intento de decir lo inefable, la capacidad para fijar lo que se escapa, lo que se puede ver, tocar, degustar o sufrir, pero no se deja atrapar.
«Yo no sé lo que ocurre pero quiero decir lo que veo».
Valero cita a Javier Bello, ofreciendo su poética condensada en una frase. Y lo dice «enseñando el sistema nervioso», a ráfagas, en un flujo discontinuo que se activa al ser estimulado, reproduciendo una percepción del mundo en la que todo se mueve salvo el tiempo.
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altar de los días parados
julieta valero
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dónde puede ser visto.
qué lugares frecuenta
Transcurres en todo lo que queda innombrado.
Sucedes en la arena que a la mano del tiempo se escapa.
Ocurre tu sexo mientras nadie lo mira,
florece y se licencia
en un triste salón
y nadie va a verle.
Tienes lugar en los ojos de tu madre,
en la boca de amigos, sastres y tenderos,
en el silencio de los contables,
en todas las palabras, comidas y siniestros
a los que renunció tu memoria.
Pero aconteces como nunca en las aceras
cuando libre de vigilias irrumpe
tu sola forma oceánica.
Tu sola forma oceánica,
los modos del mercurio.
Eres un exilio, un empeño en mil direcciones,
la fuerza del viento y su mal maridaje.
Parece que tus ramas brotaran alianzas,
que todo fueran signos de un íntimo
alzamiento. Y caen
las hojas, y no hay estruendo,
sinfonía ni conclusión.
Aunque exactamente hermoso, un instante.
Nunca sabrás el rostro que llevas cuando nadie te mira.
Es un pez del abismo, es un cuento hecho carne,
lo que dicen los dioses cuando está amaneciendo,
lo que piensa un atlante cuando ve que le acechan.
Don del errante, gran dignidad y un lecho para la dulzura.
Pero tú nunca sabrás de ti en tesoro.
Los días cabalgan en los días,
porta un recuerdo de sí todo lo que se rompe,
la ciencia del collar rige a los mortales.
Pero tú nunca, unánime nunca, nunca cielo de ti.
•
y su experiencia es cesar. Es confusión de la memoria.
barcelona
Barcelona está bien en los cielos.
Allá arriba duerme lo negado,
lo que el reo de tus ojos
ya se encarga de desear.
Y parten sus aves en busca de ventura.
Sí. Barcelona y el mar deben seguir
percheando tu deseo.
Deja a Barcelona al noreste de la ansiedad.
Conocerla sería apagar sus incendios,
sufragar su miseria, violarte el espejismo;
un rumor de mercado enhebrando tus plumas.
Conocerla sería conocerla
para luego entender que la has perdido,
y que ya no sabrías perderte en su olor imaginario.
Barcelona triunfa colgada de tu afán.
Porque triunfa en los techos y no existe,
no deben caer las torres sagradas,
no debe ensuciarse el azar de su lodo,
que no pierdan esos labios sus mestizas vocales,
su besable extranjería.
Porque son como caderas, no se tocan.
Pues no tienes dios y del arte vas dudando,
protege la fe en las postales de tu frente.
Barcelona ignota. Barcelona a salvo.
Barcelona al noreste del deseo.
•
el dolor, ejercicio de cálculo
El principio de los tiempos, ahora
mismo, todos los seres
-millones de auroras
de caminos, de germinaciones, interminable
ristra de ojos, haz que no cesa-
que han pasado por el mundo
-augurios, coronas, el semen, palabras suspensas, lo perecedero-
todos aquellos que ruedan
-piel que no olvida ningún tono, lenguas inauditas,
conjuntos que el sol deshizo-
en este instante por el mundo
-el frío, el hambre, la pena, la perversión del hombre, poema infinito-
¿cuál, de entre ellos?
-ahogados, quemados, la tortura,
el abandono, ¿resuena en un tórax, la cuerda del dolor
lo mismo en Chicago que en Sodoma?
Campamentos, nieve, tiempos remotos o la próxima esquina
leyes y materia para un día
de imposible reconstrucción-
¡cuál, de entre todos ellos!
-y la insistencia, aquello que se encarniza o
simplemente se enamora, el dolor
tomando un cuerpo por posada-
fue y no lo supo, el perfume del Caos
-inquisidores, césares, soldados convencidos,
apóstoles, un sencillo homicida,
un cocinero de pavor y epifanía en sangre-
la moza abierta para el Caos
-un niño, luego un hombre, luego un niño,
el dolor no precisa anchas camas-
la cruz del Caos fue, o el foro del espanto
-en Persia, en Tebas, Bombay o Girona
sobre dos piernas y en torno a un vientre
ambicioso de pan y regalos blanquecinos-
el Elegido de Dios
-al alba, junto a un mar; noche-noche o luz absoluta-
de un Dios entonces más pequeño que un discurso
-hay tantos credos como vidas guarda una ola-
más concreto y deficiente que cualquiera de los Hombres.
No hay ley, máquina o cejas que dibujen el rostro
del que más ha sufrido, pero ha estado aquí
y todos los Hombres le tienen por rival,
y todos los Hombres soportan su rostro, un rato.
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galicia-agosto-otra mujer:
En estos días de verano
una mujer discontinua, pariente de olas y sórdidos menajes.
En este verano plagado de días para los que no tengo alimento
una mujer arrasada y sinembargo.
Y me mira, me mira enseñando el sistema nervioso,
a mí, sólo a mí, que me pongo hermosa de privilegio;
se abre la camisa y tiene dos llagas para mí,
que me revelo deseable como un desarraigo
e ingreso en la vida azarosa de los espías.
Una mujer arrasada y aún es tiempo.
Y en mí conoce al fin puente y calidez.
«Trabaja con las manos» -alguien dice-.
«Se le cayó el alma en un descuido y
la saca los domingos de paseo»
-susurran sus órganos, todos con fiebre-.
Y yo sé más de lo que debiera
escuchando su cuerpo de último esfuerzo por todo;
su cuerpo brotado a destiempo en un bosque
de árboles esbeltos como niñas
(«todas eran más guapas» -admitía su madre-).
Hoy son muchos los hombres y mujeres que corren a escuchar
lo que canta su desnudo.
¡Oh tierra que pace once meses bajo el agua!
¡Oh cuerpo hermano al borde del abismo!
Dadme plaza en este mes que a todos los ojos convoca.
La casa que habitamos apenas ha notado un susurro.
Los árboles de ahí fuera nos distan con jurásica piedad.
Se irán las diminutas clavículas de mi perro, que sostienen su tanto,
te llorarán los pechos con pena cada día más blanda.
Y me muero, me estoy muriendo en el sol,
me estoy muriendo de una pequeña dimensión
porque toco la vida y es tan frágil que me enferma.
Me muero de pena por todo lo innombrado
esa mujer y su puente hacia mi rostro.
Una fina corriente arrastra pronto el luto.
Soy desleal tal cual tomo aliento.
Viene mi amante, entran los días; yo diré si me tocan.
Bajo al comedor y ya te estás diluyendo, no nos hemos sucedido.
Silencio. Nuevos visitantes.
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A aquellos cuya primera memoria no es vegetal
paisaje sin células
Este hombre admirable se recuerda a sí mismo, muchacho,
arrojando piedras en un estanque. En un estanque.
El otro hacía memoria y regresar era un huerto,
patio, higuera, una hacienda almenada de faldones
(las mujeres irradiaban la excelencia de las viejas estatuas).
Cuando aún quedaban cosas remotas este joven desdichado
partía el muelle con desgarro trasatlántico. Al fin halló la calma
hilvanando su angustia con los sabios lagartos de ciudades verticales.
Lo hizo dejando una mano en el pozo de la infancia.
Ayudaron las claves de las fuentes que un amigo le prestara.
Ella busca cada tarde la forma. En sudar se contenta.
Ella busca en los venerables la forma de entrar por el crepúsculo
a la mañana. Son los eléctricos avisos nunca iguales.
Y por eso cruza la calle de espaldas; y escucha. Espera.
Dicen: jilguero. No puede ver nada.
Se oye: olivo, trasmina, la rosa es más rosa
de puro y puro dorada. Y del olivo, el aceite,
de la rosa, insólita fragancia,
hasta el almendro es un esfuerzo que precisa
nutritivas franquezas blancas.
No nos extrañemos. Antes de ver su primera gallina
ella cifraba la existencia en veintiocho deidades.
Sí, su niñez ya fábula de calles. Fábula.
biblioteca BABAB
número 20
julio 2003
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Qué bonito, precioso.
Gracias por colgarlo,
Ángel