medo da eternidade

 

 

 

 

Jamais esquecerei o meu aflitivo e dramático contato com a eternidade.

Quando eu era muito pequena ainda não tinha provado chicles e mesmo em Recife falavase

pouco deles. Eu nem sabia bem de que espécie de bala ou bombom se tratava. Mesmo o

dinheiro que eu tinha não dava para comprar: com o mesmo dinheiro eu lucraria não sei quantas

balas.

Afinal minha irmã juntou dinheiro, comprou e ao sairmos de casa para a escola me

explicou:

– Tome cuidado para não perder, porque esta bala nunca se acaba. Dura a vida inteira.

– Como não acaba? – Parei um instante na rua, perplexa.

– Não acaba nunca, e pronto.

Eu estava boba: parecia-me ter sido transportada para o reino de histórias de príncipes e

fadas. Peguei a pequena pastilha cor-de-rosa que representava o elixir do longo prazer. Examinei-a,

quase não podia acreditar no milagre. Eu que, como outras crianças, às vezes tirava da boca uma

bala ainda inteira, para chupar depois, só para fazê-la durar mais. E eis-me com aquela coisa corde-

rosa, de aparência tão inocente, tornando possível o mundo impossível do qual eu já começara a

me dar conta.

Com delicadeza, terminei afinal pondo o chicle na boca.

– E agora que é que eu faço? – Perguntei para não errar no ritual que certamente deveria

haver.

– Agora chupe o chicle para ir gostando do docinho dele, e só depois que passar o gosto

você começa a mastigar. E aí mastiga a vida inteira. A menos que você perca, eu já perdi

vários.

Perder a eternidade? Nunca.

O adocicado do chicle era bonzinho, não podia dizer que era ótimo. E, ainda perplexa,

encaminhávamo-nos para a escola.

– Acabou-se o docinho. E agora?

– Agora mastigue para sempre.

Assustei-me, não saberia dizer por quê. Comecei a mastigar e em breve tinha na boca

aquele puxa-puxa cinzento de borracha que não tinha gosto de nada. Mastigava, mastigava. Mas

me sentia contrafeita. Na verdade eu não estava gostando do gosto. E a vantagem de ser bala

eterna me enchia de uma espécie de medo, como se tem diante da ideia de eternidade ou de

infinito.

Eu não quis confessar que não estava à altura da eternidade. Que só me dava era aflição.

Enquanto isso, eu mastigava obedientemente, sem parar.

Até que não suportei mais, e, atravessando o portão da escola, dei um jeito de o chicle

mastigado cair no chão de areia.

– Olha só o que me aconteceu! – Disse eu em fingidos espanto e tristeza. – Agora não

posso mastigar mais! A bala acabou!

– Já lhe disse, repetiu minha irmã, que ela não acaba nunca. Mas a gente às vezes perde.

Até de noite a gente pode ir mastigando, mas para não engolir no sono a gente prega

o chicle na cama. Não fique triste, um dia lhe dou outro, e esse você não perderá.

Eu estava envergonhada diante da bondade de minha irmã, envergonhada da mentira que

pregara dizendo que o chicle caíra da boca por acaso.

Mas aliviada. Sem o peso da eternidade sobre mim.

 

 

 

 

 

 

miedo de la eternidad

 

 

 

Jamás olvidaré mi aflictivo y dramático contacto con la eternidad.

Cuando yo era muy pequeña todavía no había probado chicles y en

Recife casi no se hablaba de ellos. Yo ignoraba qué clase de caramelos o

bombones eran. Y hasta el dinero con que contaba no alcanzaba para

comprarlos: con el mismo dinero podía conseguir no sé cuántos caramelos.

Al final mi hermana juntó dinero, los compró y al salir de casa para la

escuela me explicó:

—Ten cuidado de no perderlo, porque este caramelo nunca se acaba.

Dura toda la vida.

—¿Cómo que no se acaba? —me detuve un instante en la calle,

perpleja.

—No se acaba nunca, y listo.

Yo estaba embobada: me parecía haber sido transportada al reino de

las historias de príncipes y hadas. Tomé la pequeña pastilla color rosa que

representaba el elixir del largo placer. La examiné, casi no podía creer en el

milagro. Yo que, como otros niños, a veces me sacaba de la boca un

caramelo todavía entero, para chuparlo después, sólo para hacerlo durar

más. Y heme con aquella cosa rosada, de apariencia tan inocente, que

hacía posible el mundo imposible del cual ya había empezado a darme

cuenta.

Con delicadeza, terminé poniéndome el chicle en la boca.

—¿Y ahora qué hago? —pregunté para no equivocarme en el ritual

que ciertamente tenía que existir.

—Ahora chupa el chicle para ir saboreando su dulzor, y sólo cuando

se le vaya el gusto empieza a masticar. Y ahí mastica por toda la

vida. A no ser que los pierdas, yo ya perdí varios.

Perder la eternidad. Nunca.

Lo dulzón del chicle era bueno, no podría decir que excelente. Y,

todavía perpleja, nos encaminábamos a la escuela.

—Se acabó lo dulce. ¿Y ahora?

—Ahora mastica por siempre.

Me asusté, no sabría decir por qué. Empecé a masticar y pronto tenía

en la boca ese pegote ceniciento de goma sin gusto a nada. Masticaba,

masticaba. Pero me sentía a disgusto. Y en verdad no me estaba gustando

el sabor. Y la ventaja de ser un caramelo eterno me llenaba de una suerte

de miedo, como el que se tiene ante la idea de la eternidad o del infinito.

No quise admitir que no estaba a la altura de la eternidad. Que sólo

me producía aflicción. Mientras tanto, masticaba obedientemente, sin

parar.

Hasta que no soporté más, y, cruzando el portón de la escuela, me

ingenié para que el chicle masticado se cayera al suelo arenoso.

—Mira lo que pasó —dije con fingidos espanto y tristeza. Ahora no

puedo masticar más. Se terminó el caramelo.

—Ya te lo dije, repitió mi hermana, que no se termina nunca. Pero

una a veces los pierde. Hasta de noche se puede seguir masticando,

pero para no tragarlo cuando se duerme se lo pega en la cama.

No te pongas triste que un día te doy otro, y ése no lo vas a perder.

Yo estaba avergonzada ante la bondad de mi hermana, avergonzada

de la mentira que había tramado al decir que el chicle se me había caído de

la boca por casualidad.

Pero aliviada. Sin el peso de la eternidad sobre mí.

 

 

 

 

 

 

Clarice Lispector

Revelación de un mundo

Selección de textos, presentación,

revisión y notas de Amalia Sato

A descoberta do mundo

 

Adriana Hidalgo editora S.A.,

octubre de 2005

Buenos Aires

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Te puede interesar

eternidad

 

La vida vibrante entrando a borbotones; barriendo toda duda.

seis de corazones

 

Pero si lo piensas
con ese amor que sigue latiendo, cuando
el corazón deja de latir