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benjamin
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Defiéndete, por dios, sal del susto, sal del miedo: aunque entiendas poco, aunque entiendas menos
que los otros: ya nadie te golpeará. Pareces la mitad de algo, debajo del arco del asombro.
Escucha: solamente tienes que retener las cosas en el mismo momento en que cruzan de la luz a la
sombra, antes de que se golpeen contra el suelo: hay que retenerlas como si se fuesen a ahogar: ¿comprendes,
Benjamin?
En una sola existencia humana pueden reunirse, en cualquier momento, la ambigüedad, la incertidumbre
y la indecisión: una de las muchas combinaciones posibles, pero la malignidad de ésta se relaciona con la falta (casi)
completa de referencias: se trata más bien de una pasta o papilla mental que es un cacao maravillao que se acumula
justo en el intervalo entre el ser y el no ser, que es donde no hay nada, pero no una nada de nada, sino una nada como
de algo: lo siento, Benjamin, no sé explicarlo mejor, de otra manera.
Si te dejas ver un rato no demasiado largo con esos ojos de indefensión, con esa mirada que necesita y pide
afecto, que sólo dice y repite ‘por favor, por favor, acógeme, hazte cargo de mí’: en un rato que no será largo, sólo
conseguirás el rechazo, provocarás la agresión de los que te vean, y todos querrán humillarte.
Por dios, arráncate esos ojos, rómpete esa mirada. Si no lo haces, Benjamin, todo será un peso opaco entre no
morirte ni vivir, una hemorragia de vida con los sentimientos equivocados, con las emociones estropeadas.
Aunque tengas que dormir de espaldas a todo y se te borren cada noche los recuerdos, arráncate esa mirada,
Benjamin, destrózala.
© Fotografía de Lee Jeffries
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