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la dama tuerta
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Quisiera preguntarle educadamente a la dama tuerta para qué quiere dos —o más— ojos
cuando ya tiene uno, precioso, por el que entra en su vida toda la luz del universo.
Más que un asunto óptico de la visión de ver, puede tratarse de la falta de simetría, de la
desigualdad o el desorden que la asimetría de un solo ojo instala en su cara, esto es: que le falta
un ojo a su belleza.
Por lo demás, podrá seguir viajando, incluso individualmente, si lo prefiere; podrá caminar hacia
el horizonte sin alcanzarlo jamás; tocarse con las dos manos toda la carne carne de su gran situación
personal y, en fin, rodearse de mucha gente o revisar sus sombras de una en una antes de enviarlas
a la escuela.
Al parecer se trata, en suma, de un asunto práctico, pero no del cuerpo, sino del alma.
Si algo necesitamos de ella —y de los demás— es saber cómo son de verdad para ir sabiendo
cómo somos nosotros mismos. Con la dama tuerta, el sufrimiento ha invertido posiciones y podemos
pedirle que nos cuente qué le pasa, ya que lleva el alma por fuera, mientras se quita las telarañas de
la cara,.
A veces, para ver la realidad basta con romper la pantalla del televisor, pero otras veces es
necesario romperse la pantalla de la propia cara: esta es una de las experiencias que más nos interesan
de la dama tuerta, que es hermosa como un humo, oscura como un pizarrón, y va haciendo negro hasta
sacar espuma.
La pasión nos obliga a pensar en círculos y el alma es peligrosa cuando encuentra sus objetivos:
tener un solo ojo —o no tener los dos— es lo que parece dar sentido a la atascada existencia de la
dama tuerta.
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Fotografía de Lee Jeffries, Untitled
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