la persona y sus palomas
La relación de una persona con sus palomas es por completo diferente —puede ser incluso contraria— de la relación
de las palomas con esa persona. Ante todo —sin olvidarnos de que estamos ante un ser humano de la humanidad última—
si esta persona unisex de la foto—no sabemos si es niño o niña— no ha encontrado ningún fallo en sí misma, necesita una
segunda opinión. De momento sabe, al parecer, que la vida es para tener en orden los labios, para mantener cierta diferencia
entre el adentro y el afuera y para poner un orden entre las palomas.
Se dice (pero, ¿quién lo dice?) que malograr la vida es, para todo ser humano, un derecho inalienable.
Con todo, esta persona unisex que alimenta a sus pájaros con comida para perros, está en otra cosa, como subida al
cartel o pensativa o despreocupada o perezosa o estorbada como un mordisqueado pastelillo de guisantes.
No nos importa que nunca se cambie de ropa, sino cómo recuperar su voluntad deforme que, tal vez por la fuerza de los
acontecimientos, ha adquirido un carácter prestado, extraño.
Se dice (pero, ¿quién lo dice?) que en el alma humana hay siempre una pasión por ir a la caza de algo, aunque el alma
de esta persona parece directamente comunicada con las gruesas rayas que pintan el asfalto de un blanco geométrico y bonito.
Hay que ver.
Ella, sola como una codorniz, como dejada de la mano de dios, se duele y se extrae y tal vez habla sola, aunque
—felizmente— se toma los entretiempos de sus ocios urbanos para cortejar a las palomas.
Como vecina particular de la vida y propensa a tener mascotas, sabe que cuando no se puede hacer algo inteligente, hay
que intentar, por lo menos, lo más correcto.
Fotografía de Lee Jeffries, Untitled
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