la poesía de manuel vilas:

 

un aragonés ciudadano del mundo

 

 

 

resurrección (visor, 2005)

christian boix
universidad de pau et des pays de l’adour
laboratoire de l’arc atlantique

 

 

 

Su visión del hombre es una visión exenta de cualquier identidad particularista. Inmersos en la lógica de la universalización mundializada de la vida cotidiana, los lugares y los seres participan de una identidad abierta, transcultural, pluriétnica, polifacética y única a la vez.

el discurso poético traduce la sed, el deseo de felicidad de todos los ciudadanos del mundo.
Es lo que nos proponemos demostrar mediante el análisis de algunos rasgos de la original expresión lírica realista que aparece en la poesía deVilas, y más
particularmente en su libro de poemas Resurrección porque constituye a la vez un cambio de rumbo y un centro en su obra.

 

En Resurrección aparecen constantemente referencias geográficas y toponímicas de las tierras aragonesas.

Se podría dibujar un mapa del marco espacial en que se mueve la escritura poética, y dicho mapa abarcaría el norte de la comunidad, bajando desde el Pirineo por ríos, ibones, pantanos y pueblos, hasta un triángulo de ciudades esenciales: Barbastro, donde nació el poeta; Huesca, capital histórica de Aragón; Zaragoza, actual centro político, cultural y económico.

En la parte segunda, Vida española, y más particularmente en los tres poemas Ayer, Pueblos y El nadador, pululan los nombres de pueblos y ríos corno si trazaran la densa red de venas capilares que irrigan el cuerpo de la poesía de Vilas:

 

 

Creo que nadie me espera en Castilsabás, tampoco en Jabarrella, ni en Acumuer.
Tal vez los caminos me arrojen contra las tapias de Sabayés, o las de Ballerías.
Dormiré la siesta en Anzánigo bajo una carrasca. Quisiera bañarme en las barranqueras
de Poleñino, o en las de San Lorenzo del Flúmen, y andar bajo el sol como un
beduino hasta Valfarta. Tal vez pase la tarde pensando en las calles de Senés de Alcubierre,
en los lodazales de Toledo de Lanata, en el cielo insatisfecho de Tabernas de Isuela,
en el cementerio de Tolva, en las piedras de Triste, en los lagartos de Zaidín,
en la luna de Almuniente.

 

 

como para equipararlos con las demás ciudades que
aparecen en Resurrección: NuevaYork, Oporto, Londres, París,Venecia…

La búsqueda emprendida por Vilas se apoya en uno de los rasgos fundamentales de la realidad contemporánea: los espacios comunican en una simultaneidad permanente. Basta con conectarse con una webcam desde Barbastro para estar en Sídney, basta con bajar al sótano del MacDonald’s de la plaza de España de Zaragoza para compartir la comida con chinos, africanos o ecuatorianos.
Por eso el poeta puede buscar la felicidad, el conocimiento o la resurrección en cualquier sitio y quizás sobre todo en la profundidad de los lugares próximos o inmediatos y familiares. Nadando en la presa de El Grado, cerca de Huesca, descubre en el fondo del agua, en una. chatarra españolisima, instantes de felicidad:

 

 

Buceé hasta el Seat 600L, matrícula
de Huesca, y me metí dentro,
y me senté en el asiento del conductor,
y conduje un rato bajo el agua,
a quince metros de profundidad,
el 600L y yo,
por el tortuoso fondo, barro y piedras, del pantano
de El Grado.
Y fui feliz

 

Las flores al recuerdo de los accidentados que pierden la vida en las calles y carreteras pueden ser de Zaragoza, como ocurre en el poema Flores, pero remiten a una experiencia universal que es de todos los lugares. Otra vez, la referencia pormenorizada a la realidad inmediata viene a ser sinécdoque de la vida genérica del hombre en una época mundializada:

 

 

Zaragoza se llena de flores anónimas. ¿Quién las pone? En el sucio hueco de la casa
derrumbada de la calle de Agustina de Aragón vi unas flores, atadas con un alambre. […] Vi
flores en una valla del Puente de la Unión. […] Flores en la larga Avenida de Pablo Picasso.
Flores en la Carretera de Logroño. [. .] Si la palmo en la mitad de la calle, no pongáis nada.
Esta memoria de las flores es un escándalo, una baratija, un todo a cien, una bolsa de plástico
con un asa rota y con el culo rajado, un cromo doblado.

 

 

En el siglo XXI, la relación del hombre con el aquí y ahora no tiene unas coordenadas reducidas a la comarca, el terruño, la región, el país. Participamos todos de una forma de vida mundialmente organizada, lo cual tiene como efecto paradójico que cualquier viaje conduce a un mismo punto de partida: en cualquier lugar se da el mundo entero. El poema Me largo esta noche es una espléndida metáfora de esa nueva condición humana:

Esta noche me largo. Un vuelo en primera al fin del mundo: África, Asia, América, todos los
desiertos con palmeras, grandes cenas en los trasatlánticos. Una noche en Oslo, otra en Santiago
de Chile. Una tarde en Pekín, otra en Kiev, exprimiendo este mundo hasta la última gota de vida.

 

Una noche en Tokio, una noche en Ciudad del Cabo, el calor, el fuego, el descontento, la
sed, una vuelta por el mundo; esta noche, me largo esta noche. Templos, museos, lavabos,
banderas, escaleras, barrios perdidos, farolas muertas en ciudades horrorosas. Las playas, los
calamares a la romana, los pobres, los ricos, la nada, el barro, el sol, la luna. Este mundo. No
es inhóspito.

 

 

 

 

 

La profundidad de lo cotidiano

Dos poemas liminares le dan al libro Resurrección su tonalidad general. El primero, titulado MacDonald’s, reúne en Zaragoza una especie de Internacional de los desheredados modernos, condenados a seguir unos modelos de consumo inicialmente impuestos desde lejanas tierras anglosajonas pero ahora universales.
La cola que espera delante de las cajas no sólo es la de la Plaza de España, sino la de todos los restaurantes que llevan el mismo rótulo en cualquier país, ya que la esfera de la comida barata y normalizada y de los clientes pobres o comunes abarca el mundo entero:

Y con una pizca de humor muy realista, el poeta subraya la peculiaridad de ese nuevo internacionalismo proletario que encontró un idioma de comunicación universal, el inglés:

 

Es el mejor restaurante del mundo.
Es un restaurante comunista.
Rumanos, negros, chilenos, polacos, cubanos, yo mismo,
aquí estamos, abajo, al lado de un muñeco,
al lado de un cartel que dice «I’m lovin’it».

 

 

 

El sentimiento de pertenecer a una comunidad homogénea le procura felicidad porque le devuelve una identidad que comparte con los demás, exactamente como en tiempos pasados había ocurrido con otras formas de compromiso.

Por ejemplo reconocemos una discreta alusión a un episodio dramático (y ejemplar…) de la historia de Chile bajo Pinochet con la referencia a la letra de una canción de Víctor Jara:

 

 

A mi lado, una niña de veinte años le dice a un tío de diecisiete
Que no le importaría hacérselo con él. Con él, con él, un eco negro.
Y ríen y tragan patatas fritas.

 

 

Esta referencia forma parte de la coherencia del texto: de sobra se conoce el papel fundamental de los Estados Unidos en la caída de Allende y la imposición de un sistema que transformó al país chileno en un laboratorio de las teorías económicas de Milton Friedman. Heredero gastronómico de un modelo exportado hasta los últimos rincones del mundo, el MacDonald’s brinda al poeta la oportunidad de contemplar sus efectos actuales en el destino general de las masas, para decirlo
con palabras de otros tiempos.Y así reanuda el poeta con una forma de sentido de la historia, o por lo menos con una necesaria utopía:

 

 

Me siento Lenin. Soy Lenin, el marica inusitado,
el gran hereje, el loco supremo,
el hijo de la última mano miserable que tocó
el monstruoso corazón del cielo.

 

 

 

En este mismo lugar de la comida más trivial entabla su proceso de resurrección, es decir una forma de lucha por cambiar las cosas que no seguirá los caminos del socialismo revolucionario pero que sin duda alguna nacerá de la gente que está haciendo la «gigantesca cola» en el/los MacDonalds. De la cola multitudinaria, del subterráneo de las sociedades tiene que salir un porvenir de momento sólo entrevisto, anhelado, experimentado como necesidad vital pero nunca
filosóficamente racionalizado, nunca transformado en un saber programático:

 

 

Si Lenin volviera, MacDonald’s sería el sitio,
el palacio sin luna,
el gueto de las reuniones clandestinas.
Algo importante está sucediendo
en este subterráneo del MacDonald’s
de la plaza de Zaragoza
pero no sé qué es.
No lo sé.

 

Sencillamente (que ya es mucho) una solidaridad fundamental une el aquí individual con el allí de todos los espacios y todos los seres. La forma misma de los versos insiste en este vaivén entre el yo y los otros, el espacio circundante y los espacios a los que remite el primero. El ego y el hic no pueden concebirse fuera de la relación que mantienen con el nosotros y el allí: ésta es la doble cara que transforma la carne, las masas, la gente de a pie, de abajo, en seres humanos.

 

 

 

Con Las manos de las cajeras, Manuel Vilas prosigue su viaje a las cosas sencillas y cotidianas, en un intento de rehabilitación de las mismas. No se puede imaginar un tema más prosaico que el de la compra en los supermercados con el tradicional tránsito por las cajas. Otra vez el caso particular de la experiencia en primera persona del yo poético entronca con la experiencia de todos y cada uno de nosotros: lo individual se diluye en lo colectivo, corno esas manos que recogen las mercancías, y en las que se fija el poeta para sacarlas de su anonimato. Dentro de lo genérico sin diferencia aparente (nada se parece más a una cajera que otra cajera) el poeta busca la especificidad individual, como si se tratara de una reconquista de la persona en una sociedad que la redujo a una función laboral o económica estereotipada, tanto en tiendas de barrio como en grandes empresas internacionales:

 

 

 

Sólo dios sabe por qué se me regaló el don de aprenderme de memoria las manos de todas
las cajeras que me han atendido y cobrado alguna vez en mi vida. […] Cajeras del Carrefour,
del Sabeco, de Alcampo, cajeras de todas las tiendas que he visitado, llevo vuestras manos en
el disco muy duro de mi memoria.

 

 

Esta actitud de rescate es el único antídoto frente a la cadena perpetua que une al poeta con las cajeras, que nos une a todos en un ritual de consumo y de muerte; es la única vía para que cada uno abra los ojos sobre otra realidad y deje de vivir en una ausencia o una alienación, como se hubiera dicho en aquellos tiempos de Lenin… El poema en prosa muestra cómo dicha alienación atañe a un sinnúmero de seres humanos («cien mil uñas encerradas en cien mil colores») y no perdona a nadie, ni siquiera al Rey de España, que se convierte en mercancía sonámbula, víctima de un proceso de reificación en la sociedad llamada de abundancia («la abundante azúcar»):

 

 

Siempre que voy con el carro de la compra, y dejo el azúcar y las galletas en el mostrador,
y comienza la cajera el rito de coger con sus manos mi compra, me invade una rabiosa
melancolía: miro esas manos que cogen lo que compro, esas manos esclavas, las mías que
también lo son, las mías que sacan billetes de una cartera, las manos de ella, con sus uñas
pintadas (he visto cien mil uñas encerradas en cien mil colores), los cambios, El Rey de
España pasando de mano en mano, ausente él también con su efigie narcotizada, las estúpidas
galletas, la abundante azúcar.

 

 

 

 

La poesía de Manuel Vilas: ¿una resurrección del situacionismo?

 

 

La creación poética deVilas manifiesta a menudo un parentesco con las teorías de Guy Debord y la postura situacionista que éste desarrolló de modo muy original en el panorama intelectual francés desde los años cincuenta hasta su muerte en 1994.Y también se da la circunstancia de que parece haber existido un interés renovado, a eso de la fecha de publicación de Resurrección, por la obra de este pensador difícil de clasificar: simultáneamente se publican en 2006 en Francia sus obras completas’, y en España un compendio de tres textos fundamentales bajo el título de El planeta enfermo. No hay que olvidar que a principios de los años cincuenta, Debord forma parte de un grupo de jóvenes que afirma (como algunas corrientes vanguardistas de principios de siglo) que el arte en tanto que entidad «separada» ha muerto y que la poesía debe, de ahora en adelante, traspasarse a la vida. Para ellos, cada vida tiene que ser inventada y la ciudad es el territorio esencial de todas las derivas, donde se pierde el rumbo. El objetivo suyo es lo que llaman «crear situaciones», ignorando la cultura «alienada» desvinculada de la experiencia directa: hay que admitir la descomposición de esa cultura e imaginar técnicas idóneas para desvirtuarla, desde el propio interior. Dichas experiencias realizadas en un contacto directo con el marco de vida de cada uno, las vemos casi en todas partes en Resurrección, por ejemplo en un poema de título revelador,

 

 

El 42 y la anestesia:

 

Un día cogí el 42. Nunca había cogido el 42.Todo depende
de cómo decidas sentarte; y me senté en sentido contrario
a la marcha. Zaragoza se disloca sentado así,
pierdes la orientación. El 42 me llevó por la Alzamora.
La puta orientación.
Había un río por alli.Talleres, hermanos, talleres de chapa
y pintura.
Gente sudando en los talleres, gente barata que vota al partido
socialista.

y el bar abarrotado y cuidado con el abrigo que como se ensucie
menuda pérdida, con la pasta que vale. Ah, el abrigo, la marca,
del abrigo, trabajo para ese abrigo, el nauseabundo abrigo’.
No queremos un coche barato, queremos un Mercedes 600, ¿te enteras ya?

 

 

Pero la desvirtuación de los modelos de consumo impuestos, con sus jerarquías, se produce en el interior mismo del sistema, y Vilas recoge con gozo, en el penúltimo poema del libro, esa descomposición de la sociedad descompuesta, esa experiencia típicamente situacionista creadora de felicidad porque es un desquite de los pobres que a su vez manipulan los valores que se les pretende imponer:

 

 

 

 

y estuve paseando por Madison y me compré un Patek Philippe
falso también. […]
puse a dormir juntos al Omega y al Patek Philippe,
besaos hermanos baratos, hermanos en la falsedad,
en la barata falsedad, ya es hora de que tuviese
un Patek Philippe, eso pensé, […]
ese montón de acero made in China, pero eran imitaciones
prodigiosas,
me lo dijo un relojero de la Octava, engañarían a cualquiera

 

 

 

Diles que América es el mundo, […]
Diles que el mundo es de los fuertes,
de los nerviosos y de los lujuriosos.
Que de los simples sólo es la pobreza, el matrimonio,
la fe, el piso, el salario, el trabajo constante
y la cena de la jubilación.
Diles que yo también soy norteamericano

 

 

 

El calor de España es muy salvaje.

 

[…] Como casi todo se ha muerto, sólo nos queda lo que siempre estuvo allí
desde el principio: el cuerpo. Nos dedicamos a darle placer al cuerpo».

Huelga decir que no faltan otras convergencias en la escritura, como la elección de la primera persona en el discurso: más bien tardía en la producción de Debord, la referencia a la experiencia personal es sistemática en Resurrección y no traduce ningún narcisismo (tampoco lo hacía en Debord). Por el contrario es una manera mediante la cual los dos autores sugieren que la resistencia al mundo de la mercancía tiene que ser una reconquista de la voluntad propia, la afirmación directa y rotunda, contra viento y marea, que existe otra manera de vivir, con tal que decidamos salir de la que se nos impone. Manuel Vilas desarrolla esta salida en el poema Way out, aludiendo a través de la tipografia a dos períodos de su creación. El en que concretamente siguió (¿sin saberlo?) la primera lección del joven Debord y de ciertos vanguardistas, y el momento presente en que vuelve a surgir la palabra poética, nutrida por un situacionismo voluntario, maduro y actualizado:

 

 

 

Dejé de escribir poesía porque decidí vivir poéticamente
y porque me aburría y porque me faltaban motívos

Ya no me acuerdo de mí.Ando todos los días
por la ciudad. Siete u ocho horas andando
bajo tierra. No soy un fantasma.

 

Way out, las dos más bellas palabras que oí nunca, y las repetía
de noche y de día, y quise traducirlas a mi lengua,
yo no sabía al principio, me costó averiguarlo, me costó mucho.
Way out, en español, es el titulo de este libro: Resurrección

 

 

 

 

 

«sólo los antiguos aún hablan de la pobreza, del sacrificio, del trabajo, del fútbol, de la redención, de madrugar todos los días, de ir a votar
para que alguien haga posible el gran milagro de que puedas seguir madrugando todos los días. Hemos progresado filosóficamente. […]

Lo queremos todo. Estamos preparados para la felicidad»; «Bañarse en los ríos de la provincia de Huesca es una ciencia antigua.

No todo el mundo la conoce. Es una religión, una fe». Esa nostalgia tiene en los poemas de Resurrección un lugar geográfico predilecto:
se ubica en la tierra aragonesa profunda que viene a ser a la vez un punto de partida cronológico en la obra y una posible vuelta, futura
y simbólica, a lo auténtico. En las raíces de la soledad virgen de Aragón se da algo de un mundo de antes de la corrupción generalizada:

 

 

 

 

 

 

Quisiera envejecer a solas en Albalatillo. También Dios habló a los hombres en Caldrones,
Gerbe y Griébal, bribón, Sana de Surta, Purroy de la Solana: hay ermitas y ángeles custodios
que así lo manifiestan.Yésero,Torres de Barbués, Olsón, Castelflorite,Pallanielo de Monegms,
vocales y consonantes que pocos pronuncian, raro y hermoso orden de una lengua inhóspita.
[…] nombres hechizados, alquímicos, secretos; nombres que, una vez oídos, olvidamos a la
velocidad de la luz.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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