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la tierra calcinada
Antes de irme al otro barrio con los ojos equivocados, quiero alcanzar con las palabras del lenguaje a mujeres como Edita. No se trata de ser profundo, sublime o cosas por el estilo, o tal vez sí, pero con una profundidad nueva, distinta, que se haga sentir por sí misma, en directo, como se hace sentir la profundidad del agua del río.
Lo de Edita no es de rosas abriéndose en el aire, sino de rosas abriéndose en el agua –como dijo el poeta. Se ha sentado en el tronco calcinado de un árbol que está en una tierra calcinada: es un suelo que puede tener- perfectamente- unos ojos con unos hermosísimos párpados y abrirlos de pronto, en cualquier momento.
Se dice que los seres humanos y el hielo tienen prisa, y tal vez por el mismo motivo: quizá, como Edita, necesitarían más vidas: con una sola no alcanza –siempre que a uno no le importe demasiado que la felicidad sea dolorosa, o con un toque del infierno cada tanto. Pero en vez de multiplicarse nuestras vidas, lo que nos queda es un universo barato y –tal vez- un poco de justicia en el corazón –de justicia injusta, naturalmente: en el universo todo movimiento es una cacería-.
Parece que Edita aún comprende sus huesos y su piel, todavía se siente dentro de la materia, de la cosa material, y está cómoda. Mejor, mucho mejor así.
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Narciso de Alfonso
Merodeos
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