leopoldo maría panero

 

 

la verdad escrita en la frente

 

 

carlos tomás

 

golem. ediciones igitur
tarragona
2008

 

 

 

Leopoldo María Panero, nuestro maldito por excelencia, cumple 60 años, y lo celebra con un nuevo libro, Golem, Ediciones Igitur.

 

Asimismo, acaba de aparecer una nueva obra biográfica sobre la inagotable saga de los Panero, escrita por Federico Utrera, titulada Después de tantos desencantos y publicada por el Festival Internacional de Cine de Las Palmas.

 

El Golem es un ser cabalístico que procede de la tradición judía, de la leyenda del Rabino Jehuda Löw ben Bazalel, contemporáneo del emperador Rodolfo II, que creó un monstruo químico para defender el ghetto de Praga de sus enemigos y para cuidar la sinagoga, y que desde entonces ha fascinado a escritores de todas las épocas, que le han dado diferentes formas:

 

 

Goethe lo hizo en la segunda parte de Fausto;
Mary Shelley en Frankenstein;
Gustav Meyrinck en su clásico El Golem;
E.T.A. Hoffmann y Villiers de Lisie Adam trataron el tema en alguno de sus relatos y Jorge Luis Borges en varios textos de distinta índole, como su ensayo La cabala, su cuento Las ruinas circulares, del libro Ficciones, y el poema El Golem, perteneciente a El otro, el mismo:

 

 

 

 

 

«Si (como el griego afirma en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa,
en las letras de rosa está la rosa
y todo el Nilo en la palabra Nilo.
Y, hecho de consonantes y vocales,
habrá un terrible Nombre, que la esencia
cifre de Dios y que la Omnipotencia
guarde en letras y sílabas cabales.
Adán y las estrellas lo supieron
en el Jardín. La herrumbre del pecado
(dicen los cabalistas) lo ha borrado
y las generaciones lo perdieron.
Los artificios y el candor del hombre
no tienen fin. Sabemos que hubo un día
en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre
en las vigilias de la judería.
No a la manera de otras que una vaga
sombra insinúan en la vaga historia,
aún está verde y viva la memoria
de Judá León, que era rabino en Praga.
Sediento de saber lo que Dios sabe,
Judá León se dio a permutaciones
de letras y a complejas variaciones
y al fin pronunció el Nombre que es la Clave.
La Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
sobre un muñeco que con torpes manos
labró, para enseñarle los arcanos
de las Letras, del Tiempo y del Espacio.»

 

 

 

 

 

El poema es mucho más extenso, pero la cita basta para darse cuenta del modo en que Borges pone el dedo en la llaga, porque lo que los autores citados y otros que recrearon el mismo mito pudieron hacerlo desde diferentes ángulos, pero siempre con la misma intención, que es la de repetir el sueño de los hombres de parecerse a Dios y crear seres vivos.
Leopoldo María Panero ha sumado otro volumen a la bibliografía sobre el Golem, un ser que, según recuerda en su prólogo Túa Blesa llevaba escrita la palabra verdad en la frente y que parece hecho a la medida de las obsesiones del autor de Así se fundó Carnaby Street, Teoría, Narciso o el acorde último de las flautas, El último hombre y otros importantes libros de nuestra poesía contemporánea.

 

 

Quizá cabría hasta preguntarse si el propio personaje de Leopoldo María Panero no tiene algo de Golem, con su construcción de la locura, su indagación en los límites a través de la experimentación con las drogas, la violencia, la marginalidad o el sexo extremo, y es obvio que toda su poesía es una especie de arquitectura de la memoria, un esfuerzo continuo por extraer de los sótanos más profundos de su autobiografía tanto física como mental los materiales de su obra.

 

Qué mejor Virgilio que el Golem para acompañarlo en su nuevo viaje a los infiernos:

 

 

 

«Dicen que Salomo Ibn Guebirol tenía un gólem
una pierna que se movía y un dedo que se movía
y una estrella en la frente del muñeco
que era y no era Selomo Ibn Guebirol
que era y no era
que gritaba y no gritaba
que veía y no veía
que andaba por las calles como si no anduviera
como si anduviera en la nieve teniendo miedo de matar
y de arrancar la estrella
que ardía en su frente
y que con una espada
rompía las tinieblas
y hacía brillar la herida
cruel de la vida.»

 

 

 

 

Ese es el primer poema del libro y deja claro cuál es el puente entre la razón y la sinrazón que van a cruzar todos los que lo siguen.

Panero habla de «terror de estar a solas con la nada», escuchando la «voz amarilla de la tiniebla» y lanzando palabras «contra la nada y el viento / contra el sepulcro de Poe / contra el mundo. /(…) contra la espiga que crece siempre sobre el llanto.»

 

 

El paisaje de Golem es desolador, un desierto cubierto de ruinas y ceniza en el que clama «el monstruo cruel de mi saliva», tal vez porque escribir sea siempre crear un Golem que represente a su creador y asuma sus cicatrices: «el dolor tiene el nombre del papel en que se escribe», dice Panero en otro de los poemas del libro.

 

 

La obra de Leopoldo María Panero crece a un ritmo vertiginoso, con continuos tomos, casi siempre muy breves, unas veces firmados por él en solitario y otras hechos en colaboración con otros poetas -de éstos hay varios en Golem-, que se suceden con una frecuencia inusual, seguramente porque el autor de Last river together, Dióscuros y otros libros más recientes y de epígrafe delatador, como Teoría del miedo o Danza de la muerte, a. estas alturas ya ha llegado a la conclusión de que «la vida es una enfermedad incurable / donde sólo se oye el sonido del viento / llevándose las sombras al país de nunca jamás / al árbol del ahorcado en donde la nada se enuncia / como aurora»,

 

 

y en consecuencia, se plantea su trabajo como un aplazamiento , una carrera contra el tiempo mientras espera, según dice citando a T. S. Eliot, «el terrible momento de no tener ya nada en qué pensar.»

 

 

Da igual que el dolor sea «la fuente del canto», porque peor es el silencio. Es lo mismo si se cree que todo lo que se escribe, no sé puede sino escribir «sobre la tumba del poema», porque merece la pena, a pesar de todo, sentir «el resplandor del rito atroz de vivir», y porque peor es la muerte a la que tanto se invoca en este libro, como en todos los de Panero, que hacia el final de Golem, en un poema dedicado a Rosa Lentini, se reconoce

 

 

un soldado de «la batalla perdida para siempre
la batalla del pensamiento
la batalla de la rosa demacrada
la batalla impura del verso
tembladeral de sílabas
en que nada como un sapo el recuerdo.

 

 

 

 

Es posible que toda creación literaria sólo pueda aspirar, como máximo, a una «victoria pálida del papel en ruinas», que no será más que un triunfo transitorio mientras llega el momento de que las espadas nos den

 

 

 

«al fin su luz
su luz frágil en donde muere un insecto
quemado por las alas de la ceniza
quemado por las olas de la luz
por la espuma terrible del cadáver
y de los huesos que se intercambian en el mercado.»

 

 

 

Si como experiencia el horror es una lacra, como materia literaria es una veta,
y esa veta es la que explota una vez más Leopoldo María Panero en Golem, que sin embargo no es un libro más en su larga carrera, sino uno de los más intensos y más completos.
Es una buena manera de celebrar sus sesenta años. A sus lectores, que son fieles y son muchos, les gustará regalárselo para celebrarlo.

 

 

 

 

 

 

 

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