138

 

Hoy me he despertado muy temprano, en un repente embarullado, y me he levantado en seguida de la cama

bajo el estrangulamiento de un tedio incomprensible. Ningún sueño lo había provocado; ninguna realidad lo podría haber

hecho. Era un tedio absoluto y completo, pero fundado en algo. En el fondo oscuro de mi alma, invisibles, fuerzas desconocidas

trababan una batalla en la que mi ser era el suelo, y todo yo temblaba con el embate desconocido.

Una náusea física de la vida entera nació con mi despertar. Un horror a tener que vivir se levantó conmigo de la

cama. Todo me pareció hueco y tuve la impresión fría de que no hay solución para ningún problema. Una inquietud enorme

me hacía estremecer los gestos mínimos. Sentí recelo, de enloquecer, no de locura, sino de allí mismo. Mi cuerpo era un grito

latente. Mi corazón latía como si hablase. Con pasos anchos y falsos, que en vano procuraba tornar diferentes, recorrí, descalzo,

la largura pequeña del cuarto, y la diagonal vacía del cuarto interior, que tiene la puerta en el rincón que da al pasillo de la casa.

Con movimientos incoherentes e imprecisos, toqué los cepillos de encima de la cómoda, descoloqué una silla, y

una vez di con la mano que se balanceaba en el hierro acre de los pies de la cama inglesa. Encendí un cigarrillo, que fumé por

subconsciencia, y sólo cuando vi que había caído ceniza en la cabecera de la cama —¿cómo, si yo no me había puesto allí?—

comprendí que estaba poseso, o cosa análoga en ser, si no en nombre, y que la conciencia de mí, que yo debería tener, se

había intervalado con el abismo.

Recibí el anuncio de la mañana, la poca luz fría que da un vago azul blanco al horizonte que se revela, como un beso

de gratitud de las cosas. Porque esa luz, ese verdadero día, me liberaba, me liberaba no sé de qué, me daba el brazo a la vejez

desconocida, hacía fiestas a la infancia postiza, amparaba al reposo mendigo de mi sensibilidad rebosada. ¡Ah, qué mañana es

ésta, que me despierta a la estupidez de la vida, y a su gran ternura! Casi lloro, viendo aclararse ante mí, debajo de mí, la vieja

calle estrecha, y cuando los cierres de la tienda de la esquina ya se revelan castaño sucio en la luz que se extravasa un poco,

mi corazón siente un alivio de cuento de hadas verdaderas, y empieza a conocer la seguridad de no sentir {«sinto» (siento)}.  

¡Qué mañana esta amargura! ¿Y qué sombras se apartan? ¿Y qué misterios ha habido? Nada: el ruido del primer

tranvía como un fósforo que va a iluminar la oscuridad del alma, y los pasos altos de mi primer transeúnte que son la realidad

concreta que me dice, con voz de amigo, que no esté así.

 

Acordei hoje muito cedo, num repente embrulhado, e ergui-me logo da cama sob o estrangulamento de um tédio

incompreensível. Nenhum sonho o havia causado; nenhuma realidade o poderia ter feito. Era um tédio absoluto e completo,

mas fundado em qualquer coisa. No fundo obscuro da minha alma, invisíveis, forças desconhecidas travavam uma batalha

em que meu ser era o solo, e todo eu tremia do embate incógnito.

Uma náusea física da vida inteira nasceu com o meu despertar. Um horror a ter que viver ergueuse comigo

da cama. Tudo me pareceu oco e tive a impressão fria de que não há solução para problema algum. Uma inquietação enorme

fazia-me estremecer os gestos mínimos. Tive receio, de endoidecer, não de loucura, mas de ali mesmo. O meu corpo era

um grito latente. O meu coração batia como se falasse.

Com passos largos e falsos, que em vão procurava tornar outros, percorri, descalço, o comprimento pequeno do

quarto, e a diagonal vazia do quarto interior, que tem a porta ao canto para o corredor da casa. Com movimentos incoerentes

e imprecisos, toquei nas escovas em cima da cômoda, desloquei uma cadeira, e uma vez bati com a mão movida em balouço

o ferro acre dos pés da cama inglesa.

Acendi um cigarro, que fumei por subconsciência, e só quando vi que tinha caído cinza sobre a cabeceira da cama

— como, se eu não me debruçara ali? — compreendi que estava possesso, ou coisa análoga em ser, quando não em nome,

e que a consciência de mim, que eu deveria ter, se tinha intervalado com o abismo. Recebi o anúncio da manhã, a pouca luz

fria que dá um vago azul branco ao horizonte que se revela, como um beijo de gratidão das coisas. Porque essa luz, esse

verdadeiro dia, libertava-me, libertava-me não sei de quê, dava-me o braço à velhice incógnita, fazia festas à infância postiça,

amparava o repouso mendigo da minha sensibilidade transbordada. Ah, que manhã é esta, que me desperta para a estupidez

da vida, e para a grande ternura dela! Quase que choro, vendo esclarear- se diante de mim, debaixo de mim, a velha rua estreita,

e quando os taipais da mercearia da esquina já se revelam castanho escuro sujo na luz que se estravasa um pouco, o meu

coração tem um alívio de conto de fadas reais, e começa a conhecer a segurança de se não sentir. Que manhã esta mágoa!

E que sombras se afastam? E que mistérios se deram? Nada: o som do primeiro elétrico como um fósforo que vai

alumiar a escuridão da alma, e os passos altos do meu primeiro transeunte que são a realidade concreta a dizer-me, com voz

de amigo, que não esteja assim.

 

 

 

 

Fernando Pessoa

Del español: 

Libro del desasosiego 138

Título original: Livro do Desassossego

© por la introducción y la traducción: Ángel Crespo, 1984

© Editorial Seix Barrai, S. A., 1984 y 1997

Segunda edición

Del portugués:

Livro do Desassossego composto por Bernardo Soares

© Selección e introducción: Leyla Perrone-Moises

© Editora Brasiliense

2ª edición

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

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