luisa castro: la fortaleza

 

 

 

obra reunida 1984 – 2005

 

visor libros
volumen MLXXI de la colección visor de poesía
2019

 

 

 

prólogo

 

 

No será interrumpida jamás esta batalla…

Canción de Roldán

 

 

Es la segunda vez que reúno en un solo volumen mis libros de poesía publicados. La primera vez fue en la editorial Hiperión, en 2004. Aquella poesía reunida llevó el título de Señales con una sola bandera, y me sirvió durante muchos años como excusa ante los que me preguntaban si ya no escribía más. Me parecía que haber publicado seis libros de poesía, con Amor mi Señor que apareció poco después, ya estaba mi actividad más que justificada. Pero aquella recopilación envejeció, como todo, y cuando quise comprar ejemplares de aquel volumen —eso que te certifica que existes como autora—, tuve que dirigirme a la venta de libros usados por internet, y pagar un dinero no sé si puedo decir de coleccionista, pero lo digo, para mí lo fue, y no colecciono libros ni ninguna otra cosa. Más bien los pierdo, soy perdularia por naturaleza, pero pagar por un libro mío lo que no pagaría jamás por otro, me produjo escalonadamente la sensación de vergüenza, ira y perplejidad, tres sentimientos que, si lo pienso ahora, parecen haber nacido conmigo. Todo tiene bastante lógica. La poesía no se vende, pero al cabo del tiempo cobra un cierto valor, al menos para unos cuantos locos. Que existan esos locos me alivia ahora, y, como todo lo que es locura, al mismo tiempo me asusta, y me hace pensar. ¿Por qué escribimos, y por qué lo que escribimos puede llegar a tener algún valor?

 

La respuesta es muy sencilla. Hay una serie de gente por ahí que compra poesía y que la atesora como si fuera oro. Luego esa poesía cobra en el mercado un valor que muchas otras novedades editoriales quisieran para sí.

 

Como en la guerra el pan, la poesía es escasa en el mundo. Y cuanto más escasa más valiosa. Yo que me creía que con veinte años iba a escribir sin parar y a ganarme la vida con ello, he ido viendo después cómo mis libros se han ido produciendo cada vez más lentamente, hasta casi desaparecer, mientras que aquellos libros antiguos empezaban a costar precios de escándalo. Lo mires por donde lo mires, es para alegrarse. Y para llorar, sí.

 

Hay otra sinrazón en lo que hago. Resulta que soy bilingüe. Mis libros en cambio no parecen dar cuenta de esto. Según todos los indicios, yo publiqué un único libro en gallego, si se entiende que un libro es algo monolítico, como una piedra. Si se abren mis libros sin embargo como lo que son, como una colección de hojas, todos ellos están entreverados de poemas en mi lengua materna. La elección del castellano como lengua mayor, o lengua predominante, si lo pienso un poco, no es otra cosa que una manera de retener lo que de sagrado tiene mi lengua para mi. Sí, una especie de sustrato o fuente de la que mana mi otra lengua. Puede que algún día un espeleólogo de las letras lo descubra, y mi weltanschauung galaica empiece a costar entonces lo que yo espero no tener que pagar.

 

Hay otro topos, o lugar común, que dice que los libros de poemas se van escribiendo solos. Con algunos poemas es así, pero en general a la poesía hay que llamarla.
Y para eso se requiere de una humildad y de un impudor sin limites. Para escribir versos lo primero que hay que hacer es apropiarse de los versos de otros. Asumir como propio lo que otros han inoculado en ti, convertirlo en algo que pueda sonar nuevo, hasta llegar a ese colosal engaño que es creernos autores de un poema.

 

De ese engaño, conforme pasan los años, nos hacemos más conscientes, y por eso tal vez el atrevimiento va menguando y el riesgo de incurrir en el autoplagio del plagio es mayor. En esa larga cofradía de los escritores, los poetas tienen un lugar privilegiado, se sienten capaces de ajustar las cuentas en una línea, una simple congregación de fonemas.

 

Y esos versos de pronto se desgajan de nosotros y ruedan, y con lo que nos queda tenemos que reinventarnos, porque cada verso, cada poema que uno escribe definitivamente nos es hurtado. Cuando creíamos haberlo conquistado el poema nos deja. No somos dueños de nuestros poemas como no lo somos jamás de nuestras vidas. Siempre algún otro anda escribiéndonos por ahí. Esa poesía de lo desgajado vuelve ahora a nosotros, pero ahora quisiéramos juntar lo roto, no escribir, no hablar más que con las paredes. El poema blanco de la pared, el poema entero de lo que no se dice, es lo que una desearía escribir. O escribir para matar culebras, como Nicolás Guillén.

 

Entre tanto se ha ido forjando una fortaleza, la que queda de nuestro idioma, de nuestro pasado, que es tanto como decir lo que queda de los viejos cantos en nosotros, lo que queda de Teresa de Ávila, Rimbaud, Vallejo; lo que queda de Rosalía, Virgilio, Yeats; lo que queda de Neruda, Hölderlin, Virgilio. Y si el poema no es ese cuchillo que nos protege mientras dormimos, y esa culebra que silba cuando despertamos, ¿qué es?

 

El libro que ahora tienes en tus manos, paciente lector, no es otra cosa que un tránsito completo a través de mis sucesivos errores y ensayos. No se incluye en este volumen Actores vestidos de calle, mi último libro, que se lleva con el anterior nada menos que trece años.

 

Es curioso que cuando más la necesitamos la poesía más se nos resista. Pero el poema no está ahí para acudir en nuestro auxilio. El poema nos espera con sus fauces sólo cuando salimos de nuestras batallas, y es lo único que quiere de nosotros, que cantemos nuestras derrotas, nuestros fracasos.

 

Los míos, cada uno a su manera, hablan de ese combate entre mundo y forma, que es como decir entre sueño y vida, amores o ausencias.

 

 

 

Burdeos, Saint Seurin, marzo 2019

 

 

 

 

 

 

 

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