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visión de Cibeles
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Yo era una bella mujer que pasaba sin mirar
y llegué hasta aquí y debí detenerme,
dormirme,
soñar con hojas y aves.
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Otras vidas fugaces como hojas o aves
giran sin detenerse.
No envidio sus viajes.
Quieta,
me quedo aquí de piedra.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde que soy de piedra?
¿Cuántas hojas y aves han caído y volado?
Cuantas vuelven
o llegan
como tú,
que me ves como nadie me ve,
que no buscas en mis ojos respuestas
ni haces preguntas,
que pasas y miras sin querer
lo que los otros no ven,
lo que sólo aquí se ve,
los ojos blancos y abiertos de las estatuas
que han llegado caminando de tan lejos
y se paran
y escuchan al vagabundo
mientras los hombres se cruzan
y se hacen preguntas
en estas calles donde un día debí detenerme,
dormirme,
soñar con hojas y aves.
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Como tú me ves nadie me ve.
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Con corazón de piedra
apacigüé a la madre,
liberé a aquel muchacho de la boca del tiempo
con corazón de piedra.
Frío y duro es mi corazón
y nada hallarás en él
del mundo conocido.
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Mi trabajo es sencillo:
burlo al padre devorador de sus hijos
con un niño de piedra
y en mi sombra cobijo fugitivas muchachas
y apaciguo a las madres.
Te sonrío, es mi empleo.
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Pero no te miro de frente
ni me vuelvo a mirar cuando pasas
ni pregunto quién eres a las aves vecinas
ni reclamo en tus ojos
vanas complacencias.
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Luisa Castro
De “De mí haré una estatua ecuestre”
1997
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