manuel vilas: gran vilas: I. exaltación:  honor

 

 

 

gran vilas

2012

 

 

 

honor

 

 

 

Unos nacen en Nueva York, otros en El Cairo, hay quienes
nacen en Estocolmo o en Caracas, otros nacen en Quebec o
en Managua, y también quienes nacen en Londres o en
Calcuta, pero los cuerpos se aclimatan, las mentes también.

 

Unos mueren con dieciocho años, apaleados en los
extrarradios, con una bala en la lengua, otros mueren con
noventa, en hospitales luminosos, rodeados de los suyos, con
plenas garantías médicas, con avanzados protocolos sanitarios
cumplidos, con el visto bueno del jefe de cardiología.

 

Unos nacen en París, otros en Shangai, unos nacen en
Frankfurt, otros en Quito, unos nacen en Copenhague, otros
en Teherán, pero los cuerpos se aclimatan, unos trabajan en
despachos con muebles de madera de cerezo, otros en
hediondos talleres sin ventanas, en cuartos mal iluminados y
con ratas gigantescas en los váteres subterráneos.

 

La tierra siempre está floreciendo.

 

Los ríos de Asia están llenos de críos que se bañan como
si fuesen ángeles tenebrosos y calientes en mitad del Paraíso,
en mitad del Pacífico, en mitad del Indico.

 

Todo ocurre en mi honor, porque el honor es la vida.

 

Tener es importante, tener es bueno. Tener es nuestro gran
destino.

 

Tener una buena dentadura, un coche hermoso, un reloj
suizo sumergible, tener amigos fuertes y sanos, tener una
bicicleta alada, tener un hígado poderoso, que filtre bien
nuestra sangre.

 

No tener es terrorífico, el terror puro.

 

Pero todos morimos y eso sí es espectacular. Es el mayor
espectáculo del universo, la mayor fuerza de la Historia: todos
morimos.

 

Desaparecemos. Desaparecieron. Desaparecerán.

 

Tipos en París que mueren de una inesperada leucemia a
los 42 años, y dicen adiós a un futuro maravilloso, tipos en
Pekín que mueren con 95 años de muerte natural, mientras
dormían soñando con Mao Zedong, que dicen adiós a su
pasado, que no existió jamás.

 

Tipos en Nueva York con el colon coronado de restos
podridos de foie y de vinos de lujo, que construyeron pólipos
tan irrompibles como malignos, eh, la naturaleza está loca,
es una irresponsable, es una terrorista, hay terrorismo en la
naturaleza, esa chica (porque la naturaleza es una chica) hace
de las suyas.

 

Tipos en Nueva York que nos dicen adiós a los 54 años y
eran dueños de empresas, de inmuebles, de fábricas, de un
imperio.

 

Tipos en Nairobi que aguantan hasta los 75 comiendo arroz
y ratas de campo medio crudas, qué bien, y luego explotan
como cabras en el desierto, gusanos de luz bajo la luna.

 

La gente se muere en todas partes, y eso es bueno para
todos, despierta nuestra imaginación, nuestra salud y nuestra
hipocondría.

 

I.a muerte de todos es una fiesta extremadamente bien
organizada, un protocolo propio de las grandes casas reales
europeas con experiencia histórica.

 

Tuvimos padres y madres que nos trajeron a este mundo
y que nos quisieron con biológica locura, tuvimos amigos en
la infancia, estudiamos en colegios y en universidades, nos
bañamos en los mares, en las piscinas, tuvimos abuelos que
nos quisieron, nos sonreían, nos cogían de la mano, eso
tuvimos, esa forma primitiva del honor.

 

Había oro líquido en la atmósfera.

 

Había elefantes humanos, con nosotros, a nuestro lado,
hermosos, ciegos. Elefantes que descendían del Cosmos,
tigres que emergían de los ríos, y se encontraban en las
alturas, colisionando con estruendo.

 

Todas las ciudades ardían saciadas de honor.

 

Vi a un nadador en Monrovia, en Liberia, cruzando el
Atlántico, intentando llegar hasta Natal, en Brasil, allá donde
África y América están más cerca, a la espera de un puente
sobrenatural que las una.

 

Su frente goteaba alta oscuridad.

 

Tu padre y tu madre morirán dignamente en hospitales
españoles a edades avanzadas, sedados, tranquilos, serenos.

 

Ámame. Ama este cuerpo. No esperes más que órganos y
arterias, órganos feroces y honor de estar aquí, bajo la
pirámide de la luz, bajo las arterias enamoradas.

 

Llevo muchos años pensando en mi cuerpo, en el
honorable recinto.

 

Estábamos sentados al lado de la piscina. Tomábamos
martinis. No creo que exista la muerte porque no sé si existió
la vida.

 

No digas eso.

 

Tus hijos te llevarán al hospital y les dirás adiós y ellos
continuarán este trabajo de gigantes. Querrán abandonar
pronto la capilla ardiente, marcharse enseguida, como tú
marchaste enseguida, porque el honor no tolera que le hagan
esperar ni un segundo.

 

Te acabarás y ellos te darán un beso.

 

Este honor que no ha de terminar nunca.

 

Arboles, golondrinas, y balandros.

 

Honor.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

manuel vilas
poesía completa
1980-2018

volumen MLIX de la colección Visor de Poesía
2ª edición, enero 2019
3ª edición, noviembre 2019

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