Paseas por diciembre y el barrio, abandonado de luminarias,

se sube a la catarata de la felicidad en frasco, en guirnalda,

en pacto de ser feliz; mi calle decorada como un travestí, como

sus viejas de domingo que trami­tan todo su esplín carrito abajo,

rocalla encima; esas calles iluminando sus esquinas depravadas,

oh pobre exhibicionista que huyes de las ca­lles hacia el abrigo de

tu wifi . El mercado de abastos trama la tristeza con magos de barbas

descolocadas y guirnaldas torcidas, bajo una luz de anatomía patológica.

Ay, cena familiar con anabaptista a tu derecha y mormón a tu izquierda,

todos somos fundamentalistas del agujero de hurgar. En la parada del

autobús de centro a arrabal soy, esta noche, un marica con curva

praxiteliana delante de un cartel que hace el pacto de navidad con

eslogan felicísimo. Cuando llego a mi casa y la tranquilidad cierra la puerta,

veo que la soledad es muy democrática. Ay, navidad autoritaria, ay

fascismos de la risa, ay descargas de metralla como fun fun fun contra

el paredón de argamasa que hace la hojaldrina en el cielo de la boca,

ay dolorcillo de empresa de bombones de coco, ay malestar inquietante

de la peladilla. Necesitamos decidir en que punto del año vamos a ser

felices, por qué no un abril exuberante, petado de brotes contra las faringes,

contra las fosas nasales que se abren para recibir el encanto floral

dicotiledóneo. La vida es eso que te permite hacer la multinacional con todos

tus acti­vos líquidos, mientras pasas intentando que el dolor no punce.